La magnitud del ataque del 7 de octubre, sus implicaciones para el pueblo palestino y la sorpresa que expresaron dirigentes políticos y aliados de Hamás hacen pensar que el brazo militar podría haber actuado por su cuenta. Es habitual que el brazo militar de Hamás actúe de forma autónoma, bajo la dirección estratégica general establecida por los líderes del movimiento, pero a cierta distancia, para proteger su naturaleza clandestina y la seguridad de los dirigentes políticos. Esta operación fue planeada y ejecutada por el brazo militar de Gaza bajo la dirección de Yahya Sinwar, con un grado de secretismo que cogió por sorpresa a la mayoría de los dirigentes políticos de Hamás. Plantea verdaderos interrogantes sobre la evolución de Hamás como organización (y sobre su evolución futura), teniendo en cuenta que fue el brazo militar el que llevó a cabo una operación tan transformadora, mientras que al brazo político no le quedó otra opción que seguirle la corriente.
Además de los objetivos militares en sentido estricto, a la hora de planificar esta operación, Hamás tuvo en cuenta otros factores, sobre todo sus sentimientos contradictorios hacia el acto de gobernar. Hamás se sentía atrapado en su papel como autoridad gobernante de Gaza. Cuando el partido se presentó a las elecciones de 2006, albergaba grandes reservas sobre asumir un papel en el Gobierno o incluso formar parte de la Autoridad Palestina. Los dirigentes de Hamás dijeron expresamente que no iban a aceptar las limitaciones de gobernar bajo la ocupación, como había hecho Fatah a través de la Autoridad Palestina en Cisjordania, sino que pensaban usar su victoria electoral para revolucionar la clase política. Hamás hablaba de la necesidad de construir una «sociedad de resistencia, una economía de resistencia, una ideología de resistencia» a través de esas mismas estructuras; y utilizarlas como trampolín a la OLP, desde donde podría liderar, junto con otras facciones políticas, un plan para la liberación de Palestina que representase a todos los palestinos, no solo a los de los territorios ocupados.
Hamás comprendió que, como no había una perspectiva real de creación de un Estado palestino, si se centraba en el Gobierno y la administración, solo estaría embelleciendo un bantustán dentro del sistema de apartheid israelí y no tendría perspectivas reales de soberanía. De hecho, ese es el modelo imperante en Cisjordania y, de haberse dado en Gaza, su carácter habría sido aún más extremo. El largo periodo de contención hizo pensar que el movimiento se había quedado atrapado en su propio éxito electoral y sus responsabilidades de Gobierno. En otras palabras, que se había apaciguado. El 7 de octubre se demostró claramente que no era así, que el movimiento utilizó ese tiempo para revolucionar su base, como siempre había sido su intención. Pensar qué podría haber ocurrido si se hubieran tenido en cuenta seriamente las propuestas políticas que Hamás planteó en sus estatutos de 2017 o qué podría haber ocurrido si el bloqueo de Israel hubiera seguido siendo impenetrable o si la operación hubiera fracasado son solo elucubraciones. El estrepitoso fracaso de los servicios de inteligencia israelíes y las hábiles tácticas asimétricas que emplearon los combatientes sugieren que la operación superó todas las expectativas.
La violenta forma en que Hamás ha desafiado el statu quo podría brindar a Israel la oportunidad de provocar otra Nakba, que asestaría a los palestinos un golpe devastador
No es ni mucho menos seguro que el cambio estratégico de Hamás y su exitosa interrupción del apartheid israelí conduzcan a la liberación palestina. La violenta forma en que Hamás ha desafiado el statu quo podría brindar a Israel la oportunidad de provocar otra Nakba, que asestaría a los palestinos un golpe devastador. Ahora depende sobre todo de los palestinos y de otros actores regionales e internacionales que este momento de desequilibrio se aproveche para conseguir un futuro más justo en Palestina/Israel. Lo que está claro es que no hay vuelta atrás. Sin embargo, los líderes y los diplomáticos israelíes, estadounidenses y de otros países occidentales se están preparando precisamente para eso. Aún no ha remitido la violencia genocida de Israel, pero el debate ya se centra en el día después.
Todos los indicios apuntan a que Estados Unidos e Israel quieren replicar en la Franja de Gaza el modelo de Gobierno colaboracionista palestino que existe en Cisjordania, que en su opinión es todo un éxito. En lugar de poner en marcha un proceso político integrador, que tenga en cuenta a Hamás y a otras facciones, y permitir que los palestinos elijan a sus propios representantes, Israel y Estados Unidos reproducen un enfoque antiguo, que consiste en elegir a líderes obedientes que cumplan las órdenes de potencias externas. El supuesto objetivo es unificar los territorios palestinos, pero después de destruir a Hamás y borrar oportunamente el papel que ambas partes han desempeñado a la hora de fomentar la desunión en el pasado. Lo que buscan no es una reunificación, sino un Gobierno obediente: la creación de una estructura de gobierno en la que un liderazgo dócil gestione las necesidades civiles bajo una estructura general de dominación israelí.
