Las elecciones del 28 de julio son la oportunidad de cambio más grande que ha tenido Venezuela desde la muerte de Hugo Chávez en 2013. 

Han pasado más de 11 años y, aunque la oposición arrasó en las elecciones legislativas de 2015 y en 2019 el gobierno interino de Juan Guaidó puso contra las cuerdas a Nicolás Maduro en el ámbito internacional, la posibilidad de que el chavismo salga del poder no se había visto tan clara desde el día en el que la oposición democrática se quedó a menos de 250.000 votos de ganar las presidenciales convocadas tras el fallecimiento de Chávez.

Todas las encuestadoras venezolanas con trayectoria reconocida apuntan a que el opositor Edmundo González Urrutia ganaría cómodamente. Sin embargo, el resultado todavía está en el aire porque las presidenciales venezolanas no son unas elecciones normales.

El chavismo controla casi todos los poderes del Estado excepto unos pocos gobiernos regionales y locales. 

Desde hace meses han activado esa maquinaria para condicionar las posibilidades de triunfo de la oposición: el Foro Penal denuncia que ha habido 124 detenciones políticas desde que comenzó la campaña; al menos 10 sitios web de noticias han sido bloqueados en lo que va de julio; y, por si fuera poco, fue inhabilitada la candidatura presidencial de María Corina Machado, quien había sido escogida en primarias abiertas.

Más que una cuestión de votos parece ser una cuestión de si el chavismo está dispuesto o no a reconocer una derrota

Pero, aunque esos datos pintan un panorama poco alentador, una mezcla de presión internacional y de creciente necesidad de legitimación del chavismo se conjugan para que todavía exista la posibilidad de que haya unas elecciones mínimamente justas, competitivas y democráticas.

¿Puede ganar la oposición?

Como hemos visto, más que una cuestión de votos parece ser una cuestión de si el chavismo está dispuesto o no a reconocer una derrota.

Pese a las señales negativas, hay otras que apuntan a que sí pudiese ocurrir. La más amplia es el simple hecho de que finalmente sí se celebran las elecciones el 28 de julio y la oposición llega a la fecha con un candidato viable y una tarjeta electoral a través de la cual votarle (durante los últimos meses surgieron rumores intensos de que ambas cosas podían ser inhabilitadas por jueces cercanos al chavismo).

Se ha llegado hasta aquí gracias a un largo proceso de negociación en el que EEUU ha jugado un papel fundamental y en el que el chavismo ha decidido participar presionado por las sanciones económicas que pesan sobre sus dirigentes y sobre el país. 

La imposibilidad de vender petróleo libremente en el mercado internacional no permite que la economía venezolana termine de mejorar

La imposibilidad de vender petróleo libremente en el mercado internacional no permite que la economía venezolana termine de mejorar, a la vez que las prohibiciones de viajes y movimientos financieros han coartado de manera casi total la libre acción de los líderes chavistas.

Esto los movió a idear una estrategia que pasaba por su legitimación ante la comunidad internacional realizando unas elecciones medianamente competitivas que pudieran ganar. Su plan, sin embargo, está cerca de fracasar. 

Necesitaban que la oposición continuara desmovilizada, pero el entusiasmo que generaron las primarias ganadas por Machado cambió por completo la situación política. El chavismo pasó a estar en una encrucijada: si hace elecciones limpias, puede perder el poder; pero si no son justas ni competitivas, no se legitimará internacionalmente.

A esto se suma que el gran éxodo de venezolanos ha generado una crisis migratoria en toda América que causa problemas internos en varios países, desde Colombia hasta EEUU (el descontrol de las fronteras del sur se ha convertido en una bandera de Donald Trump).

El asunto ha hecho que aliados tradicionales del chavismo, como Lula Da Silva, presidente de Brasil, y Gustavo Petro, de Colombia, presionen para que haya una solución política que frene la salida masiva y que permita una transición negociada y con garantías.

En la semana previa a las elecciones, el mandatario brasileño ha instado públicamente a Maduro a que acepte los resultados y anunció que Celso Amorim, uno de sus asesores más cercanos, estará el domingo en Venezuela como observador. 

“Maduro tiene que aprender. Cuando ganas, te quedas; cuando pierdes, te vas”, dijo Lula ante medios internacionales. Es una declaración inédita que dice mucho sobre lo que puede estar a punto de ocurrir.

A esto se une un mensaje dado el 24 de julio por Vladimir Padrino López, el ministro de Defensa venezolano y cabeza de las Fuerzas Armadas: "el que ganó a montarse encima de su proyecto de gobierno y el que perdió que se vaya a descansar".

¿Puede ganar el chavismo?

Pese a que el chavismo ha manipulado antes elecciones para mantener poder, siempre lo ha hecho en las etapas previas y durante el proceso. Nunca en la etapa final, cuando se totalizan y anuncian los votos.

Se ha valido de dos opciones: desestimular la participación opositora para ganar sin o casi sin competencia (casos como los de las presidenciales de 2018 o las legislativas de 2020) o voltear resultados cerrados a través de la presión a votantes y tácticas cuestionables en centros de votación específicos como los que tienen una sola mesa, muchos de los cuales se localizan estratégicamente en edificios construidos a través de programas sociales o zonas de difícil acceso para la oposición (presidenciales de 2013).

En las parlamentarias de 2015, la única vez que la oposición llegó al día de la elección fuertemente movilizada y con una ventaja muy holgada en las encuestas, el gobierno se vio obligado a reconocer su derrota.

Es por esto que en las últimas semanas la campaña chavista ha redoblado sus esfuerzos para generar frustración en las filas opositoras: Maduro advirtió que si perdía habría un “baño de sangre”, las detenciones se han incrementado y se suspendió la observación electoral de la Unión Europea, Colombia y Brasil (aunque todavía se espera que Amorim esté presente el domingo).

A esto se suma el hecho de que la mayor parte de los más de 7 millones de emigrantes venezolanos que hay en el mundo según la ONU no podrán votar por las trabas impuestas por el chavismo.

La mayor esperanza de Maduro para ganar en condiciones medianamente aceptables sería que la abstención haga que los resultados sean mucho más cerrados de lo que muestran las encuestas, lo que les daría la posibilidad de aplicar sus trucos tradicionales. 

En los comicios del domingo habrá más de 8.000 centros son de una sola mesa y en ellos votarán casi 4 millones de personas. Esto hace que los testigos electorales de la oposición tengan una importancia clave.

Sin embargo, si la diferencia es tan amplia como la de 2015 y como la que vaticinan la mayoría de los sondeos, esta modalidad no será suficiente para cambiar el ganador. Para hacerlo, el chavismo probablemente tendría que modificar la totalización de los votos y crear unas cifras totalmente desligadas a lo que ocurra en los centros de votación.

Este sería un proceso mucho más complejo, más difícil de ocultar y que el chavismo nunca ha aplicado en unas elecciones en las que haya testigos opositores en los centros. Básicamente, la cifra anunciada no coincidiría con la suma de votos de las actas de cada centro.

Si ocurriese una situación como esta o similar, Venezuela podría terminar en el peor escenario posible: que Maduro retenga el poder pero que internacionalmente siga sin legitimidad y que la estabilidad política aumente. 

En este caso, no habría democracia, pero tampoco mejora económica. Eso podría condenar a los ciudadanos a continuar en la precariedad.