La Federación de Asociaciones de la Prensa (FAPE) difundía hace unos días un comunicado en el que ratificaba su impostura con respecto al plan de regeneración democrática del Gobierno. Unos días después, su presidente, Miguel Ángel Noceda, participaba en un desayuno 'informativo' y afirmaba lo siguiente: “Estamos seguros de que la CNMC va a garantizar la independencia. De todos modos, estaremos vigilantes”.
Las asociaciones de periodistas hace tiempo que se convirtieron en una especie de clubes de veteranos de guerra donde los más viejos del lugar acuden para contar sus batallitas, siempre edulcoradas y amplificadas. Seguramente, intentando convencerse de que en los tiempos del papel el periodismo no era maniático ni inexacto. Era sabido hasta el momento que pecaban de vanidad, pero lo que no se había evidenciado era su ausencia de perspicacia. Lo digo porque parece que a nadie por allí le resulta extraño el hecho de que Pedro Sánchez haya invertido los últimos cuatro meses en despotricar contra “los tabloides digitales de la derecha y la ultraderecha” mientras ha anunciado algunas medidas de apoyo económico a los medios que no llevan el prefijo 'pseudo-'. ¿De veras nadie por allí sospecha que esta estrategia puede esconder un apoyo a 'los suyos' y un golpe letal a los periodistas inconvenientes?
Parece que no lo ven, lo cual reivindica en la necesidad de no asociarse. Ese dinero se puede gastar en fines más útiles, cosa que tampoco es muy difícil de encontrar, a la vista de la mansedumbre de los representantes del periodismo patrio. La hostilidad es un error. La sutil complacencia, también. Es peor.
Caramelos envenenados
Mientras la FAPE opina que 'todo bien, gracias' y resta importancia a que el Ejecutivo al completo haya pasado el último medio año atacando a la prensa, el presidente el Gobierno ha situado a su antiguo jefe de gabinete al frente del Ministerio de Transformación Digital, Óscar López, y ha acelerado la aprobación del nuevo Plan Técnico Nacional de TDT, cuyo borrador se tramitará por la vía de urgencia y que implicará la subasta de un nuevo canal, que quiere Prisa y para el que todo el sector le da como favorito.
El nuevo ministro sabe bien lo que hace, así que también ha aprovechado su visita a San Sebastián para anunciar que la industria audiovisual tendrá disponibles 1.500 millones de euros en instrumentos financieros. Como la cosa va de 'digitalización', su ministerio será el que maneje los tiempos en el reparto de 100 millones de euros en fondos europeos a los medios de comunicación. Según explicó Pedro Sánchez en julio, estas ayudas se destinarán a "crear bases de datos, desarrollar herramientas que mejoren su productividad y calidad informativa y reforzar su ciberseguridad". O sea, a mejorar la digitalización de empresas que ya son digitales. Entiéndase así.
No son buenos tiempos para las empresas informativas. Basta con mirar el último listado de audiencia de la auditora GfK para cerciorarse de que cualquier decisión de Google puede hacer caer la audiencia -ha descendido en casi todas- y, con ella, los ingresos. El negocio de las suscripciones no es ni mucho menos una mina de oro y, desde luego, no resuelve las urgencias diarias de estas cabeceras. Esto es así porque la gran mayoría de los ciudadanos no paga por leer la prensa digital y, si lo hace, es con ofertas que podrían definirse como 'de derribo', salvo en casos muy contados.
Seguir el rastro del dinero
El plan de regeneración democrática promete una reforma de la ley de publicidad institucional ante la que existe incertidumbre; y la incertidumbre nunca es una buena amiga de la libertad, dado que aviva la autocensura, que podría definirse como el lógico sentimiento que lleva a ser temerosos de Dios. Es decir, del que reparte el dinero. En otras palabras: la autocensura obliga a elegir entre la bolsa y la vida, a riesgo de quedarse sin ninguna de las dos.
Tampoco invita al optimismo la reacción que ha podido generar entre los anunciantes el sectarismo que ha demostrado el presidente del Gobierno para con la prensa hostil. El dinero es cobarde porque debe serlo. Un rico imprudente suele empobrecerse rápido. En este sentido, conviene ponerse en el lugar de los grandes contratistas del Estado, la mayoría de ellos, inversores en prensa mediante campañas publicitarias y acuerdos institucionales. Hay que ser inocente para pensar que su 'pauta publicitaria' no va a estar condicionada por las filias y fobias del Ejecutivo en algunos casos. "¿Qué me dirá el Gobierno cuando vea mi anuncio en la fachosfera?" Quien maneja el BOE, tiene un gran poder de persuasión.
Todo esto llegará en un momento en el que -como es lógico-, los anunciantes cada vez apuestan más y más por difundir sus mensajes y campañas en Google y las redes sociales que en la prensa. Llegan a más gente, que las visita más veces al día y con mayor interés. Tal es así que podría decirse que, veinte años después del inicio de la crisis del papel, a lo mejor la prensa digital se enfrenta a un fenómeno similar. No por el surgimiento de una nueva tecnología que la desplace, sino porque sus ingresos podrían resentirse.
Hay factores en este proceso que son naturales -calidad del producto y alternativas-, pero otros han sido potenciados por el actual discurso gubernamental. Entiendo que la FAPE no quiera meterse en líos. Nadie está obligado a arrastrarse por el barro o a remar contra corriente. Ahora bien, la próxima vez que alguien de ellos se plantee un análisis de la profesión periodística y pontifique al respecto, sólo podrá ser tomado como un charlatán... o como un impostor.
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