Salvador Illa va a tener uno de los sillones más caros de nuestra democracia, una especie de trono de rapero, todo oro, pieles, carey y flojera. El asiento con patas de león y tapizado de reservado de discoteca rusa nos va a costar nada menos que el modelo de financiación autonómica, el equilibrio territorial, el propio sistema autonómico incluso y, en realidad, todo lo que quiera Esquerra. Esquerra ha colocado a Illa ahí un poco como un muñeco funko de salpicadero, con un flow de muerto, entre san Cristobalón, Pinocho, ambientador de pino y casete de sardanas, no para gobernar nada sino para adornar sus pícnics indepes. De todas formas, hay que reconocerle a Illa su talento. Parecía imposible concebir un método singular de financiación para Cataluña que beneficiara a los catalanes sin perjudicar a nadie y que mantuviera el compromiso socialista de solidaridad. Pero Illa lo ha conseguido: sólo había que decir que el acuerdo beneficiará a los catalanes sin perjudicar a nadie y que mantendrá el compromiso socialista de solidaridad. Como para no ponerle un trono.

Salvador Illa va a tener un sillón muy caro en el que irse desfondando mientras declama, que poco podrá hacer aparte de dar discursos moviendo la manita socialista como la mueven ellos (los socialistas, desde Bolaños hasta el propio Sánchez, mueven mucho la manita, así como si rapearan el progreso, sólo les falta el pantalón cagado y la humareda entre urbana y nigromante). Poco más que esto, digo, porque el próximo Molt Honorable no podrá ni ponerse la gafa gorda sin el permiso de Esquerra (tampoco Sánchez puede hacer nada sin el permiso de Puigdemont, y yo creo que esto hermana a Illa y al presidente en una cara inutilidad). Menos todavía podrán devolver a la convivencia y a la Constitución a estos irredentos que lo que dicen es que el nuevo concierto, que ellos ven así como la madre de toda la pela, les va a financiar la independencia. Pero lo importante, claro, no es que Illa gobierne o que sólo esté en la Generalitat como en una limusina con hielo y flores, entre fiesta de rapero y coche fúnebre, él que es más fúnebre que festero, más gótico o emo que trap. Todo este dinero, todo este derroche, toda esta desfachatez, sólo es para aparentar que Sánchez sigue vivo.

La solidaridad de Illa, de esta financiación o de este espectáculo, sigue siendo sólo solidaridad con Sánchez, como si le hiciéramos un We are the world. Lo demás es este intento ridículo de que Illa parezca un presidente de la Generalitat o un rapero que apenas puede cargar con sus huesos y su luto, un poco como Snoop Dogg. Esto lo saben en el PSOE, donde los barones siguen entre el mosqueo y el disimulo. Illa no ha convencido a los rebeldes, ni a nadie en realidad, más que nada porque no hay manera de explicar lo inexplicable, salvo decidir creer lo increíble. Illa no se ha explicado porque no puede, que es exactamente lo que le ocurre a Sánchez con todo, con este concierto, con Begoña, con su política, con su vida. El PSOE se empieza a resquebrajar, pero no tanto por la verdad sino por el dinero, algo que dice bastante de cómo está el partido, incluso por los feudos comuneros de Page y tal. Entre el dinero y la verdad se pueden tomar muchos caminos intermedios y el PSOE está ahora ahí, midiendo las dos sustancias más como mercaderes que como filósofos.

Este sistema de financiación es increíble, Illa es increíble, el propio Sánchez es increíble, y así sólo puede quedar la fe en lo increíble con su ingenuidad o con su negocio.

Este sistema de financiación es increíble, Illa es increíble, el propio Sánchez es increíble, y así sólo puede quedar la fe en lo increíble con su ingenuidad o con su negocio. Ahí está Juan Espadas, el franquiciado de Sánchez en el desolado PSOE andaluz (el PSOE andaluz es ahora un señorito arruinado, arrastrándose por esa Andalucía de convidada, melancolía y tragaperras y café con leche ferroviarios, como Juncal). Al principio, Espadas parecía protegerse con la ambigüedad y el silencio, hasta que uno lo ha visto incluso más creyente que Illa, invocando la magia de lo imposible en un maravilloso tuit en el que metía “progreso”, “normalización”, “convivencia”, “solidaridad”, “justicia”, todas esas palabras que, como dirían los modernos, son red flag de estafa. El concierto catalán hubiera sido igual de justo antes de convenirle a Sánchez, y eso precisamente, que la conveniencia de Sánchez se convierta automáticamente en necesidad del Estado y de la democracia, incluso contradiciendo los discursos anteriores, destrozando cualquier coherencia programática, ideológica o simplemente moral, eso, decía, es lo que no se puede tragar ni Espadas con un barreño de café con leche. 

Illa, como Sánchez, no puede gobernar, sólo está ahí en el sillón de rapero o más bien de reina de la cabalgata, y no tiene ni poder ni fuelle, sólo alumbrado, séquito y un cansancio obstinado convertido en estilo, como algunos reguetoneros. Por supuesto que Illa no convence, ni Sánchez tampoco, pero el PSOE no se divide ahora entre convencidos y no convencidos, sino en incrédulos cínicos e incrédulos apóstatas. Seguramente los barones o cuadros que confíen más en ganar elecciones que en que Sánchez los jubile de senador, de asesor, de Bibiana Aído en la ONU, de concejal de fiestas o de gerente de empresa de aguas, terminarán apostatando e incluso apuñalando al líder cesarión. Los demás seguirán creyendo sin creer, que es como cree la mayoría, hasta que les llegue el retiro o la otra vida, que en política no es la muerte sino la conversión al siguiente líder que venga. Eso, si con tanta solidaridad y tanto baladón hipócritas aún queda Estado donde colocarse…