A Nueva York se va uno a escapar de los jueces, de la prensa, de Koldo, de Puigdemont, de la Pichona y del ajo de España, y no pasa nada. Sánchez se ha ido a Nueva York, que es lo más lejos que concibe el español en distancia y en carácter, lo más lejos de la suegra, lo más lejos del ventorrillo, lo más lejos de los problemas, o sea algo que está entre el cielo y el carajo.
A Nueva York se va uno con toda la prisa y con todo el descaro, se va uno como si fuera Lola Flores en Nueva York, que yo me la imagino como queriendo meter toda la Gran Manzana en su delantalillo. Además, Nueva York es para el político de pueblo como el Vaticano para el cura de pueblo, un lugar en el que te consagran a la vez diminuto e importante, fugaz y eterno. Y un lugar al que se va sobre todo para volver de allí, así ya como ascendido y bendecido por espíritus santos ascensoristas y ángeles patinadores. Quizá Anne Hathaway era eso, un ángel patinador que se le ha escapado a nuestro Sánchez, que iba a cazar ángeles y postales como un marinero de musical o de buque escuela.
A Nueva York se va uno a agrandarse y a disolverse, todo a la vez, por eso se escapan allí parejitas del barrio, artistas de abanico y políticos del montón, para que sus fracasos parezcan grandes intentos y sus tropiezos parezcan aventuras.
La verdad es que aquí, en España, Nueva York es como el Madrid del que ya ha estado en Madrid o ya no sabe qué hacer en Madrid, que a lo mejor es lo que le pasa a Sánchez. En Madrid a Sánchez lo persiguen albañiles y jueces como aquellas hambres de folclórica perseguían a las folclóricas, y lo mejor es embarcarse, hacer las Américas que se decía, un poco por necesidad y un poco por vanidad. La folclórica se rodeaba después del artisteo americano, o sólo lo veía pasar en las marquesinas y los cócteles, y ella venía ya como si fuera la novia de Sinatra o de King Kong, que eso le aumentaba mucho el caché por las traseras de la Gran Vía. Quizá Anne Hathaway era eso, el Sinatra fantaseado del Sánchez con batón de cola. Y quizá Almodóvar es lo que te queda cuando vienes de Nueva York siendo todo y nada, no sé, como Elsa Pataky.
Sánchez es sobre todo un actor, un actor además malo, con la misma cara de cera diga una cosa o la contraria, como si fuera Steven Segal
Sánchez en realidad no iba a la ONU, o no importaba que fuera a la ONU, donde sólo hay cuatro haciendo política de Monopoly mientras los demás presidentes y mandatarios parecen operarios limpiacristales de aquel edificio que necesita mucho limpiacristales (la ONU son cuatro potencias y un millón de azafatos, mises y moperos). Sánchez sólo iba a Nueva York a pasear por entre las luces mareantes de Anne Hathaway como por entre las luces mareantes de Broadway.
Anne Hathaway es esa actriz que se ha quedado para siempre entre París y la tarta de manzana, entre la diosa y la camarera, entre el cine mudo de lágrimas de cristal y una belleza de ciencia ficción. Sánchez no quería la ONU, ni ese premio que le da una de las muchas agencias de azafatos de la ONU, agencia a la que por cierto nuestro Gobierno ha hecho una considerable donación. Sánchez sólo quería a Anne Hathaway como pareja de alfombra roja o de póster o como despampanante bulto consorte, no sé, como Elsa Pataky. Pero le pusieron a una particular y fue como ver fundirse al muñequito de una tarta nupcial.
Sánchez es sobre todo un actor, un actor además malo, con la misma cara de cera diga una cosa o la contraria, como si fuera Steven Segal. Pero cuanto peor es un artista más necesidad tiene de posar como artista, como esos artistas de bufanda que a veces parecen más mimos o estatuas de rambla que otra cosa. Al político malo le pasa lo mismo, le gusta posar con bufanda gorda de estadista por esa fría UE o esa fría ONU que parecen grandes iglús llenos de políticos insignificantes como de pingüinos indistinguibles. Lo de gobernar no es tan importante, incluso puede decidir que no hace falta (Sánchez ya no gobierna, sólo hace pases en el Congreso como un monologuista). Allí, en Nueva York, se iban a juntar los dos Sánchez, el mal político condecorado de banderas y estrellas como un portaviones, y el mal actor chupando plano y sombra de Anne Hathaway, como Elsa Pataky al lado de Anne Hathaway. Pero Anne Hathaway se ha escaqueado y lo que nos ha quedado, claro, es un mal político abrazando una cortina o abrazando un cojín, que eso va a ser lo de Almodóvar.
Muchos se han ido a Nueva York para escapar, para no volver o incluso para volver; muchos se han llevado el cazamariposas de los poetas o de los ambiciosos y a veces han regresado con algo y a veces sin nada, o sólo con todo el cristal de Nueva York estallado en los ojos, como un parabrisas. A veces uno se va a Nueva York por escapar del barrio y buscar ángeles, y luego vuelve al barrio solo, o vuelve con Almodóvar revestido de plumón. Sánchez se va ahora a San Sebastián, que debe de ser como el cuarto o quinto Nueva York de España, pero algo es algo. Allí no le darán plantón, allí no será un limpiacristales político ni un Superman de secuela mala, con relleno de calcetín. Allí, entre artistas sin Nueva York, como él, o artistas de lo político, también como él, el presidente que no gobierna, el que es capaz de hacer cualquier cosa y defender cualquier cosa, seguirá siendo el héroe político, artístico y gimnástico de su españolada. Y hasta está bueno, que dicen los suyos. El cruce perfecto entre Iron Man y Travolta, y no en esa América en la que se siguen buscando los sueños sino en esta España en la que no aprendemos nunca.
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