Estos últimos días, la diplomacia iraní está jugando todas sus cartas con todos los actores estatales próximos. Incluso con aquellos con los que existen tensiones diplomáticas debido a los ataques directos hacia Israel desde suelo iraní, como Jordania. Desde principio de mes que el ministro de Asuntos Exteriores, Sayed Abbas Araghchi, se ha reunido con el gobierno sirio en Damasco, con el príncipe heredero saudí en Riad, con su homólogo qatarí en Doha, con el presidente iraquí en Bagdad, con su homólogo omaní en Muscat, con el jefe de la diplomacia azerí, con el rey de Jordania en Amán, con el presidente egipcio en El Cairo y ha mantenido conversaciones telefónicas con el jefe de la diplomacia china, Wang Yi.
Todo esto sucede mientras los israelíes amenazan con una respuesta contundente contra la estructura iraní. Aun no se sabe si será su objetivo los campos petrolíferos del Golfo Pérsico, o si lo será el programa nuclear que se está desarrollando. Aun así, la diplomacia iraní no ha frenado su actividad, e incluso se podría afirmar todo lo contrario, que la ha reactivado después de meses de actividad profundamente afectada desde la muerte del anterior jefe de la diplomacia iraní en mayo pasado.
Hossein Amir-Abdolahian falleció junto al presidente Ebrahim Raisi en un accidente aéreo. Después de unas elecciones donde ganó Masoud Pezeshkian, la diplomacia iraní se había movido solamente por sus esferas más próximas y sus círculos más de confianza: Siria, Qatar, Armenia y Líbano principalmente. Este fin de semana, todo lo contrario, Irán formará parte de los encuentros 3+3 entre Azerbaiyán, Turquía, Armenia, Irán y Rusia.
El marco de encuentro de la diplomacia iraní es la cooperación económica y el desarrollo de inversiones en el país. Y también una llamada a la estabilidad política, que considera el primer paso para conseguir estabilidad económica. Para sorpresa de algunos hace un años se consiguió establecer una relación cordial entre Arabia Saudí e Irán, después de casi una década y media de tensiones. Fue gracias a China.
El hecho provocó tensiones entre los Estados del Golfo, pues Qatar fue el único que apoyó a Irán, y el resto respaldó a Arabia Saudí y Bahréin. Esto ya es cosa del pasado, de la misma manera que lo es considerar que el sirio Bashar Assad sigue siendo un paria dentro de la Liga Árabe, cuando desde hace meses ha vuelto a ser un miembro activo y de pleno derecho. A la vez es uno de los principales aliados de Irán en el exterior.
La diplomacia iraní ha conseguido que no usen en su contra las bases extranjeras en estos países árabes. De la misma manera que también ha logrado rebajar las tensiones con Jordania después del ataque hacia Israel por la muerte de Haniyeh y Nasralá. Si bien en un principio esta opción estaba encima de la mesa, la respuesta occidental al ataque con más de cien misiles ha sido el incremento de sanciones económicas hacia la estructura del régimen.
Estas sanciones también responden al aprovisionamiento de armamento a Rusia para ayudar a Moscú en la invasión de Ucrania. Se podría afirmar que la diplomacia iraní tiene mil caras. Por un lado, pide confianza e inversiones para su economía; a la vez se fija en la estabilidad política en la región; y por otro, se encarga de aprovisionar a Rusia, Hizbulá y las facciones de la resistencia iraquí que causan desestabilidad y desconfianza.
En conclusión, los sectores más esencialistas de la revolución islámica de 1979 presionan para que el gobierno no olvide su papel de custodio de los ideales islámicos, encarnados en la Guardia Revolucionaria Islámica. Y por otro lado hay una sociedad cada vez más fatigada por los frutos de esa revolución que debería haber mejorado sus vidas, pero no lo ha hecho mientras que les limita sus libertades. Esto ayuda a entender porque Irán se comporta como un país más cuando establece vínculos bilaterales con sus vecinos y a la vez no puede desentenderse de facciones como Hizbulá, la Resistencia Iraquí o los Hutíes.
Irán se comporta como un país más cuando establece vínculos bilaterales con sus vecinos y a la vez no puede desentenderse de facciones como Hizbulá o los hutíes
La respuesta israelí al ataque del primero de octubre ayudará a dibujar la posterior reacción, no solo la que salga de Teherán, sino también la de los países con quien se está reuniendo desde entonces. Es cierto que cada vez hay más animadversión regional hacia Israel, pero no tiene por qué implicar nada más que poner mala cara cuando se hable de las incursiones en el Líbano o en Gaza. Mientras tanto, Irán se dedica a alimentar a los actores que desestabilizan en el Líbano, en Irak o en Yemen.
Guillem Pursals es doctorando en Derecho (UAB), máster en Seguridad (UNED) y politólogo (UPF), especialista en conflictos, seguridad pública y Teoría del Estado. Aquí puede leer todas sus columnas en El Independiente.
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