Sucedió algo terrible el domingo por la mañana en Mocejón (Toledo). Un chico de 11 años fue cosido a puñaladas mientras jugaba al fútbol. Los testigos contaron que el autor, encapuchado, escapó después de cometer el crimen. Nadie conoció su edad ni su procedencia hasta el lunes por la tarde, pero el domingo a mediodía la turba ya había sacado sus conclusiones y los tertulianos habían comenzado a disertar al respecto. No faltaba malicia en sus argumentos, que en muchos casos no brotan de la honradez intelectual, sino de su interés en seguir facturando a esa televisión o esa radio. Tampoco ahorraban en especulación, como es habitual en estos casos.

Los datos sobre el presunto culpable de esta barbaridad fueron escasos durante las primeras 36 horas. Mientras la Guardia Civil intentaba identificar a este salvaje y sacarle de su escondrijo, se avivó un debate racista en las redes sociales que se intensificó con el paso de las horas. Poco importó que el autor fuera español. El único interés de los xenófobos es siempre el de diseminar semillas de odio y abundar en su sesgo de conformación. Engorilados y simples.

Hay quien vive de eso y quien dedica sus días a intentar demostrar que su visión distorsionada de la realidad es certera; incluso infalible. Tal es así que, minutos después de que trascendiera la citada detención, había energúmenos que culpaban a algunos opinadores de utilizar este hecho para defender a “la peor inmigración”, a la que consideran culpable del empeoramiento de la seguridad en España. Siempre sucede lo mismo.

Todo es política, todo es irracional

La España de nuestros días es especialmente propensa a estos avisadores del apocalipsis y a sus actos de justicia popular porque está entregada a la política más invasiva y demagoga. El país no es cautivo inconsciente de este fenómeno, como quien reside en la caverna platónica y considera las sombras como la realidad. Los ciudadanos lo saben y lo aprueban. No hay nadie inocente en este proceso, que tarde o temprano llevará a acercarse o alejarse de los amigos en función de su filiación. No tengo dudas.

Las sociedades racionales son menos permeables a la ideología, pero este país se halla en una cuesta abajo y eso se puede apreciar en episodios como el del domingo, cuando decenas de personas, por no decir cientos, concluyeron en sus redes sociales que el asesinato era responsabilidad de un inmigrante. ¿En qué se basaban? Entre otras cosas, en que en un hotel de la localidad -dijeron- hay alojados diversos menores africanos. Como este tema es objeto de disputa partidista, hay quien dictó sentencia sin necesidad de recibir ninguna prueba más.

¿Ha sido un extranjero el asesino? En absoluto, pero diría que hay quien tenía un especial interés porque lo fuera. La verdad no es más importante en estos días que el ganar los asaltos de la pelea ideológica. La batalla cultural ha conquistado departamentos de universidad y ateneos, mesas de tertulia y cafés. Eso ha creado una atmósfera densa sobre cualquier debate que anima al enfrentamiento, a la censura... o a la autocensura.

El debate sesgado sobre la inmigración

Los temas sociales que se rebozan con ideología terminan por generar incendios. La inmigración es uno de ellos. Quizás el peor. Existe un cordón sanitario que impide hablar de los beneficios de la inmigración o de los perjuicios de su vertiente ilegal sin que alguien te asigne un adjetivo hiriente, desde “xenófobo” hasta “colaboracionista”. La censura que existe a la hora de analizarlo explica que los excéntricos y los extremistas -y hablo de varios extremistas, no sólo unos- tengan tanto protagonismo en estos días.

Mientras los prudentes callan, los desvergonzados pregonan. Y estos últimos son los que consideran el control de la inmigración como algo inhumano. O los que sostienen las más delirantes teorías sobre el Islam o sobre las razas superiores e inferiores. En tiempos de tribulación, como los actuales, estas soflamas calan por algo doloroso de concebir: al ciudadano medio se le apagan las luces cuando está preocupado y le atemorizan. De niño, le asustan con historias para no dormir. De mayor, con la exageración de los problemas o la redacción de libelos.

Los pintores de brocha gorda se han adueñado de este debate y eso ha orillado asuntos más habituales y lesivos; y que no son falsos, como los que pregonan los extremistas desvergonzados. Son temas que afectan a muchas más personas y que los abogados de extranjería han trasladado en múltiples ocasiones a quien firma estas líneas. Por ejemplo, los relacionados con el nefasto funcionamiento de la Administración... o con el retraso de la renovación de las residencias. O con las diferentes vulneraciones que se realizan sobre la normativa de los padrones municipales. En muchas ocasiones, por la prevaricación -con mayúsculas- de los funcionarios; o por el establecimiento de reglamentos ministeriales que son contrarios a la Ley de Extranjería.

La Administración calla sobre lo importante

También se puede hablar de usos y costumbres tercermundistas que afectan a la inmigración legal, como los relacionados con la necesidad de invertir entre 100 y 200 euros para que una empresa externa se encargue de conseguir cita en las sedes de extranjería, dado que, misteriosamente, nunca hay. ¿Por qué sucede esto? Porque hay bots y seguramente particulares que manipulan el sistema. ¿Por qué se permite que un tercero se apropie de un recurso público de esa forma tan evidente? Sorprende que este asunto, recurrente y de gravedad, no se debata más a menudo, dado que genera ingresos ingentes y miles y miles de 'víctimas' cada año. ¿Quién está aquí en el ajo?

¿Y quién habla de la efectividad de las ayudas públicas a individuos y organizaciones? Nadie, en absoluto. ¿Fomentan las subvenciones la integración o derivan en la creación de núcleos de marginalidad (y ojo, no sólo a extranjeros)? Hay un silencio impuesto sobre este tema que genera principalmente dos víctimas. Primero, los inmigrantes con una situación regular, que tratan de salir adelante cada día de forma absolutamente honrada. Y, segundo, la verdad.

Todo esto ha generado un clima de confusión que ha arrastrado a una parte de los ciudadanos a la perplejidad y, en ocasiones, a posturas radicales. Las de 'los Alvises'. En ocasiones, han llegado ahí por lo que viven y, en otras, por lo que les cuentan, que está manipulado por unos y otros extremistas; y siempre maltratado por los periodistas, también culpables en estos casos por estar afectados por sus filias y fobias ideológicas.

Esta vez, la mecha ha saltado por el asesinato de un niño, sobre el que se ha teorizado antes de saber la procedencia del agresor, cosa preocupante. Pero el motivo de la discordia puede ser cualquiera. Quien intenta imponer su ideología chafardera, aprovecha cualquier momento para manipular y confundir. No lucha por la verdad, sino por ganar la guerra. Hay quien generó una alerta nacional por unos pinchazos en las discotecas que nunca existieron. El propio Alvise llegó a atribuir el homicidio de un Guardia Civil a alguien que no era.

Y cuentan los guías turísticos en Cracovia que, en 1945, tras la Segunda Guerra Mundial, hubo una superviviente de Auschwitz que murió tiroteada porque le acusaron de intentar secuestrar a un niño. Ocurrió después de que se publicara un 'libelo de sangre' que alertaba de los falsos rituales que hacían los judíos con los críos, como venganza por haber sido víctimas de los nazis. La condición humana es inmutable y sus peores manifestaciones son similares en contextos muy diferentes. La razón ha sido históricamente un bien escaso.

Un menor ha sido asesinado en un pueblo de Toledo por un español y hay quien ha aprovechado para culpar a los inmigrantes y para pedir la deportaciones masivas. Oscuros tiempos nos ha tocado vivir.