Sánchez ya parece que va de reuniones como el que va de médicos o de curas, entre la esperanza y el milagro, entre la sentencia y la extremaunción. Hasta diría que su traje azulina se ve algo hinchado, igual que un chaleco salvavidas, más dándole la mano a Pere Aragonès como si se agarrara a una pequeña boya o a un pequeño azafato. La resistencia de Sánchez ya no es siquiera supervivencia, sino sólo una especie de agonía de asfixia o de descuartizamiento, atrapado y mutilado entre todos sus socios, deudores o viudas como entre vampiros o sargazos. Sánchez se va a ver a Aragonès para arreglar lo de Aragonès o para arreglar lo de Illa, pero claro, todavía tendría que arreglar lo de Puigdemont y lo del Congreso. O lo de la propia Moncloa, que parece que se va a pique con la dulce esposa dentro como en un naufragio imperial japonés, como en la leyenda de los Heike o algo así. Sánchez se arrastra sobre sus tripas y yo no sé si el personal lo está viendo como la absurda e inútil épica de un samurái más bien hawaiano o sólo como la última cobardía del que no sabe ni morir.

Sánchez, desmembrado o mordisqueado, asfixiado o acogotado, resiliente o desesperado, sigue reuniéndose, negociando, concediendo, sin terminar de alcanzar no ya el éxito sino ni siquiera la paz. No tiene presupuestos y no puede aprobar las pocas leyes que se pone a hacer entre paseíllos, moñas, cartas, conspiraciones y pucheros. Se le van los meses mirando el reloj de péndulo y las moscas alucinadas o vivas de sus Mirós, y sólo parece estar ahí entre la duermevela y el ataquito, para derrumbarse sobre su colchón monclovita o su escaño azulón como sobre cojines de sultán, o para clamar contra los jueces, los medios y el contubernio ultraderechista como un abducido con la pechera forrada de cartones de huevos. Sánchez, herido de amor, de hierro o sólo de potingues, como Tristán, sigue hablando, otorgando, subastando, vendiéndonos y endeudándonos, y la cosa es que uno no termina de saber para qué.

No poder gobernar le da igual a Sánchez, que ahora lo daría todo por un amanecer más, como el condenado, el desahuciado o el amante. Sánchez, más convaleciente que serio, más deshidratado que ensimismado, con más cardiopatía que romanticismo, se va a Barcelona como a Lourdes o a Montmartre, se va a ver a Aragonès como a un vidente o una Magdalena de gafa de pecera, magia de pecera o culo de pecera. O sea, más camino de la estafa consentida, la mentira piadosa y el consuelo o el olvido narcóticos y efímeros que del remedio para sus males, que lo que pasa es que no tienen remedio. Quizá Sánchez es como esa party girl que cantaba Sia, que vive como si no existiera el mañana y se tira desde las lámparas de araña de la Moncloa para nadar hasta los espejos y los cuadros que le salvan la vida o lo terminan de ahogar entre brillos venenosos y flores carnívoras. Pero no quiere ponerle uno a Sánchez más tiritas en el corazón ni más pianola de antihéroe. La verdad es que los estafadores viven día a día y no hay ahí más tragedia, épica ni estética que las de la necesidad y el pragmatismo.

A Sánchez le podríamos dar la presidencia de Illa, que yo creo que presidiría la Generalitat como un santo con escoba preside una hornacina, porque no podría hacer nada sin los indepes

A Sánchez le podríamos dar la presidencia de Illa, que yo creo que presidiría la Generalitat como un santo con escoba preside una hornacina, porque no podría hacer nada sin los indepes (la presencia de santo congelado, y esa sensación de estafa tan consciente que deja saber que no hace falta santidad para sostener sólo una escoba, ya las tiene Illa). A Sánchez le podríamos dar el beneplácito de Esquerra, en Cataluña o en Madrid, con ese leve pero salvador apoyo de boya o de bolardo de Aragonès. Todo esto podría ser, y saldría (o saldrá) desde luego carísimo, a ese precio imposible que tiene siempre la ambición sin límite, y aun así no serviría (no servirá) para nada. Sánchez seguirá estando en las manos ganchudas de Puigdemont, que sí busca la venganza, no como el pobre juez Peinado, tan ingenuo o torpe que hace las conspiraciones a base de erratas con la Ley de Enjuiciamiento Criminal. Sánchez seguirá dependiendo de Puigdemont, a quien no podrá satisfacer a la vez que a Esquerra, o a quien simplemente no podrá satisfacer del todo nunca. Será caro, absurdo, inútil, irritante, loco, y aun así Sánchez lo hará. Pagará lo que sea, entregará lo que sea, porque no sabe hacer otra cosa que seguir adelante.

Sánchez sigue caminando para no caer, sigue respirando para no morir aun malherido, como un gran cachalote cazado que respira por su sangre, y sigue siendo Sánchez para poder, simplemente, ser algo. Lo que uno ve como inutilidad él lo ve como inevitabilidad, lo que uno ve como inmoral él lo ve como imperativo, lo que uno ve demasiado caro para un solo día en la Moncloa él lo ve apropiado e ineludible, como un día en Las Vegas. Sí, Sánchez sigue hablando en la Generalitat y viviendo en la Moncloa como muriendo en Las Vegas (“como Nicolas Cage en Leaving Las Vegas…”). Pero no vamos a ponerle a Sánchez babas de borracho tierno, ni luces de París falso, ni tragedias de geisha vieja, ni suspiros de joven Werther, ni suplicios de santo guapo, ni tripas de héroe lírico, ni canciones de muerto vivo. Los estafadores viven día a día y no hay en eso más que costumbre y talento.