La turra la plasmó la artista cubana Tania Bruguera en una exposición, hace 20 años. Allí había una vagina gigante de cartón-piedra por la que se introducían los visitantes. Una vez dentro, escuchaban discursos de Fidel Castro por diferentes altavoces. Que si la revolución, que si el socialismo, que si los norteamericanos; que si el alma de la patria, que si nuestros enemigos del mundo capitalista... No había un espacio de aquel coño en el que no se percibiera la voz del viejo barbudo, de uniforme verdeoliva.
En nuestros días, la turra es Juan Carlos Rivero cantando el gol de Nico Williams el otro día. “Sus padres vinieron de Ghana”. Pues muy bien, gracias. ¿Y qué hacemos? ¿Repetimos la celebración en twi, ewe, ga, dagbani o en hausa, pese a que se ha criado en Pamplona y es español, como Rivero, como Benjamín Zarandona o como el V Marqués de Moctezuma?
Convertir en anecdótico lo que a estas alturas debería ser natural es una actitud racista. Más clasista que racista en realidad. Pero el Gobierno y sus mariachis quisieron patrimonializar a la selección española masculina y por eso avivaron el debate sobre Nico y Yamal. Su objetivo era criminalizar a sus adversarios políticos, es decir, polarizar un poco más a la sociedad, haciendo creer que la derecha es racista, mientras que ellos no. Por eso, Pilar Alegría -oxímoron de nombre y apellido- hacía una referencia a eso este martes, tras el Consejo de Ministros. Por eso, pusieron a Jeni Hermoso en La 1 antes de las uvas de Nochevieja. Españoles, sus méritos son en realidad nuestros porque apostamos por la igualdá, que diría Maria Jesús Montero. Y vuestros hijos serán lo que serán gracias al Estado. Y la turra continúa.
Los clásicos básicos de la izquierda revanchista
También es turra que estrenen en RTVE, en 2024, una serie del Tamayazo o que cada vez que la demoscopia lo requiere se resucite a Franco. O que un periodista pregunte a Otegi si ha celebrado la Eurocopa y él diga que nunca se alegrará de eso. También hay turra en los independentistas que inciden en que la exhibición del partido contra Inglaterra en pantallas gigantes atenta contra “la construcción de un proyecto nacional que ha llevado 50 años”. O turra es que un miembro de Salvados lamente que Madrid se haya convertido en la capital de los “Borjamaris” porque la gente ha salido a la calle a cantar Viva España. “Con la bandera aquí provocas”, “no hay que politizar el deporte con símbolos”, “¿y por qué tiene que bajar el rey al vestuario?”.
Turra es que que La 2 programe un miércoles de julio un reportaje sobre un mayorista de grillos para atenuar la alegría de un partido ganado. “Acaba de llegar mi proteína”, afirmaba una clienta tras recibir un paquete con los insectos que se iba a comer. 400 gramos, para toda la semana. Una come-bichos en la televisión pública. Lucharon nuestros ancestros por nuestra libertad para que una señora acabe zampando cebos de pesca… y te dé la turra sobre las explotaciones ganaderas y lo que contaminan. Todo, en la televisión pública, “la de todos”. La que recuerda en el boletín informativo del descanso del España-Francia que los españoles vivimos ahora mejor que antes.
La indiferencia de Yamal
Así que alegra que los jugadores mostraran esa indiferencia al visitar al presidente del Gobierno. Desde Dani Carvajal hasta Lamine Yamal, 'el utilizado'. Para el equipo olímpico de opinión sincronizada, la deferencia no fue suficiente. Acostumbrados a reverencias y defensas lubricadas, un apretón flojo de manos al líder les pareció escaso. Pero fue adecuado. Correcto y necesario. Frente a la turra y el coño gigante con mensajes revolucionarios y políticos, el rechazo. La desgana. La indiferencia como forma de ser justo con estos catequistas de la imbecilidad.
Alegra que los jugadores mostraran esa indiferencia al visitar al presidente del Gobierno. Desde Dani Carvajal hasta Lamine Yamal, 'el utilizado'. Para el equipo olímpico de opinión sincronizada, la deferencia no fue suficiente. Acostumbrados a reverencias y defensas lubricadas, un apretón flojo de manos al líder les pareció escaso.
Después llegó el ‘Gibraltar español’, que es patriotero, ergo penoso, pero que recuerda a otro tiempo, antes de esta década absurda del 2010, cuando no existía vergüenza por la alegría etílica y la verbena de pueblo; y cuando los lunáticos no la emprendían contra los camareros por servirle a él la cerveza y a ella la Fanta Naranja. Era un mundo más sencillo, más simple, sin terminología estúpida para censurar comportamientos y sin las dos Españas (mínimas) acusándote de ser un “miserable” por opinar que el mansplaining es un concepto estúpido. O sin acusarte de ser derechita cobarde o izquierda globalista en función de lo que opines. ¿Pero de qué me habla usted, amigo?
No existía la palabra 'resiliencia' ni se abundaba en ese concepto tan socialista como es el de transformarte en víctima de algo que forma parte de tu personalidad o de tu situación económica para, después, ofrecerte protección. Secuestrarte con monsergas, vaya. Habló Álvaro Morata a la España de los repartidores, los agricultores y la gente normal, afirmó que éramos el mejor país del mundo y fue una inyección de moral. Frente a la turra eco-sostenible, la realidad, llana, a lo mejor garrula, pero sincera, sin maquillaje ni especias. Normal, mayoritaria, abundante y mucho mejor que las del Otegi resentido o las ministras tacañonas, que leen la cartilla a los fascistas, que son todos los demás. Habló la España de la potra salvaje y las Tanxugueiras callaron. Bravo.
Lo de ayer fue un viaje a otra España, que existe, pero que está hoy escondida tras la palabrería y la propaganda de todos estos vende-biblias. Así que... viva la selección de fútbol. Que celebren como quieran y que sigan dando ejemplo de lo que es concebir el éxito con alegría. Sin el altavoz del coño de Fidel.
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