El PSOE vuelve a reunirse con Junts en Suiza, entre secretos y secreteres, con esa coreografía que está entre la política, el espionaje, el estraperlo y los cuernos. Yo creo que los dos quieren ponerle a la cosa más misterio del que tiene, como esos espías que se disfrazan de frío o de lluvia sin que haga frío o lluvia en realidad, porque un espía sin bruma se queda en nada, como la coalición de Sánchez. Han estado probándose gabardinas y cambiando o inventándose fechas para que no los pillaran los paparazzi o el Pegasus, y total para nada, porque Puigdemont sigue queriéndolo todo. Eso sí, según nos adelantaba en un tuit, lo quiere poco a poco, lenta y dolorosamente, con una negociación para cada peseta rubia, cada ojo y cada diente.

Sánchez también tiene que hacer que dialoga, por convencernos de que esa mayoría de investidura o de acreedores suya aún tiene sentido y futuro. Pero yo creo que Sánchez ya lo ha apostado todo a ERC y a Illa, que ahora hasta atrae a Jordi Pujol, al que hemos visto como regurgitado por la tierra, entre zombi, tubérculo y vieja espoleta de la guerra.

El pujolismo nunca fue moderado, sólo fue paciente, y mientras la nación catalana llegaba o se iba quedando en catalanismo ambivalente, contante y sonante, ellos iban facturando patria como el que factura ferralla en su negocio de ferralla. El PSOE no quiere resucitar a Pujol, que sólo es un símbolo, como si hubieran desenterrado un buda verdoso, sino a ese catalanismo ambivalente. Ya conocen esa tesis que dice que el procés fue una maniobra de distracción que se le fue de las manos a esa élite de Ensanche y casino del catalanismo bien, asfixiada por la corrupción y el tres per cent (recuerden a Artur Mas teniendo que llegar en helicóptero a un Parlament sitiado). Luego, cuando quisieron darse cuenta, la mitad de Cataluña, hipersubsidiada para promover la ferralla patriótica, se había vuelto verdaderamente creyente. Hasta entonces, el negocio ganaba a la patria, porque el negocio iba haciendo patria. Pero así, con idealistas, son imposibles los negocios. 

Lo que quiere Sánchez es volver al negocio, pero diría que Puigdemont, ese caballo loco, ahora sólo está en la venganza. Por eso hemos visto este doble movimiento, irse a hablar con Junts otra vez a Suiza, que es el símbolo mismo del negocio, del dinero puro y salvaje como un leopardo de las nieves, y llevar a Pujol a ver a Illa, a llenarle como de ceniza los jarrones. El pujolismo no es que fuera más barato, sólo era más previsible y manejable, y nunca dejaba esas caras de frenazo que se les quedan ahora a Sánchez, María Jesús Montero y Yolanda Díaz en la bancada azul, como en la primera fila del autobús que derrapa, cuando pierden una votación. Sánchez sigue dispuesto a darlo todo, no se equivoquen, lo que ocurre es que parece que Puigdemont no sólo quiere dinero o independencia sino mucha sangre, una masacre que incluya a todos sus enemigos, Esquerra también, y sobre todo un marco que le permita sobrevivir políticamente, y ese marco no es económico sino ideológico o simbólico.

Ahora, Illa o Sánchez parece que quieren invocar otra vez al pujolismo, que me parece una cosa como de vudú, más trayendo a Pujol como una momia de jefe indio. Eso sí, no creo que lo hagan para volver al turnismo, con una nueva Convergencia santificando a izquierda y a derecha según toque, como esos curas de moflete de Montserrat. Yo diría que el objetivo sería más bien impulsar desde Cataluña un nuevo procés sanchista, un procés federal o confederal o populista bajo su control, con la colaboración del catalanismo de nuevo en el negocio (se cumpliría así el viejo sueño del PSC, ser más nacionalista que los nacionalistas, ser los verdaderos nacionalistas). Y lo creo porque Sánchez necesita un segundo milagro y para llamar a los milagros hacen falta grandes aspavientos. La importancia que le ha dado Sánchez a que Illa sea presidente de la Generalitat a toda costa me parece que viene por aquí. 

Sánchez ahora no necesita a nadie, vuelvo a decirlo, aunque esos sustos del Congreso, como de ascensor, no le dejan buena cara. Pero si pretende que haya posibilidad de un segundo milagro, Sánchez debe poder seguir pareciendo que gobierna, no sólo que resiste. Sánchez no necesita a nadie, pero lo necesitará, así que está pensando no en esta mayoría de investidura sino que está haciendo cuentas para la siguiente. Arrasar en Cataluña, resucitar el pujolismo camastrón ante el independentismo perdedor, atraer al socialismo de suscripción de toda la vida con alguna propuesta descomunal, añadir mucho populismo y fandom, y confiar en la credulidad del españolito, en el dóberman de la derecha y la ultraderecha, en el acogotamiento o acojonamiento de prensa y jueces, en la ventaja de controlar las instituciones y poderes del Estado, en que la España que vuelva a votar ya no sea esta España sino otra cosa… Muchas y arriesgadas cuentas son, pero son las de Sánchez. 

Sánchez seguirá intentando pactar con Puigdemont cada peseta y cada libra de carne, acudiendo a los hoteles suizos como la amante de un embajador, aunque la intención sea deshacerse de él. Por eso, a la vez, llama a un nuevo pujolismo, al que cree que podrá mantener un poco vegetal o encurtido, como el propio Pujol. El problema es que, mientras Sánchez rehace sus cuentas y sueña despierto mirándose en el espejo de su zapato, como hace él en el Congreso, vamos perdiendo la democracia y vamos perdiendo la perspectiva. Al principio nos preocupaba la independencia de Cataluña (quizá van a tener algo mejor, esa independencia comodona del concierto), y ahora eso es nada ante la posibilidad de acabar en autocracia salsera después de alguna de las sofoquinas de Sánchez. A pesar de todo, para su milagro o para su golpe Sánchez necesitará no sólo a otro Pujol y a otra Yolanda, sino a casi toda España zombi, y eso ya me parece a mí mucho vudú.