Atribulada y doliente, se pregunta Begoña Gómez hace unas horas por los motivos que han llevado a la Universidad Complutense de Madrid a prescindir del máster en captación de fondos en el que participaba y la verdad es que a lo mejor tiene razón. “La cancelación del programa (...), 20 días antes de la finalización de la fecha de inscripción, es completamente anómala (...) y va en contra del interés fundamental de una institución educativa, que es la de formar alumnos en diferentes disciplinas”, denunció la especialista en fundraising; es decir, en una actividad que viene a ser la versión evolucionada de pasar el cepillo para las causas en las que uno mismo cree, a las que siempre conviene acaramelar para que además parezcan justas.
No cuesta ponerse en la piel de la fundraiser en cuestión porque la injusticia es manifiesta y cualquier persona con alma limpia y conciencia social la combatiría. Debe ser difícil de digerir la arbitrariedad con la que ha actuado esta institución, pese a no tener motivos de peso para ello. Es cierto que su rector, Joaquín Goyache, tuvo que enfrentarse a fuertes críticas internas, así como ir a declarar ante el juez Peinado el pasado julio como consecuencia de las actividades de Gómez. Pero no pueden calificarse de graves estos hechos si se tiene en cuenta que sólo persiguen la mejora de la financiación de los proyectos de desarrollo sostenible que se le ocurran a cualquier ciudadano (inmaculados en puridad y en su totalidad) que decidiera registrarse en la plataforma creada en el máster de Transformación Social Competitiva. Nada más, que sepamos y, sin duda, que haya en este caso.
No parece tampoco un motivo para alarmarse el hecho de que la Universidad Complutense haya elevado sus sospechas sobre 100.000 euros que fueron destinados a la cátedra extraordinaria de esta extraordinaria catedrática; y sobre algunas facturas que obran en poder del juez Peinado, relacionadas con su actividad. No es necesario tampoco poner en duda que Telefónica, Indra y Google desarrollaran de forma supuestamente altruista un software para este máster -público-, pero que Gómez lo registrara a nombre de su empresa, tal y como se puede apreciar en los sumarios de la Oficina Española de Patentes y Marcas.
Begoña Gómez sufre la envidia
Hay descarriados que han expresado su indignación por estos hechos; e incluso quienes observan en las actividades de esta empresaria indicios de una mala utilización de su influencia; y ponen en duda que altos directivos de las tres citadas multinacionales la recibieran y aceptaran su propuesta. No cuento nada nuevo si señalo a la envidia como la principal lacra de este país cainita, que desconfía del talento desde que el primer tartesio estornudó en una playa; y que en este caso ha lanzado a sus huestes contra esta exitosa empresaria, quien en absoluto se ha beneficiado del puesto que ocupa su marido para conseguir su cátedra extraordinaria, para ser contratada por el Instituto de Empresa o para asistir a algunas reuniones en las que -según El Confidencial- se habló del rescate multimillonario de Air Europa.
¿Y las cartas de recomendación a su amigo Carlos Barrabés? ¿Acaso escribir una misiva es un delito? ¿Acaso alguien puede llegar a ser tan ultra como para pensar que esas credenciales hubieran tenido menos valor si Gómez no hubiera sido la ‘mujer de’...? Con estos ingredientes sobre la mesa, todavía habrá quien piense que España no es machista y que una parte de sus ciudadanos quiere a las mujeres en casa, sin concederles la oportunidad de triunfar.
El dedicado y minucioso trabajo de Gómez, personal e intransferible, auspició el nacimiento de una plataforma que -como publicó El Independiente- ofrecía a las pymes, y también a las grandes empresas, la posibilidad de simplificar sus proyectos de desarrollo sostenible e incluso crear informes con los distintivos de la Universidad Complutense y de la Cámara de Comercio. ¿Tenían alguna validez legal? En absoluto. ¿Parecían oficiales? Podría ser, pero eso implicaría desconfiar en exceso.
Inmaculada e intachable
Así que no…, no había motivos para sospechar. La empresaria -bilbaína de nacimiento- presenta una hoja de servicios inmaculada y la instrucción de Peinado es prospectiva y capciosa, así como las decisiones de la Audiencia Provincial y cualquier papel que escriba la toga nostra que cuestione sus actividades. Su máster está absolutamente libre de polvo y paja. La propia Pilar Alegría incluso ha defendido en el Consejo de Ministros que el caso está más cerca que nunca de cerrarse. Señal de que los indicios que investiga Peinado son inconsistentes. Pistas falsas. El leve rumor de las habladurías más infundadas.
El Gobierno sostiene eso, que la causa contra Gómez es un mero artificio ideado por “la ultraderecha mediática y judicial” para perjudicar al presidente del Gobierno y que, por tanto, la supresión de los dos másteres es poco menos que capitular ante las fuerzas oscuras antidemocráticas. Podría aducir la Complutense, en ese caso, que tan sólo había cuatro alumnos matriculados en uno de ellos y que, por tanto, su coste era mucho mayor a su beneficio.
Pero, en ese caso, se podría argumentar: ¿acaso la rentabilidad que se obtiene con el fundraising no es mayor que la inversión que requiere la formación de expertos? La sociedad sería mejor si dejaran a Gómez vía libre para conseguir financiación para proyectos ODS. El fundraising quiere hacernos mejores y nosotros, porfiones y de alma pútrida, preferimos rebozarnos en el fango.
Otra cosa es que haya quien, con una sensación de impunidad, consciente o inconsciente, pudiera haber actuado en los negocios, dentro y fuera de Palacio, como una Imelda Marcos excesiva, invasiva y extravagante, de las que considera que las leyes son especialmente laxas y los contrapoderes miopes cuando alguien se mueve entre moqueta y avión oficial. Suele suceder en esos casos que tarde o temprano la realidad cae a plomo sobre el envalentonado y le retrata de forma implacable. Pero no, ése no es el caso de Begoña Gómez. Ella es sólo una víctima.
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