En un PSOE que ya sólo es el búnker con mirillas, cañoneras y sauna de la Moncloa, que un barón se rebele es lo único que nos hace mirar al partido. De repente se espantan los pájaros allá en la provincia, como tras un escopetazo, y nos damos cuenta de que todavía hay un PSOE ahí, detrás del colchón de Sánchez, que es una barricada, y detrás de las gafitas de Bolaños, en las que se extingue todo como en los ojos de un pescado de pescadería. Ahora miramos a Tudanca, aunque tampoco pide nada nuevo, ni siquiera nada ideológico, sólo que no le muevan su silla con patas de león, pero ya es otra forma de ver al PSOE. Tudanca se ha rebelado, o no tanto, porque es como si se hubiera rebelado uno de los muchos Ronald McDonald de la franquicia sanchista, pero sólo para pedir seguir siendo Ronald McDonald. En realidad, nadie se le rebela del todo a Sánchez. Page o Lambán lo hacen ideológicamente pero sin movimiento orgánico, y Tudanca lo hace con movimiento orgánico pero con estricto respeto a la doctrina sanchista. Y eso no son rebeliones, sólo conflictos.

En todos los partidos se mueven sillas, se cortan incluso prominentes cabezas de mesón, que acaban precisamente en la chimenea del jefe, y se aúpan meritorios más dóciles o fotogénicos, y nunca ha sido eso desestabilización, como dice Tudanca, sino jerarquía. Lo que pasa con Tudanca no es que haya descubierto la militancia, que salvo en época de guerra interna sólo es un bulto que va detrás del dedazo del jefe, sino que se ha rebotado contra la jerarquía. Nuestros partidos no podrían sobrevivir siendo democráticos, ni están pensados para eso. Son jerarquías más parecidas a una iglesia que a otra cosa (Sánchez ya sólo sale para dar bendiciones o para pregonar el infierno, con manga de ángel o de murciélago). Lo interesante de Tudanca es que sí supone un desafío al poder de Sánchez, más que los estreñimientos de Page, especie de barón clueco. Lo decepcionante es que tampoco va a acabar con el sanchismo.

Lo interesante de Tudanca es que sí supone un desafío al poder de Sánchez, más que los estreñimientos de Page. Lo decepcionante es que tampoco va a acabar con el sanchismo

Nos gustan mucho la palabra rebelión y la palabra guerra, que de repente parecen agrietar un poco ese pacífico alicatado con oleaje de la Moncloa, así como de piscina climatizada o de Tàpies oblicuo. Pero para que haya una rebelión tiene que caer el jefe, o al menos temblar. Y eso significa que caigan muchos por debajo, hasta que el jefe no tenga ni peanilla ni balcón. También, para que haya una guerra tiene que haber intención de hacer caer al jefe, no de que se quede todo como está, con una renovación de tu contrato o un barnizado de tu silla de velador. Pero lo de Tudanca es un movimiento que no tiene propagación. Quiero decir que si Tudanca gana el pulso, porque Sánchez prefiera un congreso tranquilo y como colombófilo, el barón seguirá llevando las tartaletas de la franquicia sanchista, tan feliz. Y si Tudanca pierde, porque Sánchez imponga el poder de sus cañoneras, alguien indistinguible, como un mimo indistinguible, las seguirá llevando igual de feliz.

Tudanca puede armar más ruido con sus sillas de cine de verano que Page con su rosa socialista, doblemente muda como una rosa de cine mudo, una rosa de aspaviento sin eco y de espadachín sin voz. Tudanca puede armar más ruido, pero Sánchez vive en el ruido, incluso disfruta del ruido si le permite meter o incluso engordar su relato. Por ejemplo, Sánchez puede meter a Tudanca, como a Page, en la fachosfera, que todavía queda sitio aunque ande últimamente reventona (ahora también está ahí la Audiencia Provincial de Madrid, que no ha liberado a su Pichona). Un congreso tranquilo está bien para salir con las mangas de ángel, pero un congreso en el que arremeter contra ambiciosos y egoístas, cómplices de la derecha y la ultraderecha, le permitiría sacar las mangas de murciélago, que son las que a Sánchez le quedan como de Armani. 

Tudanca parece que no gusta en la Moncloa, que ya había planes para ponerlo de muerto o de comatoso, como en los culebrones, y de ahí la rapidez de Ferraz por anular sus primarias. Las primarias suelen estar controladas por el barón con báculo y con censo (de Susana Díaz, en sus años mozos y provinciales, se cuenta que cogía el censo y empezaba a llamar ella misma a los militantes poniendo voz de hada madrina), pero los de Sánchez pueden darle la vuelta con tiempo y dinero, y es lo que se ha buscado. De todas formas, como he dicho otras veces, no hay rebelión, sólo hay descontentos, escocidos, desahuciados o tacticistas. La rebelión vendría si en los territorios y en el partido los cargos y carguitos empezaran a ver que su supervivencia política y la del propio PSOE son incompatibles con la supervivencia política de Sánchez. Eso no ocurre con Tudanca, que simplemente reclama que se corresponda a su “lealtad”. No ocurre ni siquiera con Page y Lambán, que ganan votos haciendo oposición y guardando la pureza de la rosa socialista ante el impostor Sánchez (es verdad que parece cine mudo).

No hay rebelión, pero al menos el PSOE se empieza a mover, por hambre, por frío o por vértigo, en Castilla y León y quizá hasta en Andalucía, donde a Espadas le menean también la silla coja del velador o la mesa de lápida, como en La colmena, no tanto desde Ferraz sino desde el osario susanista. Pero los cargos aún pelean por tener un sitio en la jerarquía de Sánchez, un futón a su lado o un pajar en la provincia. Cuando piensen en sobrevivir a la caída del sanchismo, si eso es posible (yo creo que ni Page sobrevivirá a esa implosión del PSOE), entonces habrá llegado la rebelión. Eso sí, quizá el primer paso es que Sánchez parezca débil, por primera vez, no en el Congreso ni en el telediario sino en su propio partido, tanto ante los de la rosa pura como ante los del pesebre de oro o de hambre. Y eso si podemos empezar a verlo.