Badalona, 1992. El pabellón olímpico estalla con una pitada monumental después de que la selección española de baloncesto perdiera contra Angola por 20 puntos. El conjunto anfitrión tardó 13 minutos y 22 segundos en inaugurar su marcador, según recuerdan las crónicas de la época. No se recordaba una lluvia de piedras igual en Cataluña. Hubo un entrenador serbio, Božidar Maljković, que satirizó un día sobre la mansedumbre de la afición española: "Si alguien falla un tiro libre en el último segundo en Madrid, le aplauden; si lo hace en Belgrado, tiene que salir corriendo para que no le linchen". Ese día no se cumplió ese pensamiento. A Epi y compañía les llovieron palos.

París, 2024. A nuestras balonmanistas se les conoce como 'Las guerreras'. A todos nuestros equipos se les designa por un mote. Eso obliga a aprender a distinguir entre Los hispanos, La familia y Las redsticks; y entre Las guerreras del agua y las de secano. Waterpolo y balonmano. Agua y tierra. Piscina y parqué. Hay quien por no pronunciar la palabra tabú que figura en la parte frontal del DNI es capaz de aprender a traducir el tailandés. Pero bueno, por tenerlo claro, Las guerreras juegan al balonmano.

Este equipo ha perdido con claridad todos los partidos en París, incluido uno contra Angola. Su actuación en los Juegos Olímpicos ha sido indescriptible. Inoperante en ataque, mansa en defensa y absolutamente desatinada en la portería. A veces se gana, a veces se pierde y a veces uno no tiene claro lo que ha ocurrido porque la victoria ha obligado a quemar demasiadas naves. En este caso, llamó la atención que una periodista de RTVE se refiriera a las derrotadas como “nuestras campeonas”, mientras otra comentarista hablaba de la importancia de coger experiencia en la competición.

Ha de tener claro el televidente contemporáneo que los españoles nunca pierden. Siempre vencen en algún sentido. Siempre se llevan una lección aprendida y siempre demuestran grandes valores. Ni están ni se esperan los debates deportivos serenos y técnicos en RTVE... ni por supuesto las críticas a los españoles que fracasan estrepitosamente.

Todo son soflamas en La 1 estos días, que se mezclan con patrioterismo histérico, ánimos desmesurados, condescendencia y, en algunos casos, gritos desgarradores. La narradora del atletismo parece accionista de GAES. Hay formas de comentar una competición sin desgañitarse o sin obligar a bajar el volumen al espectador. Buscar la emoción en el berrido equivale a confundir la belleza con el sonido de un cencerro.

En otros casos, se peca de condescendencia y hasta de indulgencia. Todo el mundo siempre lo hace bien. Todos los que visten de rojo tienen un mérito enorme. Nadie falla. A nadie se le puede acusar de haber empeorado su marca en París; y a nadie se le ocurre cuestionar el dogma que defiende que quien lo intenta, en realidad, tiene un gran mérito. O directamente quien es español y está allí.

El deporte y sus cosas

El tratamiento mediático del deporte siempre ilustra sobre el carácter de un país y una gran parte de los medios se está guiando por lo que podríamos definir como 'Roncerismo exacerbado', empezando por la televisión pública, cuya cobertura no se distingue prácticamente de las de varias de las anteriores citas, lo que deja entrever que algo falla ahí dentro.

Sus loas exageradas y su condescendencia excesiva con los perdedores vuelve a demostrar que hay una España que todavía piensa que los milagros existen y que lo de Barcelona 92 fue tan cierto como que un carnicero contaminó el filete de su ciclista favorito. Es la parte del país que defiende aquello de “soy español, ¿a qué quieres que te gane?”; y la que considera que destrucción de las bolsas de sangre de la Operación Puerto fue un acto de justicia y redención. Aquí se ha pecado siempre de cierta ceguera con estas cosas; y quizás sea lo que explique la distancia en el medallero con respecto a Italia o Alemania. O incluso determinados comportamientos que llevan a apoyar partidos, organizaciones o concursantes de Supervivientes con entusiasmo futbolero. Y al contrario.

Sucede que el 'Roncerismo exacerbado' ahora se acompaña con una indulgencia ridícula cuando los españoles pierden. Desconozco quién ha dado la orden a los periodistas de RTVE de tratar así a los deportistas locales, pero es cateta, propia del NODO y, por momentos, incluso de los noticiarios norcoreanos. Los que no emitían los goles del rival para no transmitir a los ciudadanos que su nación era débil.

Hacer sangre suele ser un error en estos casos, dado que transforma los recintos deportivos en una especie de circo romano contemporáneo. Pero aplicar ese forofismo no es mucho menos penoso. No es justo con la derrota, como tampoco con la victoria. Y resulta especialmente patético cuando se traduce en actitudes antideportivas, como las de celebrar los errores del rival. “Venga, a ver si el británico toca otro palo y le penalizan”, clamaban el otro día los comentaristas de la prueba de kayak.

Oe, oe, oe...

Así que de Las guerreras se dice “que han competido”, de los nadadores “que se han quedado a las puertas” y de los que eran favoritos, pero han fallado, que al menos han logrado un diploma. De la esgrimista que perdió en primera ronda, que al menos ha sido sincera al reconocer que ha hecho el ridículo. España es el séptimo equipo con más efectivos en París (382), pero quedará muy lejos de esa posición en el medallero. ¿Alguien ha analizado las causas? Por supuesto que no. Reitero: no siempre se gana. Casi nunca se gana en realidad, pero la excesiva condescendencia de gran parte de los medios españoles resulta paródica.

Recuerda esa actitud a la que define Gad Saad en La mente parasitaria. Ahí habla de un mundo en el que cada vez existen más personas que se consideran como 'víctimas' o trata al resto con esa consideración, por lo que siempre cuesta más dedicarles críticas, ante la sospecha que sería cruel o incorrecto. Así que a lo mejor eso lleva a celebrar incluso los ridículos deportivos... o a pasar de curso con tres suspensos o incluso a buscar algún tipo de incapacidad sentimental para lanzar mensajes que intenten concienciar. Simon Biles es una súper-campeona, pero que no se te olvide que sufrió ansiedad. Es igual de importante.

Un español pierde. Digamos entonces que es “una pena” o incluso “una injusticia” que “después de tantos años de esfuerzo, se la jueguen en 1 minuto". En cambio, al ganar, siempre inicia su discurso en primera persona del plural. “Hemos”. Faltaría a continuación la imagen del caudillo pescando truchas o hablando de éxitos colectivos.

Al primero que le conviene ese tratamiento desaforado, por supuesto, es al presidente del COE, Alejandro Blanco, a quien nadie le pregunta el porqué en piscina o en gimnasia está España en un segundo o tercer nivel. Al menos, para tener alguna certeza sobre el porqué no se huelen las medallas en dos de las tres disciplinas olímpicas más importantes.

El deporte sólo tiene que servir para celebrar, al parecer. Hay que ponerse delante de cualquier micrófono cuando se trata de celebrar -a poder ser, atribuyéndose parte del triunfo- y hay que situarse de perfil en los días flojos. O incluso ensalzar al perdedor, que como es español, siempre vence, aunque no lo haga. Porque “soy español, ¿a qué quieres que te gane?”.