Sánchez se va a arreglar la emigración, el hambre y toda la marabunta de moscas y almas de África por el método que él usa siempre, que es pasearse con sombrero por los problemas como por los hoteles de la costa. Es una manera de arreglar las cosas muy de señorito, sin arreglarlas, meneando una autoridad de jaca, polvareda y taconeo por las cabañas de los pobres, ordenándoles que no tengan hambre, que no salten las vallas, que no roben melones y sobre todo que vayan mucho a misa, en este caso esa misa progre de culpa y mendrugos que tampoco se diferencia demasiado de la otra. Uno lo primero que piensa es que Sánchez le ha dado a Marruecos todo, desde el Sáhara a un Albares que hace como de camarero enguantado por las jaimas persas o las Persias entoldadas de Mohamed VI, y no ha conseguido nada. O sea, que no sé qué va a hacer en Mauritania, Gambia o Senegal, qué les va a contar o qué les va a dar (ya no queda nada que dar, todo se lo va a llevar Cataluña como en caravanas de Samarcanda). Lo mismo Sánchez piensa que basta con su presencia lechosa de dios colonial, como si fuera Tarzán.
No nos funcionan los trenes a Gijón o a Puertollano, ciudades que de repente parecen Vladivostok, vamos a controlar el flujo migratorio de todo África. Se nos fuga otra vez Puigdemont porque el muy desleal se pone un sombrero tirolés, vamos a dominar todas las fronteras terrestres y marítimas que confluyen desde los continentes de la miseria y la desesperanza. Lo que ocurre es que Sánchez no pretende hacer nada de esto, que sería una cosa trumpista, ultraderechista, ayusista o imperialista. Está claro que África no cabe en España, ni siquiera en el colchón de Sánchez, donde parece que hay sitio para todos. Y está claro que la desigualdad en el mundo tampoco la puede arreglar Sánchez, menos inventándose conciertos solidarios que significan justo todo lo contrario. Pero Sánchez no puede decir estas obviedades sin parecer, no sé, de Vox o de Junts. Sánchez siente que tiene que hacer algo pero en realidad no puede hacer nada, salvo coger el Falcon como el Batplane y dejar su silueta en las nubes como hacen los cursis en los cafés con leche.
A Sánchez sólo le queda viajar, peregrinar, rezar, irse a África como a un Tíbet o una India de Richard Gere o Brad Pitt, para redimir a todo Occidente, o al menos a toda la progresía de Occidente, contemplando intensa, emotiva y artísticamente la pobreza igual que un campo de azafrán. Ya digo que podría ser el señorito que iba dando el aguinaldo de un duro como una eucaristía, con la diferencia de que Sánchez no tiene ni siquiera ese duro para el español, menos para cada africano. Pero yo creo que ese duro con el que va Sánchez puede ser espiritual, como era en el fondo espiritual el duro del señorito, símbolo de lo que el pobre puede tener con paciencia, voluntad y obediencia, apenas olvide los naipes y el siestón, que eso es lo que creen todos los señoritos. O Sánchez ni siquiera va con ese duro espiritual y ácimo, sino a mover el telarañaje de la política todavía agosteña, a hacer un poco de presidente después de hacer sólo de hamaquero de los indepes y de abogado o apoderado de Begoña, que es lo que parecía el presidente últimamente, un apoderado de torero instalado en la Moncloa como en un hotel de toreros.
Sánchez se va de gira por África y uno piensa que debe de haber algo que Sánchez puede hacer en Mauritania pero no puede hacer en Canarias
Sánchez se va de gira por África y uno piensa que debe de haber algo que Sánchez puede hacer en Mauritania o por ahí pero no puede hacer por ejemplo en Canarias. Resulta extraño dejar Canarias ahí tal cual, como en su eterno naufragio histórico (Canarias parece el naufragio de un antiguo velero recreativo de la península), para irse antes que nada a África. Es raro o incluso tiene algo de pretensión mágica, como si Sánchez se hubiera embarcado en un peregrinaje artúrico a la fuente del mito (más mito europeo que africano). Irse a África como a la gruta primigenia o como a la montaña de los dioses, no porque sirva de algo sino para cumplir con una obligación más folclórica que supersticiosa. Allí, Sánchez, señorito con mosquitera, misionero con crucifijo, no sé si dará el duro o enseñará el duro siquiera, si les conminará a trabajar y a guardar el domingo, si amenazará con magia de blanco o más bien sólo aparentará, que es lo único que hace Sánchez desde que salió a correr por la Moncloa con perrito y camarógrafo aquella primera vez.
Sánchez se va de gira por África, que no es que no puedan servir de algo estos viajes a veces, lo que ocurre es que dudamos mucho de este capitán que va sin trapío, sin cargamento y sin reputación. La inmigración incontrolada es un problema que debe tratarse multilateralmente, y por eso la cooperación es más importante que las fragatas. Pero Sánchez no va ni con lo uno ni con lo otro. Sánchez va sólo a comprarse las sandalias o el cuenco del hippie, que es como comprarse el perdón, lo mismo en Hollywood que en la prensa del Movimiento. Pero estén seguros de que, luego, África y Canarias seguirán exactamente igual, como India después de Brad Pitt.
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