El espíritu de nuestro tiempo está condicionado por un factor un tanto inquietante, dado que es constante y variable a la vez. Constante porque persigue siempre el mismo objetivo y variable porque hay veces que modifica su movimiento de forma brusca, influenciado por cualquier riesgo o estímulo. Ese zeitgeist se resume en una frase: “lo que diga Pedro es lo que hay”.
Dado que el líder del Ejecutivo tiende a decir y contradecirse; y a pronunciarse y desmentirse, digamos que ese zeitgeist es cambiante e incluso vacilante; y su movimiento es más parecido al del rabo de un perro que al de un péndulo. A veces está en reposo, a veces oscila a decenas de revoluciones por minuto y a veces se ralentiza, lo que obliga a realizar constantes esfuerzos de adaptación a quienes se dedican a su observancia y análisis.
Si hay alguien que ha entendido bien su dinámica es Antonio Papell, cronista privilegiado del sanchismo y soberbio medidor del ánimo del jefe y de las transformaciones de su alma, hasta el punto de llegar a mimetizarse de forma sorprendente con la mente y el corazón del presidente. Papell y otros grandes conocedores del espíritu presidencial llevan un buen tiempo empeñados en proclamar el final del proceso soberanista catalán, algo que el resto de los mortales no termina de entender, pero que se fundamenta en una lógica bien clara: si Pedro lo dice, es que es así.
Se han empeñado ahora, por tanto, en defender el término del conflicto en Cataluña y en ensalzar a ERC por su 'generosidad' y visión de Estado al apoyar la investidura de Salvador Illa. No seré yo quien enfríe sus expectativas ni quien se atreva a contradecir lo que transmiten Sánchez y los Papelles, pero a lo mejor resulta muy osado anunciar el punto final del proceso soberanista cuando todos los partidos que lo defienden mantienen en su discurso la idea de que el futuro de esta región debe ser independiente del de España. En otras palabras: han afirmado y reiterado, hasta la afonía, que no pararán hasta fundar su propio país.
Indultos, amnistía y desparrame
La propaganda, en cambio, está empeñada en negar la realidad, como quien intenta colocar un coche averiado a un primo o a un despistado. Llevan ya varios años intentando vender su chatarra.
Tocaron hace un buen tiempo las trompetas y las campanas para celebrar que la concesión de los indultos a los líderes independentistas sofocaría definitivamente el incendio catalán y no fue así. Sucedió lo mismo cuando se aprobó la Ley de Amnistía y la herida siguió abierta. Se lanza a los cuatro vientos ahora el mismo mensaje, pero, en paralelo, todo tiene pinta de torcerse si Carles Puigdemont cumple con su amenaza de a Cataluña para ser encarcelado.
Pese a todas estas evidencias, los corifeos de Pedro Sánchez se mantienen en sus trece, pero, a la vez, la emprenden contra el prófugo porque se niega a contribuir a la pacificación de Cataluña. En otras palabras: el conflicto sigue abierto, pero el sanchismo mediático intenta transmitir lo contrario, en una nueva vuelta de tuerca argumental. En otra manipulación de la realidad y en otra demostración de que consideran a los ciudadanos poco menos que como imbéciles de remate.
La verdad no va por esos derroteros...
La realidad es que el plan para investir a Salvador Illa tan sólo le conviene a los firmantes del último pacto entre las partes. A ERC, porque en el partido estaban aterrados con la posibilidad de repetir elecciones y que su resultado empeorara todavía más que el 12-M, en detrimento de Junts. Y al PSC, porque siempre es más fácil negociar un Gobierno con los republicanos que con el ejército de Pancho Villa que comanda Puigdemont, bilingüe en catalán y ruso moderno y, por tanto, especialmente interesado en mantener viva la llama de la discordia.
Su acuerdo fiscal no sólo no 'pacificará' Cataluña, sino que amenaza con agravar todavía más el conflicto español. Si finalmente se sustancia, podría agrandar el sentimiento de rechazo a los independentistas en el resto de España y eso podría provocar que los discursos revanchistas contra los catalanes -lamentables- ganaran fuerza en otras regiones. Por otra parte, el hecho de que la Generalitat disponga del control del 100% de sus impuestos provocará una mayor autonomía de esta región, pero no hará que los secesionistas renuncien a su objetivo. Porque, de lo contrario, podrían enfrentarse a una pérdida de votos notable. No conviene olvidar que, en las pasadas elecciones autonómicas fue más persuasiva para el votante independentista la línea dura de Junts (674.896 votos) que la negociadora de ERC (427.135). Parece un poco iluso pensar que estos partidos no son conscientes de ello.
Pero es que, además, hay que ser muy inocente para concluir que, en el caso de que el plan pactado no salga adelante, los independentistas no lo van a utilizar de una forma similar a como hicieron con la sentencia del Estatuto en el Tribunal Constitucional. Es decir, como gasolina para volver a incendiar Cataluña. Porque al Gobierno le ha funcionado hasta ahora la estrategia de conceder todo tipo de prebendas a los secesionistas para salvar sus match ball políticos y demoscópicos. Pero, ¿acaso cree que Puigdemont y compañía no van a volver a las barricadas cuando algo no les salga según lo previsto?
¿De verdad que puede considerarse resuelto el conflicto? ¿O acaso en Moncloa están tomando el pelo al personal?
El propio “presidente de la Generalitat en el exilio” ha mostrado su disposición a hacerlo en los últimos días, ante la certeza de que su rival político (ERC) ha tomado una decisión relevante para Cataluña sin tenerle en cuenta. ¿De verdad que puede considerarse resuelto el conflicto? ¿O acaso en Moncloa están tomando el pelo al personal? ¿Quizás se puede concluir que los Papell y compañía se dedican a eso a jornada completa?
Ya sabemos que su criterio depende de la famosa frase en cuestión -”lo que diga Pedro es lo que hay”-, pero cuando intentan dibujar un paisaje que no existe e imponerlo como si fuera una realidad incuestionable, a lo mejor se les podría acusar, como mínimo, de trileros. Porque el conflicto en Cataluña, por desgracia, no ha terminado, y mientras una de las partes no renuncie a su idea de la independencia, la tensión tenderá a aumentar e incluso a desbocarse cuando se intente imponer la ley frente a los intereses de los secesionistas.
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