Estamos esperando a que vuelva Puigdemont, así como a pagar la larga cuenta de los vinos que se tomó aquel día antes de desaparecer como raptado por un circo ambulante (los circos debían de raptar mucho antes, según los padres, pero ya se ha perdido el miedo de los niños a los saltimbanquis y a los feriantes, igual que se ha perdido el miedo de los políticos a la verdad). Puigdemont ha ido entrando y saliendo del foco, de la actualidad, de la mitología, de nuestra vida, como el tombolero o el abominable hombre de las nieves, que algo de los dos tiene el mesías del independentismo. Pero ahora tiene que hacer algo, cuando Esquerra le ha sacado a Sánchez un concierto o fuero para Cataluña que no es federal ni confederal, sino señorial (se llevan los impuestos, las mieses y las mozas, pero no las deudas, los señoritos). Algo tiene que hacer Puigdemont, que vuelve a perder la guerra de los símbolos y de la pela con Esquerra pero, sobre todo, que corre el riesgo de ser olvidado, algo que no puede permitirse un mesías ni un heredero.
Puigdemont ya ha sido niño raptado por traperos, doncella enrejada, tañedor de torreón, agitador de gallinero y rey del Siam (al menos para Santos Cerdán y aquellas embajadas sanchistas que él recibía sobre elefantes y cojines), así que lo único nuevo que puede hacer es volver. Volver no como el que ha triunfado, sino como el que se quedó sin gasolina o sin fichas del casino. Al president en el exilio, ese título como de poeta muerto de hambre, no lo votaron masivamente para que volviera, como seguramente él creía. Más que nada porque hasta el independentismo se ha dado cuenta de que es más útil tener a Sánchez en la Moncloa y a Illa sobre la comodita de la abuela, como un san Martín de Porres, que tener a Puigdemont de revolución en casa o de ayatolá en Suiza. Sí, también a Illa, que ésa es la verdadera novedad, no Puigdemont regresando entre heredero de la corona portuguesa y santo de barquichuela.
Lo que no supo ver Puigdemont mientras negociaba la investidura de Sánchez es el papel consolador que iba a tener para el PSOE presidir la Generalitat
Lo que no supo ver Puigdemont mientras negociaba la investidura de Sánchez, ahí entre danzas de siete velos y cofres de monedas, es el papel consolador que iba a tener para el PSOE presidir la Generalitat. Sí, presidirla siquiera estatuariamente, con ese Illa no sé si esfinge o jarrón, para así vivificar un poco el proyecto paralizado o ya putrefacto de Sánchez. Y también, no menos importante, para tener el apoyo del poderoso PSC cuando el resto de los territorios y barones, muertos de hambre igualmente, se vayan rebelando. Lo que no vio Puigdemont lo ha visto Esquerra, claro. Puigdemont se deleitaba en la venganza, y aunque es cierto que consiguió la amnistía, la pela siempre ha pesado más que la libertad.
Los indepes no aspiran a ser mayoría (nunca se han considerado la mayoría, sino la totalidad), sólo aspiran a tener el poder y los medios para conseguir sus fines. Por eso ERC se ha aliado antes con Sánchez que con Puigdemont. Sánchez se lo puede dar todo, como se está viendo, y Puigdemont sólo les daría grima, llanto y agonía, como la plañidera de pueblo, toda luto y chepa, en la que parece haberse convertido. Puigdemont ha perdido el protagonismo y la iniciativa, hasta el punto de que ahora sólo puede volver para ser crucificado muy romanamente por los GEO. La verdad es que Puigdemont ni siquiera puede derribar a Sánchez, un presidente al que no le importa no tener presupuestos ni no aprobar leyes mientras pueda ir a los Juegos Olímpicos con la bandera bordada y el pecho reventón, como un legionario de sí mismo. Puigdemont tendría que apoyar una moción de censura de Feijóo, o hasta de Tamames otra vez. Como para no estar mosqueado.
Puigdemont necesita hacer algo porque se da cuenta de que él es, ahora, menos decisivo y significativo para Sánchez que Esquerra, y menos decisivo y significativo para el independentismo que Sánchez. Quizá Puigdemont sólo es útil para Puigdemont, que su lucha siempre fue una lucha por la supervivencia personal, como un príncipe carlista. Puigdemont sólo podría salir a la calle con el mecherito y la barricada, a esperar el 155 y que se lo lleven los titiriteros una vez más. Pero ERC podrá salir a la calle con pasta y poder catequizante, o sea lengua, escuela, medios públicos, chiringuitos. Y así, como dijo Marta Rovira, terminar lo que se empezó, o quizá incluso algo mejor, o sea una independencia que no haya que luchar ni sangrar, sino que sea subvencionada por Sánchez. Mientras, Illa se dedicará a hacer dulces de convento, o sea a hablar de solidaridad y de convivencia como si hablara de torrijas.
Estamos esperando a que vuelva Puigdemont, que ya sólo aspira a montar el numerito, un prendimiento con sanedrín traidor, romanos de lata y banda de cornetas, por si así fastidia el plan de Esquerra y Sánchez. Tener a Illa en la Generalitat, bendiciendo la mesa de los independentistas con su cosa de monje de refectorio, y tener a Sánchez en la Moncloa, dándolo todo por la presidencia como por una última papela, eso es lo que ha visto ERC que más conviene. Por alguna razón Sánchez le ha concedido gran importancia y gran precio a la Generalitat. Quizá planea empezar a armar desde allí el nuevo milagro y el nuevo relato, con las torrijas de Illa, de la convivencia y quizá del federalismo, por llevar algo diferente a las próximas elecciones, a la próxima batalla contra la ola ultraderechista etc. Mientras, el procés, en realidad, seguirá recaudando, guardando y abrillantando el oro igual que las espadas.
Sánchez cambia la financiación del independentismo por la financiación de la estancia presidencial en la Moncloa, que eso es ya, la estancia y no el poder ni el gobierno, lo que está pagando. Lo que ocurre es que, ahora mismo, en este plan o esta nueva versión del plan, Puigdemont importa poco. Podrían detenerlo como a un cristo de farol, como al Lute o como al Yoyas, y no le importaría demasiado a casi nadie. Eso sí, Puigdemont no pagará ni los delitos ni los vinos. Será indultado y volverán a sentarse, todos, para intercambiar favores, parcelas, herencias, mitología y relatos, como feriantes o como hombres del saco.
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