Los países de la Unión han hablado sobre Venezuela. Algunos expresando públicamente su absoluto rechazo al pretendido resultado electoral en el que se declara ganador de las elecciones presidenciales venezolanas a Nicolás Maduro. Para ellos, lo anunciado por los entes que simulan autonomía, pero que hasta la Corte Penal Internacional ha concluido que carecen de independencia, ha resultado en una grotesca ausencia de pudor frente a la ley y los derechos cívicos. Otros, por el contrario, han sido tibios en sus expresiones de rechazo y condena. Incluso, los hay que, por motivos varios le sirven al régimen tropical como portavoces de su comedia en suelo europeo y allende mares, gracias a las redes sociales y la geopolítica.

En una dinámica mundial que se encuentra ya tan lejos de aquella en la que Europa y sus partes controlaban, junto con Estados Unidos, Japón y Canadá, el 90% del comercio mundial –asunto nada trivial, si consideramos que junto con ese poderío y seguramente muchos desmanes, impulsaban los valores de la democracia, el Estado de derecho y los derechos humanos– Europa hace un incomprensible juego de equilibrista. 

Cierto es que, en tanto que Unión, Europa necesita mantenerse relevante, o volver a serlo. En efecto, hoy en día, con una participación en el comercio mundial de aproximadamente el 15%, la UE enfrenta desafíos importantes frente a la ambiciosa China, que cuenta, ella sola, con otro 15% y que, junto a sus aliados circunstanciales unidos como fuerza altermundista en el BRICS+, pueden superar la tajada del 20% del comercio mundial.

Por su parte, el otrora gigante Estados Unidos, aunque mantiene el liderazgo en tecnología y comercio de servicios, se ubica más cercano a un 12%, según los cálculos de la Organización Mundial de Comercio, es decir, que junto a los Veintisiete alcanzarían a controlar poco menos del 30% del comercio global. Desde esta aproximación se entendería entonces, que Europa trate de asegurarse su crecimiento económico, poniéndolo por encima de otras consideraciones, incluso los principios y valores fundamentales de la UE.    

A la par de cómo se reparten la torta, las características de quienes compiten en el actual escenario mundial son en su esencia sistemas distintos. Y entonces allí sí que podemos ver al mundo menos multipolar y más bipolar, repartido entre democracias y autoritarismos; autoritarismos que han aumentado vertiginosamente en los últimos tres lustros. Países como Serbia, Rumanía, Hungría y Turquía, parte del suelo europeo, son hoy catalogados por organizaciones como Freedom House o V-Dem Institute, como no democracias, Estados híbridos, o Estados abiertamente autoritarios.

La amenaza se cierne, entonces, muy cerquita de casa, por lo que aquellos valores de democracia, libertad, igualdad ante la ley y derechos humanos, que dieron origen al sistema supranacional de mayor éxito mundial son tan importantes como el crecimiento económico que persigue Europa para mantener su relevancia en la geopolítica mundial. Incluso más importantes, pues sin ellos, a la larga, no hay tal crecimiento económico. Si seguimos esa línea vamos a un mundo basado en reglas sino en el más puro poder del más fuerte que creíamos superado con la entrada de este siglo.

Siendo total y absolutamente reduccionistas, pues no se trata aquí de un artículo académico sino de uno de opinión, Europa tiene en el autócrata Maduro un aliado de China, Rusia e Irán, que, aunque no tiene ranking para competir en la economía mundial, contribuye a que estos países, que controlan aproximadamente el 20% de la economía del mundo y que además son autócratas, sigan fortaleciéndose. Y en este momento, como en ningún otro desde que Venezuela se alejó de sus aliados históricos y se hizo territorio geoestratégico como cabeza de playa frente a Estados Unidos, ha sucedido que la reserva cívica de un país fracturado y destruido, la fibra republicana y democrática, se ha expresado contundentemente y ha dicho que quiere volver a ser parte de Occidente, que quiere se parte del grupo de países que valoran la democracia, los derechos humanos y el mundo basado en reglas.  

Entonces, ¿por qué se ve Europa como en un laberinto frente a Venezuela? ¿Por qué algunos permanecen tibios ante esta oportunidad para un pequeño reequilibrio geopolítico que suma al otro, más grande y cercano a sus fronteras? 

Hay una fascinación de la izquierda europea por los dictadores. Allí se reúne el antiamericanismo, la culpa postcolonialista, la arrogancia colonialista del Buen Salvaje bananero, un mal comprendido buenismo y los rencores personales

La respuesta corta quizá se resume en, como bien titulaba esta semana la revista francesa L'Express, esa extraña fascinación de la izquierda europea por los dictadores. Allí se reúne el antiamericanismo europeo, la culpa post colonialista aparejada con la arrogancia colonialista del Buen Salvaje bananero, amalgamados y marinados con un mal comprendido buenismo (que nada tiene que ver con el bien común) y los rencores personales, piedra angular de su ideología.

También está en la miopía e hipocresía de creer que los negocios europeos, en una Venezuela rica en petróleo, gas y otros productos mineros puede aportar al bienestar inmediato de los países de la Unión, y contribuir a mantener el trozo de la torta del comercio mundial en detrimento de sus socios americanos y sus competidores chinos. Nada más lejos de ello, escuchar los cabilderos de estas industrias es responder al corto plazo, a la dependencia de otro tirano, como si no bastase Putin, que, en ausencia de Estado de derecho, hará con las inversiones lo que le venga en gana, incumplirá con sus compromisos, y de paso, los tomará rehenes para seguir forzando condiciones y precios desventajosos. 

En el reverso de la moneda está esa Venezuela que se abre al mundo con una promesa de reinstitucionalización en los valores compartidos, que debe ser reconstruida con las tecnologías de nuestros tiempos, para lo que se requieren cuantiosas inversiones de socios comerciales que la deseen fuerte, pacífica y estable. Que hay que hilar fino para conseguir una transición exitosa, no hay duda de ello, pero que la apuesta debe ser a este proyecto de país que beneficia el progreso en ambos lados del océano, no debería dar cabida a equilibrismo alguno. 


María Alejandra Aristeguieta es internacionalista, ex embajadora de Venezuela en Suiza, designada en 2019 por la Asamblea Nacional.