Publicó el otro día El País la carta de una lectora que había sucumbido a la desesperanza, cosa peligrosa, dado que la desesperanza no es un estado de ánimo, como la desilusión, sino que tizna el alma y suele acercarla hacia el cinismo, que es la más resbaladiza de las actitudes ante la vida.
Contaba esta mujer que se había visto obligada a regresar al hogar paterno porque su pareja y ella no podían afrontar el pago del alquiler de "un 'bajo' de 50 metros cuadrados" en el que habían residido durante los últimos tiempos, en Madrid. “El dedo acusatorio siempre apunta a mi generación, pero nadie piensa en por qué no nos cansamos, por qué no compramos casas o por qué no tenemos hijos”, expresaba, supongo que con la desazón de quien a los 26 años regresa a la casilla de salida sin la certeza de poder volver a abandonar su habitación de adolescente.
Agarre usted una calculadora y marque el siguiente número: 1.050,77 euros. Fue el sueldo medio de los jóvenes españoles durante el segundo semestre de 2023. El precio medio del alquiler en Madrid supera ya los 1.550 euros -Pisos.com-, inaccesible para una gran parte de los españoles, especialmente para los menores de 25 años. Por eso, cualquier joven que aspire a vivir en la capital deberá buscar una habitación en un lugar asequible, por ejemplo, Ciudad Lineal (425 euros, según Idealista).
Ni siquiera una pareja con unos ingresos parecidos, e incluso superiores, podría plantearse el residir de forma independiente. De hecho, si caen en las manos de intermediarios del sector, como Alquiler Seguro (el tranquiler va por bandos), probablemente no pasarían los test de solvencia ni con unos ingresos el 50% superiores. Si tuvieran un hijo, muchos propietarios no los querrían, dado que eso puede complicar las cosas en caso de que se tuerza la relación entre las partes.
¿Es todavía España un gran país para vivir?
Los lugares dejan de ser prósperos cuando lo necesario se convierte en imposible. Lo comprobé cuando me fui a vivir a Sudamérica una temporada. Ya me advirtió de ello el taxista que me transportó desde el aeropuerto hasta mi hotel: “Cuando en Europa sufren una crisis, se quitan de ir a cenar fuera. Acá hay quien se tiene que ir a la villa [poblado de chabolas] y pasa hambre”. Otro día, en el supermercado, comprobé que la carne de res tenía un precio excesivo, algo que se escapaba a mi lógica, dado que los salarios eran muy bajos y quien más quien menos se veía obligado a trabajar en más de un lugar. Pregunté: “¿Y cómo la comen si su sueldo no alcanza?”. La respuesta de mi interlocutor fue clara: “Si no la pueden pagar, no la compran”.
Entender aquello era entonces mucho más difícil para un español que ahora, cuando el alza de los precios de lo básico y el estancamiento de los salarios han provocado nuevas formas de escasez que a lo mejor no son tan visibles como la mendicidad, pero que existen. Tal es así que hay declaraciones de políticos, tertulianos y expertos que suenan a tomadura de pelo. Félix Bolaños celebraba el jueves que la inflación se haya contenido durante el último mes. Rafael Simancas -136.887 euros al año, eterno adolescente intelectual- escribía en Twitter: “Impaciente por ver hoy esas entrevistas sobre precios a pie de mercado a las que tan aficionados son algunos medios”.
Desconozco si estos mensajes tienen capacidad de persuasión, pero basta con consultar esta web para cerciorarse el incremento del precio de los productos básicos. En enero de 2020, la botella de aceite de oliva de 1 litro de la marca Carrefour costaba 2,55 euros, mientras que actualmente, 6,95. Según el INE, el precio medio de la carne de vaca costaba 9,84 euros en 2020, frente a los 12,2 actuales. El arroz redondo Hacendado ha pasado de 0,79 euros el kilo a 1,27; el paquete normal de espagueti, de 0,75 a 1,24; y la botella de leche entera fresca, de 0,77 a 1,05. Algo sucede cuando los españoles consumieron el año pasado 5 kilos de carne y 13 de fruta menos que el anterior, según los datos de SOS Rural, recopilados a partir de los registros del Ministerio de Agricultura.
