David Broncano, canallita en un trono de doritos, improvisador o perezoso con chispa a medio gas, presentador recién despertado para el curro como un segurata o un vendimiador, paracaidista en su propio programa, siempre sorprendido de él, enmarañado en él o ahogándose en él, sigue siendo, a pesar de todo, más divertido que Pablo Motos, pero ésa no es la cuestión. Broncano, entrevistador que no ve la necesidad de entrevistar, que hace televisión como en calzoncillo blanco, sin guion o con guion de papel del culo, en un plató que parece el despertar en un container después de una noche loca o rara, que tiene una tumbona y un bidé para sentar alegóricamente a los dos espectadores que hayan caído mejor y peor, como en un Juicio Final organizado por tunos borrachos; Broncano, en fin, ya le está ganando a Pablo Motos, rey del escalafón y la mesa camilla, pero ésa no es la cuestión. La cuestión en los medios públicos siempre es lo público.

David Broncano ha amanecido en la televisión pública también como dentro de un container, cosa que no le ha preocupado ni desconcertado mucho, o sea que ha seguido haciendo lo de siempre, “la misma mierda”, que dijo él así como lema, casi como si lo hubiera dicho en latín. A Broncano le da lo mismo un container que el Prado, aunque lo público debería parecerse más al Prado que a un container, cosa que él, por supuesto, no se plantea. Nadie se lo plantea, en realidad. Todo el que llega a un medio público piensa que debe hacer lo mismo que hacía antes, pero con bombo de Manolo el del bombo, o luz y vals de bandera nacional detrás (esa luz y ese vals como de pecera que hacen las banderas). O, más bien, piensa que lo que hacía antes ya se merecía la bandera y el bombo, y que ahora el Estado le da por fin su medalla, su premio, su subsidio y su banda de música.

Broncano empezó y sigue empezando su programa tocando un bombo rojigualda entre loroloros, o sea que se considera ya un poco selección de fútbol o un poco infanta con canesú. Broncano no es que haya asumido un nuevo enfoque público para su programa, sino que ha asumido la necesidad pública de su programa, o de su persona, que no es lo mismo. Hay muchas referencias al “servicio público” en La Revuelta, pero siempre de cachondeo, inventándose los números de la primitiva, o intentando ayudar a un señor a llevar su bolsa por la calle, o con Broncano y su equipo cuadrándose, un poco como se cuadraba Benny Hill, o diciendo “Televisión Española” como Joaquín Prat decía “¡a jugar!”. Se sienten un poco “Anne Igartiburu”, llega a decir alguien, cosa que yo creo que es verdad y plantea, entre otras serias cuestiones, el interés público de Anne Igartiburu y también de David Broncano. Todo esto incluso podría ser una crítica a los medios públicos, si ellos no estuvieran cobrando de un medio público, claro, cosa que desmonta toda la ironía aunque deja aún espacio para el recochineo. 

Lo que le pasa a Broncano les ha pasado a muchos o a todos en la pública, que los presentadores de tertulias enseguida se abomban y engolan como obispos y hasta los cómicos, como José Mota, se perciben de repente gloria nacional como un señor del Greco o como doña Rogelia. Y lo que pasa, claro, es el dinero. Cuando te ofrecen dinero uno suele pensar que se lo merece, y cuando te lo ofrece un medio público encima uno piensa que los españoles también se merecen tenerte y pagarte. La necesidad pública de Broncano, o de Anne Igartiburu, es por supuesto nula. La necesidad pública de chistosos, cocineros u opinadores con el banderón o la marca de agua detrás, como billetes, es también nula. En realidad, la necesidad pública de nuestros medios públicos, al menos tal como están planteados, y en esta época, es nula. Otra cosa es que el ego o la necesidad del más o menos reputado profesional le hagan sentirse o fingirse como en una cátedra, aunque la cátedra sea un bidé.

David Broncano era una necesidad de Sánchez que inmediatamente se convirtió en necesidad pública como todas las necesidades de Sánchez

David Broncano era una necesidad de Sánchez que inmediatamente se convirtió en necesidad pública como todas las necesidades de Sánchez (el sanchismo es eso). O sea que Broncano, tan montaraz, tan libre que va sin luces o sin guion o a lo comando, tan trasgresor que le preguntó a Najwa Nimri si quería mearse en el sofá, sólo es una exigencia política, y como tal exigencia ha costado incluso cargos en RTVE. Uno después puede hacer lo que quiera, hacer la misma mierda idéntica o la misma mierda poniendo Suspiros de España en la radio de cretona; puede hacernos reír o reírse de nosotros, puede hacer casi cualquier cosa, menos dejar de ser consciente de que uno es una exigencia política, no ninguna necesidad nacional ni ningún premio de la lotería que le ha tocado al españolito a la hora del Telecupón o del anuncio de Norit.

Broncano es algo así como gaseoso-ideológico, esa ideología que se entremete como comentario meteorológico, y eso me parece algo cobardica, además de que lo ideológico es lo contrario de lo público. También es demasiado milenial para mí, con esa glorificación del caos y ese olorcillo a adolescencia zangolotina atesorada o fermentada. Yo desde luego prefiero un buen guion y preparar las entrevistas a estar buscando ganchitos en el sofá. Aun así, David Broncano dormido le gana a Pablo Motos hipertrofiado, y Ricardo Castella y Grison son como dos osos hormigueros comiéndose o fumándose a los plastas de Trancas y Barrancas.

Broncano vence en audiencia, en originalidad, en ingenio y también en cinismo. Todos los medios públicos son política, se conciben, se ceban y se programan para ser política, más con Sánchez, que se pidió a Broncano como un Geyperman. Todos los medios públicos son política, propaganda pagada con el dinero del contribuyente, el más dulce de los dineros, y hasta el gorila del documental de La 2, que nos mira como un padre derrotado, parece que lo sabe. Broncano también, pero se hace el tonto, que es un oficio como cualquier otro. Ésa sí que es la misma mierda de siempre.