Escrivá pasa de ministro a gobernador del Banco de España, Óscar López pasa del sotanillo de la Moncloa a ministro, y parece que ésta es la manera natural en la que se van ocupando las vacantes del Estado, subiendo las escaleras de servicio de Sánchez. El que estaba en la bodega pasa al Gobierno, como llevando el brandy del señor, y el que estaba en el Gobierno pasa a la mitología madrileña de las cornisas y las fuentes, llevando tributos del señor a los dioses de puntillas que vigilan la capital y el capital en paños menores. El ascensor social socialista debía de ser más bien esto, esta escalera estrecha y desgastada, con los escalones pulidos por una piadosa cascada de pies, como la de la Torre de Pisa o la de la catedral de Segovia, y por la que suben y bajan bandejas y coladas, sastres y monaguillos, soldados y criadas que al final pueden terminar en los más magníficos sellos y cimborrios del Estado. La cosa es servir a Sánchez, cuya escalera desde o hacia su colchón monclovita es algo así como la escalera de Jacob.
Ya tenemos a un sanchista en cada organismo, en cada institución, casi en cada esquina, como los serenos de antes. El sereno era como un ángel municipal y yo creo que Sánchez lo que quiere es llenarnos todo de ángeles sanchistas, con el manojito de llaves del Estado y el silbato o la porra de la ortodoxia. Por la escalera de Jacob, recuerden, subían y bajaban los ángeles, supone uno que para ahorrar gasolina o alas, y con la escalera de Sánchez pasa lo mismo. Igual que hay una estricta jerarquía de ángeles (los ángeles siempre estuvieron entre lo militar y el ballet, con sospechosa ambigüedad), hay una jerarquía sanchista que cubre los escalafones según un orden coral, santo o castrense. Hay quien llega hasta la Cibeles, como un campeón del sanchismo, y hay quien se queda en chófer, pero el camino sigue siendo el mismo.
Poner a un ministro a hacer de ministro donde no puede haber ministros es más grave que jubilarse de consejero hidroeléctrico
Sánchez quizá tenía razón en eso de que iba a acabar con las puertas giratorias, porque las ha sustituido por sus brillantes escalinatas de bailarín o por su servil montacargas, o incluso manda ya a sus ángeles por barra de bombero, que es mucho más rápido, incluso para los ángeles. Antes, con el ministro que se iba había un luto, más o menos largo o breve pero sentido, en el que se nos volvía pescador o pianista o catedrático, aunque luego nos apareciera en una naviera o de Defensor del Pueblo, que es como una jubilación en Silos. Ahora, el ministro, casi sin cambiarse de cartera ni zapatos, pasa directamente a fiscal del Estado, a magistrado del Constitucional o a dirigir el Banco de España como una cuadriga (los grandes edificios de Madrid parecen todos cuadrigas). Lo de Sánchez no es ya una puerta giratoria, ni una escalera de púlpito o de café, ni siquiera una caída libre, sino algo así como la teletransportación. Además, poner a un ministro a hacer de ministro donde no puede haber ministros es más grave que jubilarse de consejero hidroeléctrico, también un poco como jubilarse en Silos.
El ángel sanchista con pito, llavín y porra ya está en todas partes, incluso donde no debería haber ningún ángel, sino un técnico o un funcionario. Un funcionario es justo lo contrario a un ángel, casi un abogado del Diablo o el mismo Diablo con sus oposiciones a Diablo. Servir a un señor o servir sólo a tu rutina, a tu temario y a tus moscosos yo creo que a veces es lo único que salva a esta democracia. De ahí lo de poner ángeles heraldos o ángeles centuriones, de observancia política teológica, en vez de al técnico o al funcionario que sólo obedecen al café, al archivador y al reloj sagrado como un campanario franciscano. Lo de la colonización de las instituciones (y de la sociedad) lo instituyó Felipe González y luego lo han intentado todos, pero nadie con tanta velocidad, cantidad e intención como Sánchez. Yo creo que los ministros sólo le sirven a Sánchez como una especie de noviciado, hasta que llegan al cargo institucional en el que pueden servir a Sánchez de verdad, todavía mejor que en la política, que es metiendo la política donde no debería haber política.
Escrivá y López suben por la escalera de Sánchez como con palmatoria y hato, como en un vodevil de equívocos y puertas, igual que otros lo hicieron antes e igual que lo seguirán haciendo después. Pensando en Óscar López, que viene de las trascocinas de la Moncloa entre fraile, fontanero y enterrador, yo me he acordado de Félix Bolaños, que también venía de las santas humedades y criptas de aquel palacio que está entre búnker, submarino y castillo de fantasmas. Quizá queda poco para que veamos a Bolaños en alguna de las magníficas y poderosas cuadrigas del Estado, aún más poderosas que los ministerios que sólo sirven de vitrina.
Es un espectáculo fascinante y un poco hipnótico, como esas fuentes con coreografías de chorritos, ver como suben y bajan los sanchistas entre la gravedad, la luz y la magia. La escalera de Sánchez, que quizá más que una escalera o que un ascensor es un tornillo de Arquímedes, no sólo sigue subiendo sanchistas sino produciéndolos, que ahí está la cosa. Escrivá va del ministerio a la heráldica, donde ya hay otros muchos escondiendo la política tras el mármol; López va de la cocinilla al telediario, como a ser otro Bolaños con gafa gorda y doble de cristal y de ideología; y yo pienso en el sanchista que estará ahora mismo entrando en el mecanismo, en el escalafón, como un palmerillo de Jerez que entra en la bodeguilla del señorito.
Pasan de palmeros a aprendices, de aprendices a capataces, de capataces a ministros y de ministros a ángeles, esos ángeles de Sánchez como ángeles de Charlie. Y la máquina seguirá, porque harán falta muchos más heraldos, soldados y verdugos si Sánchez quiere tenerlos no sólo en cada cornisa y en cada puerta sino en cada pensamiento, que es lo único que podrá evitar su caída.
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