El asesinato del Secretario General de Hizbulá , Hasan Nasralá, junto con la rápida degradación del poder de Hizbulá en las últimas dos semanas, señala un cambio tectónico en Oriente Medio. Desde el año 2000 hasta hace dos semanas, Irán, a través de Hizbulá, había parecido establecer un equilibrio de poder y disuasión con Israel. Hizbulá había expulsado a Israel de Líbano en 2000, lo había combatido hasta paralizarlo en 2006, había mantenido un equilibrio de disuasión entre 2006 y 2023, y lo había mantenido en tablas durante el último año, desde el 7 de octubre.
En las dos últimas semanas, sin embargo, el grupo libanés perdió a su líder carismático, la mayor parte de su cúpula, cientos, de sus combatientes, gran parte de sus comunicaciones internas y cientos de sus centros de abastecimiento, lanzamiento y mando; los ataques israelíes siguen en pleno apogeo y podrían ir acompañados pronto de una invasión terrestre. Según las autoridades locales, esta escalada también ha causado la muerte de más de 1.000 personas, heridas a otras miles y el desplazamiento de hasta una quinta parte de la población libanesa.
Hizbulá ya no puede disuadir a Israel, que hace lo que le viene en gana; no tiene capacidad defensiva para defenderse de ninguno de estos ataques israelíes, aunque aún podría plantar cara a una incursión terrestre. Tampoco ha desplegado una capacidad ofensiva a ninguna escala que pueda compararse o disuadir a Israel: bien porque la inteligencia y el escudo de defensa antiaérea de Israel han minimizado la capacidad ofensiva de misiles y aviones no tripulados de Hizbulá, bien porque este último tiene demasiado miedo de golpear con fuerza a Israel y luego sufrir las consecuencias. Otra posibilidad es que Irán no quiera que el grupo gaste todo su arsenal para mantener la pólvora seca para las necesidades iraníes en caso de que la República Islámica sufra un ataque directo.
Además, desde el año 2000, Hizbulá había construido su legitimidad interna ante sus bases sobre el argumento de que sólo él es el escudo que protege a la población del sur y de otras partes de Líbano de cualquier amenaza israelí; pero en las últimas dos semanas, la mayoría de la población del sur, así como de los suburbios del sur de Beirut y del norte del valle de la Bekaa, se ha visto desplazada.
El asesinato de Nasralá tiene ecos de los asesinatos, igualmente graves, del líder druso Kamal Jumblatt en 1977, del líder maronita Bachir Gemayel en 1982 y del líder suní Rafik Hariri en 2005. Cada uno de esos asesinatos tuvo consecuencias duraderas y negativas para la cohesión y la influencia interna de sus respectivas comunidades. Además, la estrepitosa derrota de Hizbulá durante las dos últimas semanas tiene ecos de la derrota árabe de 1967, con consecuencias regionales posiblemente igual de trascendentales.
Para Irán, Hizbulá era el principal y, en muchos sentidos, el único elemento disuasorio contra Israel y su principal valedor, Estados Unidos. Otras milicias iraníes aliadas o apoderadas en Gaza, Yemen, Siria e Irak podían desempeñar papeles de apoyo, pero ninguna estaba preparada para ser el portaaviones estratégicamente armado estacionado en la frontera israelí.
El propio Irán, con capacidades convencionales muy inferiores a las de Israel o Estados Unidos, y a gran distancia de Israel, tiene capacidades disuasorias o defensivas limitadas frente a posibles ataques israelíes. De hecho, en los últimos años, cuando los planificadores de guerra israelíes contemplaban ataques contra Irán, su principal preocupación era la respuesta a gran escala que Hizbulá podría organizar desde Líbano. Además, en el pasado reciente, Irán podía amenazar con la guerra y el caos en el Golfo, lo que actuaba como un fuerte elemento disuasorio al menos para Estados Unidos, ya que una guerra en esta región de importancia crítica tendría un gran impacto en los precios mundiales de la energía y podría hacer entrar en recesión a las economías mundial y estadounidense. Pero Irán mantiene ahora relaciones normales y amistosas con Arabia Saudí y casi todos sus vecinos del Golfo, y saca mucho provecho de esos lazos.
Para los iraníes, su principal y limitada opción es tratar de encontrar una forma de desescalar, ralentizar o detener la embestida israelí
La actual derrota de Hizbulá deja a Irán profundamente vulnerable. Teherán no sólo ha perdido (al menos durante varios años) su principal activo estratégico, sino que el bando israelí ha demostrado una capacidad de inteligencia y ataque -y voluntad de asumir riesgos y bajas- que ni Hizbulá ni Irán vieron venir.
