Pedro Sánchez, después de aquellos cinco días de desmayo, regomeyo, carnes abiertas y amor de sopicaldo, se levantó regenerado o regenerador y nos explicó por qué: la investigación a Begoña Gómez era bulo y fango y él nos “garantizaba” por ello un “punto y aparte”. A partir de ahí, ya no hay nada más que preguntarle ni que preguntarnos. De nuevo, el Pedro Sánchez del pasado, como en lo de Dickens, con su fantasmagoría radiofónica o psicofónica, nos explica y nos desarma al Pedro Sánchez del presente, con su gorro de dormir y su palmatoria de avaro con legañas que odia la democracia igual que la Navidad. El propio Pedro Sánchez ya nos explicó el porqué, o sea Begoña, y el qué, o sea medios y justicia, así que no sé qué pureza democrática sobrevenida, qué reglamentos europeos concurrentes ni qué apasionada regeneración mañanera, como el polvo mañanero monclovita, andan aventando, hermoseando, aplaudiendo o sorbiendo tantos menestrales sopicaldistas del sanchismo.

El Sánchez regenerado que se plantó en la tribuna del Congreso volvía a ser un Sánchez olvidado de sí mismo, que él nace cada día como un dios solar. Es curioso o enfermizo, porque ese olvido o deslumbramiento de sí mismo que él sufre cada mañana enseguida se lo traslada a los demás, enseguida asume que todos han olvidado lo que él ha olvidado o quiere olvidar, y empieza a hablar y a desenvolverse como si no hubiera habido ayer. Por ejemplo, habla de la “desinformación” como si acabara de tropezarse con alguno de esos informes diagnósticos o sismológicos de la ONU, cuando sabemos que sólo se ha tropezado con los titulares sobre Begoña. Y habla de los “bulos” como un peligro genérico o astronómico para la democracia cuando ya sabemos que bulo es todo lo que trastorna la tranquilidad costurera de su alcoba. Y lo sabemos no porque lo diga la derecha mediática, judicial o judeomasónica, sino porque nos lo dijo él mismo, el propio Sánchez, en aquella mañana de miasmas lánguidos, quemaduras recientes de claro de luna y heridas ridículas de amor pubescente, como la de Cherubino.

A ningún gobierno (a ningún poder) le preocupa la desinformación, sino la información. Ni la mentira, sino la verdad. Ni va a procurar la independencia y la libertad de los plumillas (como la de los jueces) sino su dependencia, su control, su sometimiento o su acojonamiento, con más o menos eficacia o disimulo. Esto ya lo sabíamos porque no nacemos cada día, como ocurre en la Moncloa, donde se diría que amanece como en los Teletubbies o eso quiere hacernos creer este Sánchez balbuceante y azulina. Si de verdad Sánchez construyera una gran máquina de destrozar bulos (me lo imagino montado en una bola de demolición como Miley Cyrus, en camiseta y calzoncillo), no sólo caerían grandes cabeceras y cadenas, ya institucionales o vaticanas, sino que caería antes que nada la propia Moncloa, el dormitorio o la cripta de Sánchez, víctima de un rayo kármico feroz y fulminante.

La evidencia general de la lucha histórica entre poder político y prensa debería hacernos sospechar de los políticos que levitan como ha levitado Sánchez , igual que un personaje ingenuo o kitsch de Sorkin

La evidencia general de la lucha histórica entre poder político y prensa, entre propaganda y verdad, entre control y libertad, entre ortodoxia y disensión, debería hacernos sospechar de los políticos que levitan como ha levitado Sánchez hablando de los medios y la democracia, igual que un personaje ingenuo o kitsch de Sorkin. La hemeroteca de Sánchez debería hacernos sospechar todavía más. Pero es que el propio Sánchez, recién levantado o recién desclavado, como un soldado herido o un cristo barroco entre monjas de cornete, ya nos dijo qué iba a hacer y por qué lo iba a hacer. No hay que darle más vueltas, es lo que parece, es lo que anunció, es a lo que se comprometió, es lo que nos aseguró. Lo único que ocurre es que los mitómanos no se dan cuenta de que sus mentiras ya están desmentidas por la evidencia o por otra mentira anterior, y siguen manoteando ahí, ridícula y trágicamente, entre la asfixia y el esfuerzo, como un mal nadador o un mal albañil.

No se trata de los bulos, porque las informaciones sobre Begoña ni han sido desmentidas ni denunciadas. Eso de que aquí hay “libertad para difamar”, que dijo Sánchez en una de sus entrevistas con luz de visillo, como a Sara Montiel, sí que es un bulo, todavía más que lo del juez con dos DNI o lo de la esposa de Feijóo (“y más”, le decía Sánchez al líder del PP desde el escaño / cátedra, dándole como a una manivela, como en esa foto de Begoña que también sale mucho, así como dándole al bombo lotero de lo público). No se trata de los bulos, que Sánchez, en su discurso sin memoria y sin pudor ligó directamente con la derecha (la izquierda no propaga bulos, quizá son hermosas verdades que sólo se han soñado). No se trata de los bulos, que ahora, según Sánchez, ya desmadrado, es bulo hasta llevarle la contraria, por ejemplo decir que la economía española va mal. 

El Sánchez regenerado o regenerador que surgió de una herida en el pecho como una raja en el colchón da todavía más miedo, que ya es decir, pero no podemos alegar que no nos avisó. No se trata de parar los bulos, sino la información incómoda. No se trata de la Verdad machadiana, sino de la Verdad orwelliana. No se trata de la independencia de la prensa, sino de su control (fue oportunísimo el tuit del periodista David Alandete contando cómo el propio Sánchez exigió a un accionista de El País cambiar la línea editorial, o cómo llamaba para cambiar titulares que su equipo ya conocía por anticipado). Ni, por supuesto, se trata del reglamento europeo, que no necesita más leyes ni aspavientos aquí porque se aplica automáticamente. Ni de digitalizar los medios que ya son todos digitales, con esos 100 millones que se repartirán también con la manivela sanchista-begoñista. Se trata de lo que se trata, lo sabemos porque nos lo explicó el propio presidente aquel día, en cuerpo glorioso y vengador. Y no vamos a discutirle nada, que nos da con la bola de demolición, bailona, relamida y brutal.