No entiende uno muy bien qué ha pasado con ese Álvaro Romillo, socio, colega o mellizo de Alvise, porque un negociete que te presenta alguien entre Voldemort y luchador mexicano rechoncho con máscara de mariposa o de pepino lo normal es que triunfe. Quizá el error fue buscarse un alias, porque Romillo ya suena a negocio honrado y seguro, a charcuterías Romillo, a camiserías Romillo, a lateral derecho Álvaro Romillo, pero Luis Crypto suena a vidente argentino con la túnica celeste y mística cosida por la madre como para hacer de angelito de belén viviente. Aquí siempre hemos tenido talento para la estafa y la chufla, pero antes uno se disfrazaba de jeque de barbita fina o de ricachón de dedos gordos, o si acaso de tonto con boina o pañuelo con cuatro nudos. También lo del santero de viejas o el propiciador de ermita o de ayuntamiento tenía su público, como el vendehúmos exótico, entre ingeniero y mentalista. Pero en el chanchullo español hay que tener coherencia y estructura, y Romillo iba de ninja del dinero pero con materiales de estampita milagrera. En el fondo nada cuadraba, como con Alvise, y todo ha reventado por sus costuras de disfraz de madre.
Álvaro Romillo, o Luisito Crypto, que si me lo imagino así suena más a santero madrero con ínfulas argentinas o moldavas; Álvaro Romillo, decía, se encontró con Alvise por esas profundidades de internet donde la red se vuelve como los últimos canales de la TDT, un amadejamiento de soledad, frustración, pereza, vicio y estafa. Por allí, por donde vagan el friki, el incel, el justiciero, el terraplanista, el frustrado y el cansado, los negocios son tan obvios como las conspiraciones o como el porno, y yo creo que los dos vieron el mismo negocio o un negocio parecido, de ahí su alianza y su mutua ayuda. El negocio, yo creo, es el negocio del cabreo y de la inferioridad, que en principio parece prometedor si uno mira la gran clientela potencial. El cabreo ya lo usa mucho la política convencional, desde luego, pero el de la inferioridad a mí me parece un nicho de negocio muy específico del internetero abisal, del que vive en la red, en su sillón de lefa, amargura, pelusa y ganchitos.
Romillo y Alvise yo creo que habían visto el mismo negocio desde dos perspectivas, en realidad como lo han visto siempre los políticos y los empresarios. Lo que ocurre es que la mayoría de los políticos y empresarios suelen tener más cuidado, y tampoco han descubierto el potencial de toda esa amargura y adocenamiento social que se va concentrando en la red. El cabreado tiende a creer a cualquiera que asegure combatir o fastidiar al objeto de su cabreo. Y el que se siente inferior tiende a creer a cualquiera que le diga que es más listo que los demás, simplemente porque se ha dado cuenta de las mentiras del sistema, de que la Tierra tiene la forma del tapacubos de su furgo, o de que el bitcoin lo va a hacer rico sin más mérito o esfuerzo que insistir en darle al intro como al manubrio. La verdad es que no hay mucha diferencia entre venderte bitcoins como monedas del Mundo Champiñón y venderte un paraíso ideológico. Pero no se puede ser tan torpe como para que la estafa y la peluca no te den ni para darte el piro como el Dioni.
Alvise es el último de nuestros políticos frikis, antisistema con bola de demolición y plan de negocio, de ésos que por cierto siempre acaban en el sistema, sin demoler nada más que la credulidad del personal
Lo del negocio de obras de arte digitales, que era lo de Romillo, suena tan a timo de la estampita, tan a Fórum Filatélico, tan a gafas 3D de Cropán, que en realidad deberíamos confirmarlo como un egebero más. En el fondo, ya ven, sí era el gancho con boina en la glorieta de Atocha, o era el gurú con nave nodriza, pero con blockchain en vez de billete de José Echegaray y con rapado canalla en vez de melenita salvífica. Claro que un tipo que te dice en Youtube, vestido como de pirata de Isla Mágica o de estrangulador de descansillo, que él se dedica a eludir impuestos, no podía durar mucho, incluso aunque no hubiera confesado (uno creía que los piratas no confesaban tan rápido). Alvise, por su parte, es simplemente el último de nuestros políticos frikis, antisistema con bola de demolición y plan de negocio, de ésos que por cierto siempre acaban en el sistema, sin demoler nada más que la credulidad del personal. Lo que pasa es que Alvise es un antisistema / fraude que no puede permitírselo, no por dinero sino por sesera. Jesús Gil aguantó casi una década, pero Alvise no sólo empezó pronto a negar su altruismo y sus dogmas, sino que, nada más abrir el negocio, se llevó 100.000 pavos en la riñonera a cambio de futuros favores políticos a su donante, un tío que se dedicaba, sin ningún disimulo, a engañar a Hacienda y a algo así como la venta piramidal de calcomanías. ¿Qué podía salir mal?
Romillo y Alvise, aunque se encontraron por esos fondos de internet como fondos de acuario, llenos de falsos tesoros y falsas sirenas, al fin y al cabo no han hecho nada muy diferente a lo que siempre se ha hecho por aquí en marisquerías y puticlubs, de donde algunos salían todavía con fideo de sopa, de coca, de puta o de comisión en la solapa, de camino al ayuntamiento, a la consejería y hasta al ministerio. Claro que el negocio patrio de la corrupción requiere estructura, paciencia, discreción y sobre todo un colchón de poder. Romillo y Alvise sólo tenían una parroquia de frikis con sus armarios de frikis y no han durado ni dos telediarios, o sea que en realidad no sé si son tunantes o pichones. Yo no entiendo muy bien qué ha pasado, pero diría que Romillo y Alvise tendrían que haberse dedicado, como todo el mundo, al pelotazo de solar o de mascarilla, a la mordida o al fundraising.
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