Mucho dependerá de lo que Irán e Israel hagan a continuación. Para los iraníes, su principal y limitada opción es tratar de encontrar una forma de desescalar, ralentizar o detener la embestida israelí y, de hecho, ganar años de tiempo para revisar su estrategia general y reconstruir el liderazgo y las capacidades de Hizbulá.
La otra opción sería construir un elemento disuasorio más potente, que sería un arma nuclear; pero puede que sea demasiado tarde para eso. El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, está ansioso por intensificar la lucha. Si Irán intenta ahora huir, Israel -con el respaldo de Estados Unidos- emprenderá ataques aéreos contra tantas instalaciones de seguridad iraníes, nucleares y de otro tipo, como pueda. Es cierto que Irán puede aguantar muchos golpes, y una serie de ataques de este tipo ralentizaría el programa nuclear iraní, no lo detendría; pero lo más importante es que los dirigentes de la República Islámica -conscientes del alto nivel de oposición que existe entre amplios sectores de su propia población- estarían preocupados ante todo por la estabilidad y la seguridad del propio régimen, si éste se mostrara tan vulnerable a un ataque israelí.
El cambio tectónico en Oriente Próximo podría afectar también a otros ámbitos. El presidente sirio Bashar al Asad y su gobierno, ostensiblemente aliado de Hizbulá y del Eje de la Resistencia, han guardado un llamativo silencio durante el último año, probablemente conscientes de la amenaza que se cernía sobre lo que quedaba del régimen si adoptaba una postura alineada. En las últimas 24 horas, han surgido informes no confirmados hasta ahora de que Israel ha matado al hermano de Assad, Maher, el número dos del régimen, una figura clave en el ejército sirio, el enlace con los iraníes y Hizbulá, y uno de los principales supervisores de la enorme industria de la droga captagon. En Yemen, los israelíes tomaron represalias contra un ataque hutí contra Tel Aviv con un ataque a gran escala contra el puerto de Hodeida, un nodo logístico crítico para el grupo militante yemení. El ataque a Yemen también ilustró a Irán que Israel es capaz y está dispuesto a llevar a cabo ataques aéreos a larga distancia.
Una guerra a gran escala entre Israel e Irán no sería un asunto predecible y fácil de contener
Mientras tanto, no hay duda de que la victoria de Israel sobre Hizbulá aumenta en gran medida la capacidad y la voluntad de Israel de amenazar o incluso golpear a Irán. Todavía está por ver si Netanyahu seguirá precipitándose de guerra en guerra -Gaza, luego Líbano, luego Irán- o si esperará al resultado de las elecciones estadounidenses y considerará sus opciones frente a la República Islámica en 2025. Pero está claro que se ha despejado el tablero para una especie de ajuste de cuentas directo entre Israel e Irán.
Independientemente de cómo se plantee, y de los recientes acuerdos entre Irán y sus vecinos árabes del Golfo, una guerra a gran escala entre Israel e Irán no sería un asunto predecible y fácil de contener. Podría sumir rápidamente a toda la región en un conflicto militar, trastornando la economía mundial al alterar por completo los flujos energéticos y las rutas marítimas internacionales cercanas.
Aunque Estados Unidos y la comunidad internacional se han mostrado en gran medida ineficaces en el último año, aún existe una importante oportunidad diplomática. En su momento de profunda vulnerabilidad, es hora de dejar claro a Teherán que si renuncia no sólo a su programa de armas nucleares, sino también a su red de milicias por delegación en todo el mundo árabe -la mitad de las cuales ha perdido en el último año- y acepta ser un actor internacional normal que acata el derecho internacional, tiene un lugar seguro y próspero tanto en el orden regional como en el mundial. Es una posibilidad remota, pero gran parte de la opinión pública iraní respondería positivamente a un cambio de este tipo si hubiera un líder en Teherán lo suficientemente audaz como para hacerlo.
Curiosamente, se puede hacer una oferta similar a Israel. En su momento de ascenso militar y triunfalismo, ¿desea Israel invertir su actual ascenso en muchas más décadas de ocupación, con toda la resistencia, venganza y guerra recurrente que ello engendrará? ¿O está dispuesto a aprovechar el momento histórico, aceptar la mano tendida de los mundos árabe y musulmán y contribuir a lograr una solución definitiva y sostenible de dos Estados para la crisis israelí-palestina que se inserte en un Oriente Medio y un orden mundial amistosos? Sólo esta última opción puede garantizar un futuro seguro y próspero tanto para israelíes como para palestinos, y para la región en general.
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Paul Salem es presidente y consejero delegado de Middle East Institute. El texto fue publicado previamente en inglés en la página web del Middle East Institute.
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