Emanciparse es imposible
Se preguntará la autora de esa carta en El País cuál es la solución a todo esto y pensará que a lo mejor su única esperanza es esperar a heredar el piso de sus padres, algún día, para tener un lugar en el que caerse muerta cuando se jubile. A los 26 años, observará cómo sus proyectos vitales se han demorado hasta nuevo aviso, lo que compromete cualquier deseo de desarrollar una vida en pareja y de formar una familia. La natalidad de España es una de las más bajas del mundo mientras la reproducción asistida ha crecido el 33%, según los datos de la Sociedad Española de Fertilidad. Se puede pensar que esto sucede por dificultades reproductivas... o porque es cada vez más difícil iniciar un proyecto de vida antes de los 30... los 35... o los 40.
Las oportunidades laborales en la España vaciada escasean y los sueldos en Madrid, Barcelona y Valencia no suben al mismo ritmo que el nivel de vida. Los jóvenes han perdido en 15 años el 20% de su nivel adquisitivo -según se detallaba aquí- y los más formados, cansados de la falta de oportunidades, emigran en parte a otros países, en lo que debería ser declarado como 'catástrofe nacional', pero de lo que casi nadie habla porque, sencillamente, no le interesa a los grandes partidos ni a ciudadanos instalados en la comodidad y la estupidez supina.
El precio medio del metro cuadrado de vivienda en España ha aumentado en un lustro desde los 1.711 hasta los 2.153 euros, según Idealista. Mientras (INE), 6 de cada 10 viviendas se pagan al contado, lo que explica la existencia de una brecha entre los que pueden invertir y los que tienen dificultades para pagar un alquiler en el que vivir... y en el que iniciar su vida adulta. Lo cual harían, por cierto, con un sueldo medio que es inferior a la pensión que cobran sus abuelos (1.256,7), que pagan con sus impuestos (¡y no con lo que estos trabajaron en su día!) y con tasas de solidaridad intergeneracional.
Una vez conocido esto, suena a broma pesada el que se debata tanto sobre el incremento de las pensiones y tan poco sobre los jóvenes. Ni que decir tiene la estafa intelectual que supone el hecho de intentar comprar el voto de los que alcanzan la mayoría de edad con un cheque cultural de 400 euros. "Chico, mira aquí, al pajarito y no le pierdas de vista, que como se te ocurra reparar en lo demás, a lo mejor te das cuenta de que soy un impresentable".
La eventomanía, como anestésico
En mitad de este contexto, como quien no quiere la cosa, anunciaba el grupo Oasis estos días su vuelta a los escenarios y toda una generación lo celebraba. Conozco en mi entorno a varias personas que intentarán comprar las entradas, que serán caras. La eventomanía y el postureo de redes sociales son las dos grandes actitudes de los jóvenes... junto con la queja por su falta de oportunidades.
Hay quien malinterpreta estos mensajes y piensa que quien gasta en lo superfluo no tiene derecho a quejarse. Siempre les aconsejo que hagan cuentas para cerciorarse de que ningún joven independiente, con un sueldo medio (y bastante superior), podrá ahorrar 60.000 euros para la entrada de una vivienda, como paso previo para firmar una hipoteca eterna.
Quien pueda vivir con sus padres, tendrá la opción de guardar dinero mientras no lo 'quema' en un alquiler. Y quien tenga progenitores generosos, recibirá su ayuda para su vivienda. El resto las pasará canutas, deseando cada vez más el no cumplir años para no verse más cerca del abismo, que sucederá tarde temprano, en estas condiciones, cuando se vea sin el dinero suficiente como para pagar un alquiler. Eso, antes, era más complicado. Los jóvenes tenían una mucha mayor esperanza de mejora en el pasado.
Así que, ante el desencanto y la imposibilidad de generar proyectos y relaciones sólidas, hay quien ha decidido gastar en conciertos y restaurantes... y en consolarse en redes sociales. Es triste y patético, pero no deja de ser aquello de la válvula de Freud. Un anestésico. Cuando a un individuo la realidad le asfixia, necesita un tubo de escape para soltar lastre y aliviar la presión. De lo contrario, entrará en neurosis y abrazará la locura.
Y todo esto hay quien no lo entiende. ¿Qué pasará cuando el país se quede sin jóvenes con valía?
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