Si Vox no quiere gobernar, quizá la gente lo vote para otra cosa, para pregonar fiestas de gigantes y cabezudos o para trasladar cristos de enagüilla por esos pueblos de ermita y cucaña. Abascal se tiene que estar preguntando ahora algo de esto, qué puede hacer un partido político que renuncia a gobernar y prefiere quedarse metido en cuevas de vírgenes góticas, en saunas de forzudos o en tascas de mus y garrota. Quizá Abascal podría montar un pódcast o un bar de legionarios, siguiendo la carrera paralela de Pablo Iglesias, con quien parece compartir el destino de los amargos mesías sin parroquia, o al menos sin parroquia suficiente para asaltar el cielo. No se trata tanto de escoger entre el purismo y el posibilismo o entre la agitación y el gobierno (la política a veces consiste más en saber acogerse a la ambigüedad que en saber elegir un camino), sino de escoger entre ser útiles y no ser útiles. Ciudadanos, que sí estuvo a punto de llegar al cielo anaranjado de sus carteles, desapareció por no resultar útil al votante. Vox arrojando piedras desde los tejados visigodos y Abascal ganando un liderazgo de manada para perder cualquier utilidad en las instituciones sólo van camino de la irrelevancia.
El propio Abascal ha reconocido la desbandada en Vox, que es normal porque la política tampoco puede ser un monacato y, además, un partido sin poder institucional sólo es una peña. Vox claro que quiere gobernar, por algo le exigió al PP esos vicepresidentes y consejeros con botafumeiro o garrafa que han estado intentando lucirse o escandalizar por las autonomías. Tampoco es que Abascal haya caído de repente en que gobernaba con la “derechita cobarde”, no con el Gran Capitán, ni siquiera con Putin o algún depilador de pezones de Putin. Por supuesto, Abascal tampoco ha descubierto la inmigración ni el reparto de menas, que no habían parado antes ni los pactos ni los telediarios. Esos “varones en edad militar”, que dicen ellos no sé si como diría Napoleón o como diría Josefina, ya estaban antes y siguen estando aquí, que no repartirlos no los hace desaparecer. Yo creo que Abascal está intentando escapar del ciclo de la política en general y de los populismos en particular, y me parece que no lo va a conseguir.
Quizá Abascal no ha tomado una decisión arriesgada o suicida, sino sólo la única que podía tomar. Los partidos, sobre todo los que nos van a salvar de todo en cuanto lleguen al poder entre nubes blancas y olor a sobaco del pueblo (las apoteosis populistas están siempre entre la pureza doctrinal y el sudor corporal, como los santos exudados), luego llegan al poder y no nos salvan de nada. Al contrario, empiezan a generar más problemas y más desafección, como Podemos. Al final estamos igual o peor y, además, el votante contempla a estos salvadores y a sí mismo con una ridícula y vengativa cara de tonto, una cara de tonto que hay que borrar incluso con más urgencia que los políticos que la han provocado.
El ciclo de los populismos empieza por la alternativa salvadora, sigue con la decepción cuando por fin gobiernan y termina en el hundimiento. Todos esos vicepresidentes y consejeros con botafumeiro o garrafa hacían folclore, escándalo y purismo, como tonadilleras, pero tampoco mucho más. Como los ministros de Podemos, vamos.
El ciclo de los populismos empieza por la alternativa salvadora, sigue con la decepción cuando por fin gobiernan y termina en el hundimiento. Todos esos vicepresidentes y consejeros con botafumeiro o garrafa hacían folclore, escándalo y purismo, como tonadilleras, pero tampoco mucho más. Como los ministros de Podemos, vamos. Evidentemente, Vox en las instituciones y en los parlamentos no consiguió hacernos nacionalcatólicos ni machos de Pajares y Esteso, ni acabó con la pobreza y la melancolía del buen español, sea coronel de artillería o currito con tartera y casete de Perlita de Huelva, ni con el miedo a los moritos o con los moritos sin más. La gobernanza es más complicada que las homilías, y en estos tiempos de fragmentación y globalización requiere consensos y multilateralidad, no sólo entre partidos sino entre administraciones e incluso entre países. Los señores del botafumeiro y la garrafa no podrían arreglar ellos solos ni las calles, van a arreglar la economía, la crisis migratoria europea y el corazón deshilachado del español, que lleva así no sé si desde Atapuerca.
Abascal está atrapado en el ciclo de los populismos, que quizá sólo es el ciclo de la política pero sin segundas oportunidades. Quiero decir que partidos como PSOE y PP pueden descalabrarse y continuar si les queda poder institucional (en el caso del PSOE de Sánchez, apenas la Moncloa). Pero el populismo sólo suele tener una bala, la de la salvación, que luego, claro, se queda en petardo en las verbenas del pueblo o las plazas del 15-M. Para eludir el destino de los populismos, Abascal tiene que volver a hacer que los problemas sean ajenos, dejar las responsabilidades para poder señalar culpables (el PP o esos inmigrantes en edad militar a los que no pueden combatir aquí ni la ley ni nuestras milis de Ceuta o de canasto de chorizo). Es decir, hay que salir de las instituciones, volver a reiniciar el ciclo, volver a ser alternativa, más si ya hay otra alternativa, como Alvise (a veces las alternativas sólo consisten en cambiar un nombre, un fondo o un rizo, como ocurre con Alvise o Yolanda).
Abascal está intentando escapar de su destino y no sé si eso es posible. Iglesias ni siquiera luchó, simplemente aceptó que no podía hacer política, sólo la revolución flojona de los soportales y las radios piratas. Pero Abascal aún cree que puede dejar los gobiernos por convicción y ortodoxia y luego volver a ellos por interés. Lo que ocurre es que, por el camino, el votante va viendo que lo que podría ser útil termina siendo sólo personal o sectario, y decide no votar a peñistas ni pregoneros. En realidad, la única manera de que un extremismo pueda triunfar sobre la moderación y los consensos en estos tiempos es tener de socio a alguien como Sánchez. Lo mismo Abascal debería dejar al pobre Feijóo, que bastante tiene con descubrir qué quiere hacer con el PP, e intentar pactar con nuestro presidente. O pasar directamente al pódcast o al bar de legionarios.
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