Begoña Gómez vuelve a subirse a los podios como un poeta de podio, eterno, torpe, ajeno al mundo, con la poesía de su timidez o de su fraude, indistinguibles. La Justicia la investiga, la prensa no deja de descubrir sus inverosímiles hazañas, pero ahí está ella sobre el atril, como un pájaro sobre una fuente andaluza, como una pichona de porcelana en una casa andaluza (mi abuelo tenía una paloma así, o quizá era un gato que quería atrapar a una paloma o metamorfosearse en paloma), como el sombrero de piedra del poeta andaluz (Antonio Machado tenía sombrero de piedra, decía Umbral). Por Begoña, como por Sánchez, no pasa el tiempo, ni la realidad, ni el vértigo del mundo, que sólo son como agua de molino para la poesía molinera del poeta y para la política molinera del sanchismo. Ahí estaba Begoña en el podio, con patrocinio de banco, como un ciclista, con luz de sirena y discurso de sirena, entre el infantilismo, la magia y la aberración. No pasa nada, que su cátedra ha decaído por cuestiones de honra salmantina pero sigue su máster en fundraising, que ahora me parece una escuela de sirenas.
Begoña estaba en el podio, atragantándose con el discurso como el poeta se atraganta con el encabalgamiento, o con las guirnaldas, o con su tosecilla romántica, o con su bufanda pesada y mudéjar igual que un brocal andaluz. Me hubiera gustado estar ahí, para ver a Begoña grácil, solemne, eterna y atascada como el poeta o la sirena, y también para ver el mar de sirenas o el mar de tela, como el de los teatros, ante el que se presentaba su escuela de sirenas, su máster en fundraising envuelto en mitología, bruma, gaviotas y carnaza. Pero allí no dejaban entrar más que por invitación, que aquello debía de ser un cielo o una discoteca de sirenas. A Sánchez yo creo que pronto sólo le quedará la distancia que quiere poner con la gente o con las elecciones, interponiendo agua, fango, alas, policía, cables electrificados, ministros como porteros o porteros como ministros. Al final terminará en un acuario de plexiglás, como Begoña.
Begoña estaba allí en el podio, de rojo sanchista y con fondos como de camuflaje, como en una fiesta de la serie MASH, pero uno sólo ha podido verla en fotos y vídeos. Y lo que ha visto uno no es ya a una exitosa empresaria que no sabe o no puede leer la redacción, como un escolar que se hace pis (tampoco Feijóo sabe leer los papeles, o se va a tener que poner ya gafas costureras de Sánchez Dragó). No, lo que ha visto uno, sobre todo, es la exuberancia, la vistosidad, el andamiaje y el negocio que puede tener la nada nadando en la nada, como si una sirena imaginaria necesitara un portaviones. Lo de Begoña ya veremos si es delito, enchufe, desparpajo o pasatiempo de rubia como esos pasatiempos de infanta. Pero, sobre todo, es increíble.
Oírla es increíble, verla haciendo volar neologismos y jerigonzas es increíble, que pueda sostenerse sobre una frase como sobre una gran ola o sobre un delgado hilo es increíble, su materia es increíble, sus recetas son increíbles, su mundo es increíble, que mencione la “transparencia”, como cuando Sánchez menciona la regeneración y la democracia, es increíble. Y lo más increíble es que eso reciba dinero público / privado y se presente como un gran submarino por los grandes acuarios que ponen los bancos. A mí me parece, la verdad, que los negocios increíbles siempre son políticos, porque sólo desde la política se pueden hacer circulares, que ésa es la fórmula del éxito seguro. O sea, la materia, moda o chiringuito que se inventa, se paga, se alimenta y se rellena sucesiva y enteramente desde lo político / público. Lo de Begoña, más que mágico o mitológico, es político. Es la única manera de explicar su actividad, su negocio y hasta su persona, que son inexplicables si no, como el poeta de éxito.
Begoña es increíble, como Sánchez es increíble, y el negocio de lo increíble sólo puede ser política o estafa, o las dos cosas normalmente
Begoña es increíble, como Sánchez es increíble, y el negocio de lo increíble sólo puede ser política o estafa, o las dos cosas normalmente. Aquella cátedra de Transformación Social Competitiva, que sonaba a escuela de maquillaje en Oxford, era increíble, y por eso supuso un “daño reputacional” para la Complutense, que aquello era mucho movimiento, mucho aleteo y mucho ruido para tanta nada. Pero aún conserva su máster de dirección de fundraising, que sigue teniendo su público aunque la cosa suene a las calcomanías de Romillo o a las charlas de Alvise (quizá Alvise hubiera llegado a tener su cátedra, que ya se había comprado terno y barbita de catedrático). Lo único que ha hecho Begoña es saltar de una pecera a otra, como un salmonete rojo de éxito y supervivencia increíbles en las peceras.
Begoña vuelve a subirse a los podios como por su escalerita de piscina, igual que Sánchez vuelve a subirse a los podios como por su escalerita de discoteca. Nada ha pasado, ni Peinado ni Barrabés, ni Puigdemont ni Otegi, ni Koldo ni Ábalos, ni Delcy ni Zapatero, ni amnistías ni cupos, ni mentiras ni chantajes, ni vergüenzas ni explicaciones. Los dos siguen desde el mismo sitio, con el mismo discurso y el mismo reloj estropeado, como el profesor gagá o el viejo cacharrero. Y es que sin duda los mejores negocios son inmutables o incluso eternos, o sea la religión, la guerra, el nacionalismo, las pompas fúnebres, el putiferio, el timo y la política.
Begoña es increíble, el sanchismo es increíble, pero aquí no pasa nada, ni el tiempo ni la realidad. Ni para Begoña, que parece una máquina de fundraisear como una máquina de coser, ni para el sanchismo, que parece una diapositiva quemada de Sánchez como aquellos visores con diapositivas quemadas recuerdo de Benidorm. Begoña vende magia, nada y credulidad con coreografía de ninfas de ponchera y patinadores de caja de música, como si fuera Olivia Newton-John en aquel bodrio de Xanadú. Sánchez, sin ninguna sorpresa y sin ningún pudor, hace exactamente lo mismo. Podrían ser los dos un matrimonio de sirenitos, atracadores o poetas bajo las estrellas.
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