Cuando termine el genocidio, la infraestructura militar del movimiento habrá sufrido un duro golpe, aunque no tan grave como afirman la clase dirigente israelí y las potencias occidentales
Para que se establezca una autoridad elegida por Israel y Estados Unidos, primero es necesario arrasar Gaza y matar o desplazar a sus habitantes: el genocidio que se está produciendo en la actualidad. La eficacia de esta política dependerá de la respuesta a una serie de cuestiones, sobre todo si Hamás sobrevivirá o no, cómo evolucionará y qué forma adoptará su presencia en Gaza, si es que adopta alguna. Dada la inestabilidad de la situación actual, puedo plantear preguntas, pero no dar respuestas.
En cuanto al propio Hamás, es evidente que, cuando termine el genocidio, la infraestructura militar del movimiento habrá sufrido un duro golpe, aunque no tan grave como afirman la clase dirigente israelí y las potencias occidentales. El movimiento ha persistido en el campo de batalla sin sucumbir a ninguno de los objetivos militares de Israel. Tras más de seis meses de incesantes bombardeos, se han liberado prisioneros israelíes a través de negociaciones diplomáticas, no por otros motivos. La vasta infraestructura de túneles que construyó Hamás, que se estudiará durante décadas como una innovadora forma de lucha anticolonial asimétrica, ha resistido el violento asalto y ha conseguido proteger la mayor parte del arsenal de Hamás. Es posible que el movimiento sea expulsado de Gaza, que sus combatientes sean perseguidos y asesinados, que sus líderes sean perseguidos en el extranjero; es posible que su brazo militar se desintegre y se reagrupe en una red descentralizada de células que operen en toda la Franja de Gaza, y que, por tanto, adopte una nueva forma organizativa en relación con el buró político; es posible que Hamás resurja en Cisjordania, donde cuenta con una amplia red de apoyo y goza de popularidad.
Lo que es imposible es predecir el resultado exacto, pero está claro que la ideología política de Hamás (su compromiso y su defensa de la lucha armada contra la violencia colonial) persistirá. En este libro defiendo que la resistencia palestina es cíclica. Surgen partidos que se resisten a la colonización israelí y, debido al uso excesivo de la fuerza militar y a la marginación diplomática, se ven obligados a ceder y retirarse. Este libro describe cómo Hamás surgió en 1987 a partir de las concesiones de la OLP, defendiendo los mismos principios que la OLP había articulado antes de su ascenso, pero redactados con una ideología islamista que sustituía el marco nacionalista laico. Es demasiado pronto para saber cómo resurgirá Hamás, pero el argumento cíclico del libro se sostiene. Hay una continuidad en las reivindicaciones políticas palestinas que se remontan a 1948 y a mucho antes de la creación de Israel. Lo importante no es si Hamás sobrevive o no en su encarnación actual: la resistencia palestina (armada y de otro tipo) contra el apartheid israelí persistirá mientras siga habiendo apartheid y mientras los palestinos no sean aniquilados como pueblo.
La forma que adopte esta resistencia dependerá del modo en que Israel gestione la propia Franja de Gaza y del éxito que tenga a la hora de exterminar y/o expulsar a los palestinos que se encuentran
allí.
Los primeros indicios apuntan a que Israel está experimentando con modos de reinstaurar alguna versión de las Ligas aldeanas, de forma que las fuerzas de ocupación israelíes traten con líderes locales que administren a la población. Este es el modelo que suelen pedir los líderes de derechas que buscan acabar con la Autoridad Palestina, y podría plantearse como una estructura a largo plazo: que el Ejército israelí vuelva a ocupar la Franja de Gaza y a establecer sus asentamientos allí, dividiéndola en diferentes silos (como las zonas A, B y C del Acuerdo de Oslo en Cisjordania). También podría ser una solución temporal hasta que la administración de la Autoridad Palestina pueda volver a Gaza; lo que se espera en este caso es que, una vez allí, gobierne igual que ahora gobierna Cisjordania. Una entidad gobernante como esa tendría aún menos legitimidad que ahora, algo difícil de imaginar. Lo que la comunidad internacional pregona como la «solución de dos Estados» es precisamente este modelo: reunificar Cisjordania y Gaza bajo el Gobierno de la Autoridad Palestina sin cuestionar el dominio israelí. Se trata de un marco que permite la autonomía palestina, pero sin alcanzar la soberanía, y no es más que el mismo apartheid con un nuevo vestido más agradable.10 De este modo, la Autoridad Palestina remataría el trabajo de Israel, al actuar contra los restos de la infraestructura de Hamás bajo la apariencia de coordinación de seguridad.
Sea cual sea el resultado, está claro que Hamás dejará de existir como autoridad gobernante y retomará su papel militar, aunque sea una organización debilitada y aislada de las instituciones de liberación palestinas reconocidas internacionalmente.
