Vendrá Puigdemont, quizá con peluca sobre la peluca, con gafas sobre las gafas, con nariz sobre la nariz, vestido de la vieja en que se ha convertido o de la fallera que siempre ha sido, entre el incógnito y el espectáculo, como una actriz con pamelón. Vendrá Puigdemont, otra vez en un maletero, como un político de garrafón, o quizá en calesita de torero, con cojón bordado y novias en los balcones y en el confesionario, o en grúa municipal, como un rey de la chatarra y de los recursos públicos (él sigue creyendo que lo público le pertenece al gobernante en vez de al gobernado). Vendrá Puigdemont, quizá ofreciendo sus manos atadas con espartos mojados y cordones de oro, o interponiendo multitudes índicas o levíticas entre su santidad de falsa modestia y el cruel destino, o escabulléndose entre cestos y carromatos, como un ladrón de Bagdad, para colarse en el Parlament y descolgarse luego de un palco con una flecha en la boca como una rosa de tango. Sí, me pregunto cómo vendrá Puigdemont, si acaso al final viene, claro, que uno diría que es muy pronto para que sea un mártir y muy tarde para que deje de ser un cobarde.

Tengo que confesar que escribo algo inquieto, por si Puigdemont nos cae de repente, rompiendo los tragaluces como un comando de marines o como un arcángel de anunciación o de cornisa. Quizá Puigdemont ya está aquí, ha pasado la frontera en borriquita, en doble fondo o envuelto en una alfombra. Quizá el vídeo que ha difundido, y que es ciertamente como una anunciación en un motel, está grabado en España y Puigdemont ya espera en un piso franco, en un zulo en un molino, en una cabaña con leñera, en una ermita consagrada a la patria y a los alacranes. Puigdemont, en realidad, es un político casi desahuciado que se cree que es el Chacal, o algunos por ahí se han creído que es el Chacal. O sea que parece que este jueves en Barcelona alguien se quitará el bigote y el gorro de cosaco y será Puigdemont soplando el rifle caliente, mientras el españolismo cae de rodillas con su sangre de torero empapándole el pecho, una cosa goyesca y lírica. Yo más bien creo que es el gran final folclórico de una folclórica, y que la cosa va a ser como la boda de Lolita.

Puigdemont, ya lo decía yo el otro día, tiene que hacer algo, aunque sea morirse operística o pictóricamente en un parque de Barcelona, como si se muriera entre estandartes y caballos en el Louvre. Al final, esas airosas reverencias que Sánchez y Santos Cerdán le dedicaban en Suiza han sido superadas por el sólido parné que Esquerra ha conseguido a costa del resto de españoles. Al final, a su amnistía espuria e imposible (simplemente, no hay manera de convertir la impunidad en ley) le ha ganado o le va ganando el Derecho. Y, al final, su poder sobre Sánchez, al menos en este momento, tampoco era tanto. Una cosa es sabotearle las votaciones en el Congreso y otra echarlo del búnker con piscina de riñón de la Moncloa, que es lo que a Sánchez le importa. Sánchez lo que quiere es que le llamen señor presidente, como el señor marqués quiere que le llamen señor marqués en el casino. A lo mejor es eso también lo único que quiere Puigdemont, esté en Waterloo, o sobre un caballo percherón por Barcelona, o en la cárcel siendo, con mucho retraso y aún más inutilidad, el nuevo Junqueras con traje de saco y biblia de renacido.

Puigdemont vendrá, no porque haya dejado de ser cobarde sino porque ahora mismo ya no le sirve ni la cobardía. Algo tendrá que hacer

Cuando escribo, Puigdemont aún no ha entrado por mi ventana con jersey de ladrón de joyas o de alcobas, ni ha salido en el telediario como un mesías de musical, con coros y palmáceas, ni como un checheno forrado de cuchillos. Pero yo creo que sí, que Puigdemont vendrá, no porque haya dejado de ser cobarde sino porque ahora mismo ya no le sirve ni la cobardía. Algo tendrá que hacer, una revolución de un día, aunque le quede como una primera comunión con reyerta o con conga, o un barullo de toreros o futbolistas, como si hubiera ganado la pequeña Copa del Exilio. Hay gente que pierde no la guerra, sino hasta el exilio, y esto creo recordar que lo decía Umbral de algunos exiliados que se quedaron en eso, en exiliados, porque no llegaron ni a buenos poetas ni a buenos milicianos, ni siquiera a buenos anfitriones por allí donde vivían como encebollados en exilio. Tampoco Puigdemont ha llegado más que a melancólico de exilio, como esos melancólicos de bufanda, ni poeta ni político ni héroe ni dandi.

Vendrá Puigdemont, irá al Parque de la Ciudadela como al Huerto de los Olivos, irá como un espía a su puente de los espías, con luz apocalíptica o sumaria de pitillo; irá como un héroe a empujones o un cobarde en las últimas, haciendo de la necesidad virtud como dice Sánchez sin darse cuenta de lo que dice; irá a una guerra que sólo es una feria o a una feria que sólo es un casorio triste, como esa gente que se casa con ella misma. Vendrá Puigdemont y lo detendrán, detrás de un periódico o detrás de una barba, dentro de un disfraz de vaca suiza o dentro de una fuente de chorritos, porque el escándalo no sería la detención de un prófugo sino que llegara y se fuera como llega y se va el circo. Además, no se puede ser héroe entre dos huidas de cobarde.

Vendrá Puigdemont y quizá se parará el Parlament un día, como por el luto de un conserje (Puigdemont ya es como un conserje amojamado o amortajado, que se merece un avemaría pero no una guerra ni menos un suicidio). Vendrá Puigdemont y no sé si eso le servirá para algo, porque el independentismo ya ha visto que el dinero y Sánchez son más útiles que los éxodos, los martirios y los motines (el independentismo catalán, además, siempre fue cobarde o vago, que no querían ni hacer la revolución, sino que les convalidaran un golpe de Estado como democracia). Se detendrá a Puigdemont, en fin, aunque sea para que salga en Navidad o en Semana Santa, como indultado por un cristo cautivo y pelucón igual que él, y se retire a un monasterio o a una botijería. Pero no se detendrá el dinero y no se detendrá el independentismo, porque no se va a detener Sánchez. Lo demás es barullo y comidilla.