Ahora es Dolores Delgado la que vuelve a la vida después del aval de un Consejo Fiscal demediado o desmochado, y yo creo que también es por amor, como lo de Sánchez y Begoña. Hay un Cupido, un amorcillo con arco y flechas, ahí de puntillas sobre las leyes como sobre una tarta o una fuente de chorritos, que está convirtiendo toda nuestra democracia en una democracia conyugal, de matrimonio santo y hortera como el domingo, una cosa casi franquista de esposos con quiniela, cura y Seiscientos. Ese Cupido por supuesto es Sánchez, que no sé si regenerará nuestra democracia pero va a elevar el matrimonio socialista a la categoría, el tamaño y el plateresco estatales de la Telefónica. Sánchez y Begoña, Dolores Delgado y Baltasar Garzón, y hasta la directora del Instituto de las Mujeres con su señora, representan la nueva democracia, donde no sólo hay socialismo sino que, sobre todo, hay amor, un amor haciendo sobre lo público pétalo, espuma, guinda, negocio o herederos.

La máquina de fango político-mediático-judicial lo que está intentando es abolir el amor, ese amor socialista que es un amor sin vergüenza que se presenta ante lo público y bajo lo público

Dolores Delgado va a ser por fin fiscal de la cosa esa suya de la memoria democrática, que es larga y pesada de escribir como un frontispicio y no lo voy a poner siempre, pero a mí me parece no la restitución de un cargo sino la restitución del amor. La máquina de fango político-mediático-judicial lo que está intentando es abolir el amor, ese amor socialista que es un amor sin vergüenza que se presenta ante lo público y bajo lo público como ante los dioses y bajo las estrellas. Era natural que la maldad de la derecha y la ultraderecha se fijara en un amor tan armonioso y concurrente como el de Dolores Delgado y Baltasar Garzón, quien también tiene una organización, chiringuito o nido de amor con la cosa de la memoria, que tampoco voy a poner aquí entera porque se me sale de la página como un lema trompetero de blasón. Qué es el amor, me pregunto yo, sino memoria, interés, proyecto, vida y sustancia comunes, en este caso con el franquismo, que es algo de lo que aún se puede vivir aunque parezca extraño, como vivir del merchandising de Naranjito.

La máquina de fango quiere romper corazones como joyeritos con forma de corazón, el amor memorístico de Delgado y Garzón o el amor sostenéibol de Sánchez y Begoña, pero el amor socialista, puro como un arcoíris, un escaparate de Tiffany o una mesa redonda de las suyas, se resiste. Lo hemos visto en este Consejo Fiscal que uno imagina formado como por casamenteras con rebequita negra, esa rebequita de tradición y sacramento que se estiran y se abrochan por encima de lo ya estirado y abrochado, como hacen todas las señoras con rebequita negra. El Supremo, que es algo así como un tribunal castrante, como de monjas con bigote y tijera, había anulado el nombramiento de Delgado o el amor concurrente de Delgado, y había devuelto la cosa a la consideración del Consejo Fiscal. Pero los fiscales son como sacerdotisas o curanderas del amor, o al menos lo son si los dirige el fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, como un san Valentín de notaría, que es lo que parece él.

En realidad, la mayoría de los fiscales se negaba a votar nada de esto, algunos dicen que por no saber si la cosa iba de amor, de socialismo, de negocio o de qué. Por lo visto faltaban datos, evaluaciones, información, como si el amor, más el amor socialista, requiriera datos, evaluaciones, información ni nada más que la proclamación de su propio amor plumífero. Pero yo creo que era por envidia, que seguro que estos fiscales díscolos son todos unos derechones incel, con el badajo o la concha reprimidos y tristes bajo la toga leguleya, constitucionalista, telarañosa y cardenalicia. Seguro que cuando García Ortiz se presentó con las alegres premuras del amor, esas premuras florales de boda o de su propio día de san Valentín de notaría, de san Valentín de gananciales, todos esos fiscales derechones huyeron igual que urracas. Quedó el amor, pues, de nuevo, depurado y glorificado para hacer de lo público y lo privado tibias alcobas concurrentes y para hacer de la democracia ese banquete cárnico y carnal bendecido por los dioses o los políticos.

El amor socialista sobrevive, aunque sea un poco como sobrevive la poesía o la ópera, siempre puestos en duda y siempre al borde de la quiebra o el quebranto. Quizá sobrevive sólo a base de la inspiración y las plumas de querubín o de ganso que Sánchez avienta desde la Moncloa. Aun así, yo creo que estaría bien saber qué fatiguitas y acosos está sufriendo por parte de la derechona de vinagre y método Ogino el amor socialista, que es ese amor verdadero que une pasión y negocio, como un amor de telenovela con cafetal. Uno se pregunta a qué maravillas se dedicarán, se atreverán a dedicarse o no se atreverán a dedicarse las parejas de socialistas, colocados y arrimados por no hacer público su amor. Poco se habla de los mártires silenciosos que viven su amor socialista con pasión y compromiso común por lo público pero en estricto secreto. Al final son más discretos o vergonzosos de lo que parecía, aunque seguramente el ejemplo y el magisterio de Sánchez acabarán pronto con todo su pudor.

Lo mismo ahora Delgado y Garzón abren puntos grises para informarnos sobre los horrores del franquismo, aunque creo que la idea ya está pillada o caducada. De todas formas, lo importante es que ha triunfado el amor, aunque de momento sólo en su casa, mientras la Moncloa, por ejemplo, aún queda en oscuridades fúnebres o ambiguas, con el amor enrejado o encajonado, como en la casa de Bernarda Alba, por culpa del juez Peinado. Pero un día todo se sabrá, todo saldrá a la luz, se acabarán los armarios y las cacerías, y así el amor socialista, o sea todo el amor que hay en la democracia regenerada, habrá triunfado en lo público y en lo privado como un matrimonio de anuncio de monovolumen o como nuestro matrimonio de la Moncloa. Apenas habrá que terminar con la prensa, los jueces, el Estado de derecho o el Estado sin más. Pero nada pueden contra el amor, menos aún contra el infatigable y universal amor socialista, las leyes de los hombres ni de los dioses.