Yo también estoy asombrado, como Yolanda Díaz, con el caso Begoña Gómez, aunque el juez Peinado, que según el PSOE está entre cisne negro y mariachi asesino, no me parece ni la mitad de interesante, ni de folclórico, ni de oscuro, ni de rasposo, ni de divo, ni de sospechoso, de lo que me lo parecen la señora del señor y, sobre todo, el señor de la señora. La verdad, eso de citar al Pedro Sánchez marido, no al Pedro Sánchez presidente, yo lo veo lo más lógico, pertinente y sistemático del mundo, como cuando Colombo interrogaba a la viuda del muerto, con lágrima de diamante falso y peca fúnebre junto al labio. Quiero decir que, en la sociedad de gananciales del matrimonio, el Sánchez marido es socio beneficiado antes que presidente involucrado. Además, fue la propia Carmen Calvo la primera que disoció a Pedro Sánchez cuando nos aseguró que el presidente nunca había visto rebelión en el golpe indepe porque “no era presidente”. A mí lo que me asombra es la pasión por el derecho procesal teniendo una presidenta fundraiser que te cuenta sus negocios, inverosímiles y cómicos, igual que si te contara lo de los jamones de Morena clara.
Yo estoy asombrado, y no porque exista un Sánchez presidente, en traje azulina, y un Sánchez esposo, ahí en pijama de seda o de gala, como esos pijamas que imitan un esmoquin, sobre el colchón alegórico de la Moncloa (yo estoy seguro de que existen los dos y de que se hablan a través del espejo poniendo vocecitas, incluso). Yo estoy asombrado por lo poco interesante que les resulta a algunos tener una deslumbrante presidenta de profesión su fundrasing, catedrática de Avon, software owner de caballo regalado, patrocinada por empresones regulados o participados por el Estado, recíproca hada madrina cascabelera de un emprendedor mecenas que contrata también con el Estado. Una particular de éxito sorprendente o asegurado, en fin, que encima cita a todos en la Moncloa un poco como Hugh Hefner en la mansión Playboy, para tentarte, impresionarte o sólo presionarte, y que hasta te enseña a su marido ahí por los despachos o los pasillos como si te enseñara a Miss Marzo en la piscina.
A mí Begoña me parece como tener un péplum con Salomé, la reina de Saba y Cleopatra todas juntas, y meter a un pobre juez de instrucción en este nivelón yo creo que es como meter en la película a un oficinista de José Luis López Vázquez, o sea convertir en españolada una gloria de la fantasía, el lujo, la historia, la religión, la coproducción y el Cinemascope. Ante estos alardes y redorados del matrimonio, antes legal y santo que institucional, lo menos que se puede esperar es que un juez investigue, que pregunte lo que todos estamos pensando que hay que preguntar e interrogue a todos los que todos estamos pensando que hay que interrogar, como si estuviéramos viendo a Colombo ante la viuda enjoyada de escarabajos de oro. Si hay o no pulcritud, excesos o demasiado vuelo y coreografía en la instrucción del juez no puedo decirlo yo (sí lo dicen muchos súbitos especialistas en derecho procesal), pero desde luego de momento nada espanta ni asombra al sentido común. Aun así, para que el derecho procesal fuera un escándalo tendría que superar el escándalo de estos milagros cinematográficos, empresariales, bíblicos y románticos de la pareja, y eso me parece un guion imposible aunque la mitad de los escribientes del país estén en ello.
Lo mismo Sánchez está deseando desmontar todo el caso con su declaración, dando ante el juez malvado y membranoso las irrefutables explicaciones que no le ha dado a nadie aún
Sánchez ha sido llamado a declarar como esposo y no como presidente, o sea como socio antes que como colaborador necesario, cosa que a uno le parece que sigue un orden lógico y hasta cinematográfico, tan poco sorprendente como llamar a Miss Marzo después de la muerte del millonario que la tenía de adorno en la piscina como un cisne hinchable. A algunos les parece un exceso llamar a declarar a Sánchez sabiendo que el marido no tiene obligación de declarar contra la mujer, pero eso, digo yo, tendrá que comunicárselo Sánchez al juez. Lo mismo Sánchez está deseando desmontar todo el caso con su declaración, dando ante el juez malvado y membranoso, como un vampiro tras los visillos de la fachosfera, las irrefutables explicaciones que no le ha dado a nadie aún. Aunque eso sí que sería asombroso, dado que ni siquiera ha podido desmentir los supuestos bulos de los que habla. Yo creo que el exceso, simplemente, ha sido tocar ya a Sánchez, tocarlo físicamente, algo que él y los suyos consideran una cosa entre la blasfemia y la perversión, como tocar a un angelote meón de los jardines de la Moncloa.
Sánchez no declarará, ni tampoco dimitirá (las ironías de Feijóo recordándole lo que le decía a Rajoy en 2017 requerirían del presidente no ya memoria sino moral, otra cosa asombrosa). Y el juez Peinado seguirá o se parará, pero no será por una conspiración universal, que por cierto parece una conspiración muy idiota ésa de llamar a declarar a quien no va a declarar y de instruir lo que luego se va a desechar, todo para sacarlo en el telediario años antes de las siguientes elecciones. La verdad es que echarle la culpa al juez es como echarle la culpa al profe que te tiene manía, un recurso infantil y último, posterior incluso a ese perro mitológico y heráldico que se come la tarea. Pero echarle la culpa a todo el mundo ya va siendo más neurosis que estrategia o desesperación.
Yo creo que estamos más asombrados y espantados por la carrera de Begoña y sus amigos de piscina, siempre paralela a la carrera de Sánchez, que por los posibles excesos antirrigoristas de un juez, algo que podrá solucionar el siguiente juez de esa escalinata de charol que hacen los jueces. Y estamos sobre todo asombrados y espantados de que la investigación a la señora de Sánchez, sea el Sánchez presidente, el Sánchez amante esposo, el Sánchez de 2017 o el Sánchez actual, sea convertida no por la Moncloa, sino por todo el PSOE y por media España, en mefistofélico o ridículo contubernio de jueces, políticos, periodistas y no sé si oficinistas, carteros y monjas dulceras. Más viendo que Begoña y Sánchez son tan obvios como una peli de después de comer, como un crimen de Colombo, como lo de Miss Marzo y el guapo limpiapiscinas, como lo de los jamones de Morena clara.
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