El presidente Sánchez o “gran jefe” cree que Begoña Gómez es una “pichona”, según ha dicho el empresario cloaquero de los audios de El Confidencial, y la presidenta se nos ha quedado ahí como la Blanca Paloma del sanchismo, entre frágil y todopoderosa. Parece que en la jerga de los delincuentes una pichona sería una panoli, una simple, alguien fácil de timar o engañar. Lo que pasa es que uno puede imaginarse a una pichona o panoli estafada y enamorada por un falso Brad Pitt de Facebook, o incluso por Pedro Sánchez con mochila o con Falcon. Pero es más difícil imaginarse a una pichona o panoli que acabe de gran empresaria y gran profesional, montando sin título cátedras de buena caoba, registrando software público a su nombre y consiguiendo financiación de los grandes empresones brutalistas del país a base de citar al personal en la Moncloa, como si los convocara Cleopatra. En este caso, yo diría que los pichones o panolis somos nosotros, los españolitos. A ver si al final pichona va a significar, más bien, “pájara”.

Begoña “puede ser una pichona, pero no una corrupta”. Eso es lo que nos cuenta esta Garganta Profunda (otro correpasillos de Sánchez) que va gritando el presidente loco de amor o de ego por las estancias ya tortuosas y tordesillanas de la Moncloa. El Gran Jefe y la Pichona suenan ciertamente a motes de butroneros o carteristas, a indicativo de radio para uno de esos atracos de españolada televisiva (“Gran Jefe llamando a Pichona”, me imagino a alguien de Los hombres de Paco). Suena incluso a romance de Pedro Navaja, y quizá por todo esto estamos viendo la puñalada, el atraco o el victimario al revés. Quiero decir que para hacer el panoli hacen falta un abusador y un abuso, un estafador y una estafa, y es lo que no vemos con Begoña. O sea, que a ver quién engañó a Begoña para que montara cátedras sin querer, para que recaudara fondos sin querer, para que pusiera cosas a su nombre sin querer, para enchufarse sin querer, y hasta para ir haciendo desfilar a empresarios y paganinis por la Moncloa, como pretendientes o guardiamarinas, también sin querer. Quién engañó a la Pichona y para qué, claro.

Lo que pasa con la Pichona, paloma blanca o negra de los excesos (Sabina), es que no la vemos ni engañada ni estafada ni utilizada, o sea no la vemos como pichona. Sólo la vemos haciendo de empresaria de éxito y de fundraiser de mimosa y fotocol a costa de influencias, telefonazos, recomendaciones y ostentaciones que no se corresponden con una panoli, ni siquiera con una empresaria de éxito cualquiera, sino más bien con alguien que se está aprovechando del cargo de su marido y hasta de las instituciones y los empleados públicos (todavía ahora tiene a fiscales y a ministros vestidos de alguacilillo haciéndole de abogado defensor). Si Begoña Gómez es corrupta o no, eso lo dirán los tribunales, no la honra de Sánchez ni los mosqueteros de Sánchez. Pero desde luego lo que no parece es una panoli, a menos que sea la panoli con más suerte del mundo, la misma suerte que está teniendo como empresaria de humos y palabros.

El Gran Jefe quiere jugar la última carta de la rubia tonta, la tapadera de la rubia tonta, como un gánster de farola

Begoña será pichona o será pájara genérica, será corrupta o sólo hortera (tiene a quien admirar en ese sentido), pero está claro que el Gran Jefe quiere jugar la última carta de la rubia tonta, la tapadera de la rubia tonta, como un gánster de farola. Debe de ser duro eso, o sea que tu marido enamoradísimo, con claro de luna en los ojos, después de escribir poemas despechugado y con carita de Byron, como un insólito poeta de Pasión de gavilanes, vaya diciendo más o menos que no puedes ser corrupta porque eres demasiado tonta. Eso sí, hasta ahora sería la mejor explicación que habría dado Sánchez del asunto. Pero eso aún nos deja el problema de la panoli exitosa, más en el cruel mundo de los negocios, algo que invalida su pichonismo o bien señala a alguna otra mente eminente y prominente detrás de este milagro de bobería y gloria. La pregunta sería no quién ha engañado a Begoña, que nadie te engaña para el éxito, sino quién ha acompañado a Begoña hasta que una pichona ha llegado a empresaria, presidenta, musa, mártir y rubia de España, a la altura de Ana Obregón por lo menos.

Alguien engañó a la Pichona, o alguien ayudó a la Pichona, o la Pichona nunca fue pichona como Sánchez nunca fue político. El caso es que, según esta Garganta Profunda que maneja la jerga, la sabiduría y la crueldad de los arrabales sanchistas, el Gran Jefe ha ordenado acabar con el asunto de Begoña “como sea”. Lo que no sabemos es si se refiere a acabar con la causa judicial, con las noticias, con la gente o con el cachondeo, que a mí lo más complicado me parece acabar con el cachondeo. Todas esas medidas de “regeneración” democrática o aniquilación personal montadas por Sánchez a mí me parecen medidas como puritanas contra el cachondeo, que su mujer, entre eminencia, santa, corrupta, hortera o boba tiene todas las viñetas copadas.

Quizá Sánchez, autócrata de ceñido pantalón (Sabina otra vez), consiga arrancar las alas como de mosca a los jueces, y arrebatar el folio de las muertas y frías manos del periodista, pero yo diría que no hay ley ni fuerza que pueda acabar en España con la chufla. Lo que pasa, de nuevo, es que el ego de Sánchez lo agranda todo. En realidad no hay tanto cachondeo, porque el españolito sabe que el panoli, el pichón, es él. Y en este caso, sí sabemos quién nos ha engañado.