Lo que el movimiento está intentando es aprovechar la ruptura que provocó el 7 de octubre para revitalizar la lucha palestina por la liberación, conseguir una unidad política entre las distintas facciones (ya sea a través de una Autoridad Palestina reunificada que rompa con los principios de los Acuerdos de Oslo o en el marco de la OLP) y revivir esa estructura de una forma más integradora y representativa. Desde el 7 de octubre, Hamás ha articulado sus exigencias políticas, ha expresado que está dispuesto a aceptar la formación de un Estado palestino con capital en Jerusalén Este y ha hecho un llamamiento a que Israel rinda cuentas. Todo ha caído en saco roto, porque las potencias occidentales han extendido un manto protector sobre Israel que permite que este persiga su objetivo de destruir a Hamás y la Franja de Gaza y, de ese modo, siga tratando la cuestión de la lucha palestina por la autodeterminación por medios militares, en vez de políticos.
Podemos sacar dos lecciones del 7 de octubre: que el apartheid no es invencible y que, independientemente de cómo se presente el «día después», este fracasará a menos que se garantice a los palestinos su derecho inalienable a la autodeterminación como pueblo
Es posible que la operación militar de Hamás no haya ido acompañada de la planificación estratégica necesaria para hacer frente a la enormidad del momento, y también es posible que, en última instancia, sus objetivos políticos se queden cortos. No obstante, sería estrecho de miras colocar el futuro de la liberación palestina solo sobre los hombros del movimiento. Es cierto que Hamás es la única gran organización palestina militarmente activa, pero es solo una facción dentro de un ecosistema mucho más amplio y diverso de organizaciones, facciones e instituciones palestinas que se están movilizando para hacer frente al apartheid israelí y que se niegan a volver a la situación del 6 de octubre, como quieren Israel y los miembros de la comunidad internacional.
Podemos sacar dos lecciones del 7 de octubre: que el apartheid no es invencible y que, independientemente de cómo se presente el «día después», este fracasará a menos que se garantice a los palestinos su derecho inalienable a la autodeterminación como pueblo. Los dirigentes políticos israelíes y sus subcontratistas en la Autoridad Palestina aún no han aprendido esta lección. Pero los movimientos políticos comunitarios, los aliados de Hamás y otras formaciones políticas y militares sí lo han entendido. Independientemente de lo que surja de la situación actual y de cómo se escriba el próximo capítulo de Hamás, está claro que el movimiento ha conseguido romper con la ilusión de que el apartheid israelí puede continuar sin coste alguno.
La destrucción de la Franja de Gaza y la espantosa pérdida de vidas civiles suponen un doloroso golpe para los palestinos que recuerda a la Nakba de 1948. Sin embargo, al mismo tiempo, Palestina ha vuelto a ocupar un lugar destacado en la agenda mundial y cada vez es más evidente que es un tema que hay que abordar, aunque el debate se haya polarizado con los acontecimientos del 7 de octubre. Además, al caer la fachada del proceso de paz, se ha abandonado el mortecino lenguaje político de la construcción del Estado y la partición y se ha vuelto a los términos iniciales, lo que ha dado paso a una comprensión de la realidad del apartheid israelí y de la forma en que este se opone a la vida palestina en Palestina. Aunque fue Hamás quien inauguró esta nueva fase y rompió con la enquistada realidad proveniente de décadas anteriores, son los palestinos los que tienen que dar forma a la trayectoria futura de su lucha.
El destino de Palestina no solo tiene que ver con Palestina, sino con el orden global y la lucha por un mundo justo
Hay un último punto que debemos afirmar de forma rotunda. El destino de Palestina no solo tiene que ver con Palestina, sino con el orden global y la lucha por un mundo justo en el que esta cuestión se disputa a nivel institucional. Es imposible seguir negando que las potencias occidentales han utilizado las organizaciones internacionales, como la ONU, para promover sus propios proyectos hegemónicos: resulta evidente al comparar las reacciones occidentales a la invasión rusa de Ucrania con las reacciones al genocidio israelí de los palestinos en Gaza. Países como Sudáfrica han tomado nota y han desafiado la hegemonía occidental en el Tribunal Internacional de Justicia, al llevar este genocidio a los foros internacionales. Este es solo un ejemplo de la forma en que el sur global está presionando para acabar con la unipolaridad estadounidense y la hegemonía occidental, que históricamente han permitido y apoyado la colonización sionista de Palestina, y se está movilizando para conseguir un orden mundial más justo, equitativo y descolonial. La movilización mundial sin precedentes contra el genocidio de Israel pone de manifiesto que Gaza representa un giro. Por usar las palabras del poeta, escritor y político francófono de Martinica Aimé Césaire, a través de Gaza, el «bumerán colonial» rebota contra la metrópoli.
Extracto de Hamás. Auge y pacificación de la resistencia palestina, de Tareq Baconi, recién publicado por Capitán Swing.
Basándose en entrevistas con dirigentes de la organización y en publicaciones del grupo, Tareq Baconi traza en formato cronológico la transición y evolución de Hamás durante treinta años, desde la resistencia militar marginal hasta la gobernanza. El libro cuestiona la concepción convencional de la organización y muestra cómo la ideología del movimiento amenaza en última instancia la lucha palestina e, inadvertidamente, su propia legitimidad.
Tareq Baconi es profesor visitante en el Instituto de Oriente Medio de la Universidad de Columbia. Su libro es la primera historia del grupo en sus propios términos, y amplía el contexto para entender la situación en la Franja de Gaza.
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