Cómo acabar de una vez por todas con el mestizaje. Un seminario sobre la descolonización es el título de un evento que organizaron varias instancias del gobierno regional de Madrid con la Oficina del Español a la cabeza. He de reconocer que una de las razones para asistir fue la curiosidad que me despertó tan críptico título. Mis inquietudes se disiparon nada más arrancar el evento, durante la mesa de presentación a cargo de representantes políticos: el seminario buscaba responder a las posiciones descoloniales del gobierno central. El objeto de los ataques fue el ministro de Cultura, Ernesto Urtasun, quien, en su momento y como uno de los objetivos centrales de su gestión, propuso descolonizar los museos que están bajo su negociado.
No sé muy bien si el afán descolonizador del ministro de Sumar merecía un seminario de réplica, puesto que sus siguientes actuaciones públicas estuvieron relacionadas con otros temas que poco tienen que ver con el asunto, como el cierre de la Fundación Francisco Franco, la eliminación de los premios de tauromaquia y, posteriormente, –y esto es lo que más me sorprende al no tratarse para nada de un asunto de su competencia– el anuncio de la eliminación del delito de ofensas religiosas. El caso es que los intervinientes, en representación del gobierno regional, se presentaron como
defensores del mestizaje y críticos de la descolonización. Según ellos entienden, lo segundo niega a lo primero. En su interpretación, los postulados descoloniales son la negación del mestizaje porque estos pretenden que las culturas no se mezclen, ya que toda mezcla sería un acto colonial o de apropiación cultural.
Para los organizadores, de la Comunidad Autónoma de Madrid (CAM), la defensa del mestizaje es a la vez la defensa de la hispanidad, entendida como una comunidad cultural resultante del modelo colonial (palabra que se niegan a usar, como luego explicaré) propio de las Coronas de Castilla y España que no solo cambió a los territorios descubiertos, sino a la propia península y al mundo. Desde esta posición, lo relevante es que habría una clara voluntad de permanencia en el territorio, como refleja la construcción de universidades, iglesias, conventos y otras infraestructuras que, a su entender, en mayor o menor medida se pusieron al servicio de todos los habitantes del Nuevo Mundo.
Por otro lado, a diferencia de lo que hicieron las otras potencias coloniales con presencia en América, se promovió la integración entre peninsulares e indígenas hasta formar una comunidad mestiza bastante integrada gracias a la lengua compartida y a la religión católica. Se presentó una lectura de la colonia que, desde mi punto de vista, no incorpora las asimetrías de poder que generaron y sentaron las bases de desigualdades sustanciales que permanecen hasta ahora en la región.
Desde esta idea de hispanidad como unidad cultural mestiza rechazan también el uso de la palabra "colonia", señalando que los territorios de América y el Caribe formaban parte integral del Imperio en igualdad de condiciones y con bastante autonomía. Como muestra, echan mano de la Constitución de Cádiz que se refiere a los "españoles de ambos hemisferios", al tiempo que omiten que, incluso en ese contexto, las posiciones propeninsulares de la mayoría de los diputados –incluidos liberales como Argüelles¬– generaron conflicto y malestar en los diputados de América, con el quiteño Mejía Lequerica a la cabeza.
¿Cómo explican la posición de los indígenas –los claros sometidos por el poder colonial– en medio de ese paraíso mestizo? Aquí también hay medias verdades. La primera, porque se refiere al origen, es que señalan que la llamada "conquista" no la hicieron "cuatro extremeños" con un puñado de soldados armados con arcabuces en compañía de perros y caballos, sino que se forjó mediante alianzas entre pueblos indígenas con los "cuatro extremeños" para liberarse de "imperios opresores" como los Aztecas y los Incas. Una vez liberados, se adhirieron voluntariamente a la Corona que los conquistadores representaban como si el uso de mecanismos coercitivos o de que se gobernasen esos territorios mediante una estructura de autoridad claramente colonial no hubiera existido.
A pesar de que toda esa lectura del pasado se reclama "científica", tiene al menos tres claras intencionalidades políticas. La primera es dar la "Batalla Cultural", es decir, entrar en un ejercicio de confrontación argumentativa respecto a todo lo que consideran woke o progre. La segunda es refutar la "Leyenda Negra" o lo que llaman hispanofobia. El argumento más fuerte consiste en contraponer la actuación de los británicos (a los que atribuyen la difusión de la leyenda) en los territorios que colonizaron exterminando a la población nativa. Además, siguiendo con la comparación, ponen de relieve que éstos no construyeron infraestructuras ni grandes ciudades, lo que achacan a un propósito meramente extractivo, sin vocación de permanencia. Pero, sobre todo, son peores porque no crearon una comunidad mestiza como la hispana.
La tercera intención, sin duda la más interesante desde el punto de vista político, es transmitir una imagen de la CAM como el espacio de la hispanidad. Es decir, como un territorio mestizo donde tienen cabida, porque es su casa, los "hispanos de ambos hemisferios". En este sentido, el gobierno de la CAM y su partido han sido capaces de construir y trasmitir un mensaje positivo y de integración a ese 20 % de "hispanoamericanos" que viven en la Comunidad, a los que además, agasaja con
eventos artísticos y festejos como los que se realizarán este fin de semana.
A diferencia de otros partidos, el Partido Popular de Madrid ha visto la ventana de oportunidad para captar votantes fieles en un grupo de personas ajenas a los conflictos que dividen el voto en España, provenientes de contextos altamente politizados y tendencialmente tradicionales y conservadores; inmigrantes que, una vez que pasen dos años de trabajo regular en España, podrán solicitar la nacionalidad y ser ciudadanos –esto es, votantes– de pleno derecho.
El discurso identitario de la hispanidad moviliza políticamente a los "nuevos madrileños" mejor que hablar sobre derechos, como hacen otros partidos
La capacidad de seducción del discurso de la hispanidad es muy potente. Se trata de un discurso identitario que, a la postre, moviliza políticamente a los "nuevos madrileños" mucho mejor que el hablar sobre derechos, como lo hacen otros partidos. Cabe recordar que numerosos hispanoamericanos vienen de contextos altamente desiguales y excluyentes dónde la diferencia etnosocial es más próxima que de la los derechos, por ello, les puede resultar muy atractiva una propuesta de integración centrada en el mutuo reconocimiento como iguales por ser hispanos, es decir, integrantes de una comunidad que tiene al mestizaje en su origen, que habla la misma lengua y comparte matriz religiosa. Si en sus países fueron excluidos por los "blancos de origen español", ahora que están en España se encuentran con unas instituciones que consideran el mestizaje como un valor y no como un estigma racial que les margina.
La representación de la hispanidad como una comunidad sirve también para marcar diferencias entre los grupos de inmigrantes, al trasmitir el mensaje de que, cuando su partido habla de la migración como un problema, el asunto no va con los integrantes de esa comunidad, pues ellos no son extraños, sino parte integral de "nuestra" cultura común. Así, no hace falta explicar que la migración como problema está más asociada a las diferencias religiosas con grupos no cristianos y al racismo.
Francisco Sánchez es director del Instituto Iberoamericano de la Universidad de Salamanca. Aquí puede leer todos los artículos que ha publicado en www.elindependiente.com.
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