Otra vez quieren en México que les pidamos perdón, que allí parece que siguen bastante menos traumatizados por sus recientes y aciagos gobernantes que por los conquistadores españoles, a los que siguen recurriendo como a conservas en lata de 500 años.
Felipe VI no ha sido invitado a la toma de posesión de Claudia Sheinbaum (a juzgar por su apellido, descendiente directa de Moctezuma) porque no ha pedido perdón por los “agravios” de la conquista. Vivir de los agravios es un poco vivir de limosna, de pena, de pandereta con monedas, de cacillo vacío, de laúd llorón, de marionetita descosida, de muñón histórico. Pero no es tanto una cosa de los pueblos con hambre sino de los políticos sin ideas, esos políticos que no saben muy bien qué hacer con su pueblo y por eso se van al otro lado del mapamundi, como quien se va de vacaciones de sus obligaciones. O se encaran con estatuas cagadas de siglos por no encararse con los problemas de ahora mismo, que quizá son los problemas de siempre, y no por culpa del Imperio Español.
A los republicanos normalmente les sirve cualquier rey, pero les gusta que siempre haya un rey, un rey al que culpar o al que cortarle los bucles rococós
Los políticos del agravio y la deuda eterna, usualmente con plumaje folclórico y orgullo arcilloso, a lo mejor no pueden darle a su gente prosperidad o siquiera esperanza. Pero sí pueden pedir la gran cabezada enjaezada de un rey muerto y de su caballo de piedra, y la rendición de todos sus estandartes podridos, que es como querer pintar ahora un cuadro de Velázquez, una batalla de Velázquez, para meterla en el telediario o en la historia. Como el rey muerto ya no está, ni siquiera su familia, ni tampoco el imperio, cualquier rey de repuesto o de baraja puede servir, por ejemplo un Borbón del siglo XXI, un rey constitucional, un rey de peanilla, ceremonia y ballet como es Felipe VI.
A los republicanos normalmente les sirve cualquier rey, pero les gusta que siempre haya un rey, un rey al que culpar o al que cortarle los bucles rococós, que si no pueden darle justicia y bienestar al pueblo al menos sí pueden darle un sucedáneo de guillotina, siquiera una guillotinita de barbero o de librero.
Ni los ciudadanos ni los monarcas son responsables de lo que hicieron sus antepasados. Pero tampoco los estados, que ni siquiera son ya familias (es curioso que los republicanos, mexicanos o de aquí, sigan pensando que España es ese sillón o esa cama ininterrumpidos de sus reyes o de su ausencia, que así parecen más creyentes que los propios monárquicos). Ni los estados son ya familias, decía, ni tampoco son unidades identitarias históricas, mamotretos hegelianos. Los estados son ahora sólo contrato social y derecho, y todo lo demás es superstición, coba o negocio. Ya conocemos esa superstición, esa coba y ese negocio que es el nacionalismo, pero vamos conociendo cada vez más esa superstición, esa coba y ese negocio que hay ahora en cada identidad y cada ofensa. México está ahora en ese negocio, como lo está Venezuela, un negocio que parece más propicio que arreglar el país, que a lo mejor lo que pasa es que no tiene arreglo.
Según Claudia Sheinbaum, aún debemos pedir perdón por la conquista española, pero la conquista no es un trauma que sufran en México, ni en Venezuela, sino una excusa que necesitan los políticos malos y folclóricos de por allí. También lo reclamó en su día López Obrador, que tiene mucha gracia porque no creo que hubiera ningún Borbón con Cortés, pero algún López seguro que sí. Como también hubo muchas tribus indígenas que se le unieron contra Moctezuma, y eso sí que va a ser difícil de cribar a la hora de las culpas y deudas históricas. Tampoco sé, a todo esto, si llegó algún Sheinbaum, o pariente, a lo largo del Virreinato, claro. Pero estas consideraciones, aunque simpáticas, no son sólo innecesarias sino absurdas. Es como pedirle a Meloni que pida perdón por las guerras contra Cartago o la propia conquista de Hispania. Pero no se trata de que esto tenga sentido, sino de que sirva a los políticos inútiles.
Pedir perdón significaría colaborar en esa vieja y mentirosa trampa del muñón histórico y el cazo
Desde México nos vuelven a decir que pidamos perdón, nosotros, los de esta España que ya ni se reconoce como España, y más concretamente nuestro rey Felipe, que sólo está en un cuadro de ahora o en un sello de ahora como símbolo de la Constitución, no de las pirámides de un imperio olvidado (olvidado incluso en España). No sólo resulta que el rey no es responsable de nada de aquello, sino que diría que tampoco sirve como alegoría. El rey ya no es un rey de caballo sino un rey cívico, cuyo jefe es el ciudadano. Y el ciudadano, sea español, italiano o mexicano, no arrastra ninguna de estas deudas familiares, imperiales, históricas o supersticiosas, que no son una manera de hacer justicia a trasmano en la historia, sino de engañar a un pueblo al que se le lleva como de paseo por la pinacoteca en vez de solucionar sus problemas.
El rey no sirve como culpable ni como alegoría, pero sí sirve como excusa. No se trata de buscar un culpable de lo que pasó hace 500 años y encontrar la dignidad, sino de buscar a un culpable de lo que pasó hace 500 años y trasladarle la responsabilidad de lo que pasa ahora, que es el objetivo de este tipo de juicios históricos. Es como tener un pecado original (un contexto mágico en el que un rey encaja muy bien), como el “España nos roba” o la mano entreblanda o entredura de Franco en el Régimen del 78 o en la derecha. Por eso pedir perdón, siquiera por condescendencia o gentileza, significaría colaborar en esa vieja y mentirosa trampa del muñón histórico y el cazo, que no sólo usan en México.
Los problemas de México tienen más que ver con unos señores llamados López, Peña, Calderón o Fox, recientemente, que con señores llamados Cortés o Habsburgo hace cinco siglos. Y sin duda es más útil recordarles eso a los mexicanos que llevar a nuestro rey a dar su cabezada simbólica, lenta y redonda de caballo de bronce o de duro antiguo e inservible.
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