Se acogió a su derecho a no declarar el Sánchez marido, loco de amor o de trono como Juana la Loca, pero se querelló el Sánchez presidente, señor de la Fiscalía del Estado, de la Abogacía del Estado o del Estado sin más, que él trata como sus cocinas o yeguadas. El Sánchez inescindible, a la vez amante esposo, presidente providente, gondolero guapo, salvador de la democracia y rey rococó, al final sí que es uno y múltiple, al menos cuando le conviene (empieza a ser esto ya más cuestión de teología). Pero entre todas las manifestaciones o advocaciones de virgen marinera de Sánchez, yo al que he echado de menos es al Sánchez colaborador. Podría haber aprovechado nuestro presidente de alcoba o nuestro donjuán presidencial para desmentirlo todo, para explicarlo todo, para terminar con todo. En vez de eso, se cabreó porque un juez con pinta de directivo de fútbol se había atrevido a hacerle declarar de viva voz y en la mismísima Moncloa, bajo su colchón con baldaquino y su pinacoteca de arena y yemas de huevo. Pero no es sólo que Sánchez esté molesto, es que está huyendo.

A Sánchez, a todos los Sánchez, presentes y pretéritos, paternales presidentes y líricos amantes, putos amos y gentiles dialogadores; el Sánchez perseguido por los jueces como por señoras con paraguas, el perseguido por los votantes como por exnovias, el perseguido por su pasado como una dama de las camelias, el perseguido por la verdad como un cacharrero; a todos los Sánchez, que dan para un almanaque o un bestiario, yo creo que sólo les queda huir, y eso es lo que están haciendo. Sánchez huye aparatosamente, como el que huye en una hormigonera, atropellando lo mismo a los jueces, a los plumillas, a su propio partido y hasta a las autonomías, a las que ha metido en un régimen de financiación casi confederal por colocar a Illa. Bueno, y por pasar él más tranquilo algunas de sus noches de desahuciado, esas noches que pasa ahora en la Moncloa hundiéndose en su icónico colchón como en los colchones de las pesadillas.

Si no puedes contestar ni explicarte, ni ante un juez ni ante la ciudadanía, lo mejor es huir, salir pitando con un ataquito de dignidad y una acusación, así como en una nube de tinta y humo, entre ninja y calamar, esa cosa pulposa y karateca que siempre ha tenido Sánchez. Lo de la máquina de fango es eso mismo, ese truco y esa polvareda de salir por patas, como un dibujito animado, para no rendir cuentas de la realidad. A Sánchez le ha tenido que fastidiar mucho que entren en la Moncloa no los invitados que llegaban para hacer cócteles, pactos o entrevistas ante sus sofás de nata y sus cuadros derretidos; ni los invitados casuales o causales de Begoña para sus cátedras regaladas y sus negocios de hortera, sino todo un señor juez con la autoridad invasora, acharolada y quizá franquista de un guardia civil. Pero aún más evidente que ver a un narcisista revolverse ante esa humillación, justo en el altar simbólico de su autoridad y su ego, el trono monclovita, sería verlo negarse a contestar si, simplemente, no pudiera contestar a nada. Al menos, sin liar más a su señora o, incluso, inculparse él mismo. Estas dos cosas a la vez lo que no hacen, desde luego, es terminar con las sospechas.

Qué hacer cuando no puedes defenderte ni explicarte, salvo callarte y atacar al juez, que es justo lo que ha ocurrido. Y qué hacer cuando no puedes gobernar, salvo encastillarte en la Moncloa a cualquier precio, incluso ése insuperable de darlo todo por nada, dar esa llave de la soberanía fiscal, magnífica y roñosa como la llave de una colegiata, a pesar de que a Sánchez no le asegura nada. Sí, no le salva de seguir dependiendo de Puigdemont, que en fiera e histórica competencia con Esquerra ya no sabemos qué exigirá, quizá las llaves del reino de Aragón, aún más magníficas y roñosas, aun más insolidarias, inconstitucionales o imposibles que las de la caja de los impuestos. La querella al juez Peinado no sabemos si llegará muy lejos, aunque el sentido común nos dice que entra dentro de lo razonable, lo interpretable y lo práctico distinguir entre lo que Sánchez pudo conocer “por razón de su cargo”, que dice la ley, o por razón del vínculo sagrado, pero también legal y anterior, del matrimonio. Yo me imagino al juez un poco como un periodista, que siempre preferirá la entrevista cara a cara para poder reaccionar, repreguntar, pedir aclaraciones y pillar renuncios. Pero quizá eso de querer saber la verdad es cosa de fachas, en los periodistas y en los jueces. 

Cuando uno no puede contestar, no contesta, y cuando no puede gobernar, no gobierna. Quizá Sánchez ya sólo puede huir

Cuando uno no puede contestar, no contesta, y cuando no puede gobernar, no gobierna. Quizá Sánchez ya sólo puede huir, y eso lo explicaría todo sin conspiraciones universales ni sanedrín de malvados, que además del sentido común también está la útil navaja de Occam. Huir de los jueces como de un guardia de cine mudo, huir de la debilidad amurallando pactos o castillos, huir de la realidad destrozando el Estado como lo destrozaría todo el que huye en una hormigonera, como Eddie Murphy huyendo en una hormigonera. Nada de esto le soluciona a Sánchez nada, pero le sirve para la polvareda y para el escaqueo, siquiera momentáneos, hasta el siguiente juez o el siguiente día como la siguiente viñeta del dibujito. Nada de eso le soluciona a Sánchez nada, pero, como todo el que huye, no le queda más que huir.

Entre todos los Sánchez que habitan en Sánchez, yo eché de menos un Sánchez que por fin rebatiera los malintencionados bulos, explicara los gruesos malentendidos, aclarara las pequeñas dudas y exculpara por fin, al menos ante la ciudadanía, a Begoña, empresaria de éxito, mártir aspada y santa súbita. Pero el Sánchez marido y el Sánchez presidente huyen a la vez, y eso a mí me parece mucho más sospechoso, revelador y apocalíptico que las extrañas ganas de preguntar y saber de un juez instructor. Y más que ese intolerable celo por fiscalizar los abusos del poder que siente, por lo visto, sólo una nefasta y podrida mitad de España.