Almeida, por esas obsesiones de la derecha y ultraderecha, está pendiente de los patinetes eléctricos en vez de los lamborghinis, de la invasión de lamborghinis que castiga España como cuando aparecen esas carabelas portuguesas asquerosas y venenosísimas. El patinete viene como de Zipi y Zape, que ya se sabe que era un tebeo franquista, heteropatriarcal y con fijaciones futboleras y ciclistas, o sea casi como Rajoy. Yo creo que Almeida sólo ve patinetes fastidiándonos, como la libertad fastidia el descanso de don Pantuflo, que es el descanso enguatado de la persona de orden. Sánchez, sin embargo, que es un progresista aerodinámico y un socialista fluido, se fija más en el Lamborghini, ese insectoide capitalista, ese xenomorfo apepinado del lujo que destroza los autobuses y se come hasta a los mecánicos de Renfe, de ahí los problemas. Tener un patinete de enemigo es cosa de carcamales y cobardes, pero nuestro presidente se enfrenta a los lamborghinis como a dinosaurios fosforitos, es como un héroe de péplum que ha viajado en el tiempo para salvar la Tierra. Y es que sólo nos queda Sánchez frente a la perversa ultraderecha y a los Transformers malos.

El patinete eléctrico de alquiler les debía de parecer en el Ayuntamiento una cosa como danesa o así, que no pega con las majas y los torreznos de los Madriles, que ver un patinete por Carabanchel era como ver un organillero por Tokio. Eso sí, con los patinetes particulares, los patinetes de los ricos (si uno se compra un patinete eléctrico seguro que es rico, porque la clase media y trabajadora sufre en el cercanías de Óscar Puente, que es como el tren de la bruja sanchista). Almeida no se mete con el patinete particular, quizá porque es ya como la larva de Lamborghini y por eso puede seguir atropellando por ahí como una cría de triceratops. Pero esos patinetes municipales, como si fueran pequeñas bicicletas chinas o pequeños cochecitos soviéticos, y que se deshacían en chatarra en las mismas aceras, eso ya le parecía a Almeida comunismo de malecón o lumpen de robo de cobre.

Almeida, sigue, como toda la derecha, dejando a los pobres en alpargatas, al menos los que no tienen la suerte histórica de hacer lucha de clases en los trenes de fogón de Óscar Puente

Almeida, sigue, como toda la derecha, dejando a los pobres en alpargatas, al menos los que no tienen la suerte histórica de hacer lucha de clases en los trenes de fogón de Óscar Puente. El clasismo de Almeida con el patinete, que es el clasismo contra el trabajador de medias suelas, es aún más sangrante cuando los lamborghinis campan a sus anchas por un Madrid que vuelve a ser el del Scalextric retorcido y apestoso y el de los toreros en calesa. Sí, ahora no es una calesa sino un Lamborghini, y tampoco tienen que ir necesariamente toreros, sino que puede ir Carvajal, o Florentino Pérez con mamachicho patriarcal de ostentación y plusvalía (la mamachicho de Ábalos era otra cosa, era servicio público). O cualquiera de los muchos ricos de España, esos afortunados y vividores de la clase alta que ganan más de 30.000 euros o así, según baremo establecido por la prensa del Movimiento.

Los lamborghinis, eran los lamborghinis, que no los veíamos y estaban ahí, atropellando a obreros y castañeras, embistiendo a trolebuses con cobrador y trenes con botijo (novedades también sostenibles de Óscar Puente). Estaban ahí bebiéndose el aire de nuestros canarios y de nuestros aerogeneradores renovables, matando a las bibliotecarias y a los maestros, estropeando todos esos servicios públicos que nunca han funcionado demasiado bien porque no veíamos al Lamborghini, y estropeando además el concierto catalán, que es lo más grave. Estaban ahí, diría yo, encarándose selváticamente, faros felinos contra faros felinos, con el Falcon y los helicópteros que el presidente usa bastante más que las chanclas. Sí, algo así como los pokémon de los ricos contra los pokémon del pueblo, o sea la lucha de clases convertida majestuosamente en lucha de robots o de kaijus.

Almeida, con preocupaciones de derecha, se carga los patinetes eléctricos, municipales y ecológicos, colectivizantes y diabólicos, que el ultraliberalismo es mucho de desenchufar y aquí el progreso se alcanza, realmente, enchufando, enchufando mucho, aunque siempre de manera “sostenéibol”. Al contrario que Almeida, medievalista, apocado y pollinero, Sánchez es vigilante, valiente y tecnológico, como el Comando G, y no ha dudado en identificar y encarar al verdadero enemigo, el Lamborghini, ese dragón facha, ese bogavante con ruedas, ese rico con superpatinete, ese hortera con superpaquete que yo creo que lo que pasa es que le hace la competencia a Sánchez, ahora que ha vuelto de sus vacaciones tostado como un camarero de Julio Iglesias. El Lamborghini estaba ahí, con su cosa de marisco escapado de la olla, entre un vapor de lujo y envidia, y aquí, ya ven, el personal pasándolas canutas, en vez de desmontar el Lamborghini y al del Lamborghini para transformarlos, no sé, en mordidas, asesores, propaganda, ministros de altarcito o embajadas catalanas.

Lo que nos ha descubierto Sánchez, que es como un cazador de cocodrilos, es que bastarían los lamborghinis para solucionar todos los problemas de España, así como al despellejarlos de su lujo de cocodrilo. Lo de los lamborghinis, por supuesto, no hay que tomarlo literalmente, que Sánchez se refiere a todos los coches de lujo (parece de los Monty Python y lo es). Lo que dice Sánchez es lo que ha dicho siempre la izquierda, que todo el dinero ya está ahí, lo tienen los ricos en la guantera y sólo hay que cogerlo y repartirlo. Curiosamente, haciendo eso hasta ahora sólo les ha salido más pobreza, que cuando ya no quedaban ricos y todos los lamborghinis eran burritos con sombrero resulta que sólo había miseria. Pero sin duda esto es propaganda y desmoralización de la derecha, como lo de quitarnos los patinetes. Dirán los fachas que el Lamborghini es el chocolate del loro o del demagogo, pero el caso es que Sánchez empezará por los lamborghinis y estoy seguro de que llegará allá donde llegue toda la riqueza del rico y toda la ambición del hortera.