El ‘caso Koldo’ ha llevado a introducir un nuevo vocablo en los discursos del presidente: hipérbole. “Usted hace una oposición hiperbólica y estéril”, acusó este miércoles Pedro Sánchez a Alberto Núñez Feijóo. Merece la pena hacer una reflexión sobre el concepto, que condensa una filosofía entera, la del sentimiento trágico de la vida y la exaltación de las pasiones. Vivir de forma hiperbólica es casi tan ridículo como gobernar así. Implica capitular ante el arrebato e inundar todo el entorno personal de arbitrariedad y decisiones erróneas y seminales. Nadie podrá acusar a Sánchez de manejar el país de esa forma. No hay ningún ejemplo en la hemeroteca que así lo ilustre.

Ni siquiera el que sucedió en junio de 2021, cuando Moncloa anunció una reunión entre Sánchez y Joe Biden y, al final, todo quedó en un saludo de pasillo, no más extenso que cualquier conversación de ascensor. Eran (todavía) los tiempos de Iván Redondo, para nada hiperbólicos y exagerados. Ahí se anunció -junio de 2020- que España “había vendido al virus” cuatro meses antes de que se patentara la primera vacuna. Fue la época del “juntos, salimos más fuertes” y la de la Oficina Nacional de Prospectiva y Estrategia, que fue la que organizó aquel sarao en el que se habló de la España de 2050 como un jardín edénico. No merece la pena recordar los periodistas y empresarios que fueron al acto de presentación del libro que se elaboró a partir de esa idea. ¿Para qué? Nada que haga sospechar.

Porque los seis años de Sánchez en Moncloa se han dibujado con lápiz gris, sin estridencias ni juegos florales. No ha habido adornos ni han existido concesiones a lo accesorio, lo propagandístico o lo escandaloso. Ni siquiera se ha dado pie a que nadie en la prensa o en la empresa actúe con actitud servil y lamerona. No hubiera servido de nada, dado que se ha priorizado la gestión cartesiana, modesta y burocrática sobre la altisonancia y se ha renunciado a cualquier recurso que acelerara el pulso, incluido el de la hipérbole.

Muchos años de paz

Eso es lo que ha permitido que se hayan aliviado las tensiones en Cataluña. Los tertulianos más afines a Moncloa -periodistas de postín- lo definieron como “el fin del proceso soberanista” y aseguraron que “traía la paz” tras muchos años de enfrentamiento. Sucedió gracias a los indultos y a la amnistía, que, sin duda, han servido para que Junts y ERC descarten el referéndum soberanista, la independencia y, entre medias, los pequeños-grandes desafíos al Estado a cambio de otorgar su voto en el Congreso o en el Parlament.

Todo eso ya no existe y es consecuencia de una gestión más esforzada que altisonante, como debe ser. Por eso Sánchez pide a Núñez Feijóo que aprenda y reduzca el volumen al que transmite sus consignas, que es excesivo. El presidente puede dar ejemplo al respecto. ¿Hipérboles? Eso restaría efectividad a cualquier Gobierno.

Imaginemos que España tuviera un mandatario con cierto afán por el espectáculo. Habituado al renuncio y a trazar espirales alrededor de sí mismo. Pensemos que, ante un problema personal, como pueda ser, por ejemplo, la imputación de su esposa por sus actividades personales, difundiera una carta en la que afirmara que se va a tomar cinco días para decidir si se mantiene en el cargo o si dimite, ante el dolor que siente por la sucesión de falacias que se publican sobre su persona y su familia.

Si Pedro Sánchez hubiera actuado alguna vez de esa forma, sería disparatado que acusara a la oposición de actuar de forma “hiperbólica”. Del mismo modo, si el presidente hubiera mentido alguna vez, no podría encabezar una campaña contra la mentira como la que emprendió hace unos meses para limpiar el panorama periodístico de acémilas, charlatanes y farsantes. Pero como al líder del Ejecutivo no se le conoce ninguna insidia, ni falso testimonio, podemos decir que los españoles están en las mejores manos en esta batalla por imponer la verdad.

Un presidente contra la corrupción

Conviene recordar que ya en 2018 encabezó Sánchez una maniobra política con la que logró echar a Mariano Rajoy de Moncloa y, con ello, a un partido azotado por múltiples casos de corrupción. A partir de ahí, se puso a la cabeza de un proceso de regeneración que ha limpiado el Gobierno y el PSOE de impurezas de todo tipo. No ha gobernado en España un equipo más limpio de polvo y paja como el actual. Es cierto que personajes como José Luis Ábalos han intentado romper con esa dinámica de pulcritud insobornable y diligencia absoluta. Pero la reacción de Pedro (Pe-e-de-erre-o) ha sido la de expulsarle de inmediato del partido.

¿Que sabía todo el pastel en 2021 y por eso cesó a este ministro, pero, sin embargo, posteriormente le incluyó en las listas a las elecciones de 2023 como número 2 por Valencia? Sólo una persona de mala fe y peores intenciones observaría alguna anomalía en esa decisión. Sólo un sinvergüenza pensaría que Sánchez está tomando el pelo a los españoles. No hay nada, en absoluto, que haga sospechar de esa actitud. Es cierto que hay medios que sostienen lo contrario, pero, para eso, en Ferraz se han puesto manos a la obra y han contratado a 'una espía' y a periodistas y empresarios con problemas de todo tipo para elaborar dosieres sobre 'la mala prensa'. Eso sí que no es hiperbólico en absoluto. Eso es un acto de justicia.