A Fernando María Castiella le llamaban el Ministro del Asunto Exterior. El cambio del plural al singular en la denominación de su cargo se debía a que una parte significativa de su largo mandato giró en torno a Gibraltar. A él y a su equipo se deben algunas decisiones que definen aún las relaciones con el Peñón, siendo la más conocida el cierre de la verja. El caso es que el ministro cesó porque el proyecto modernizador tardofranquista necesitaba una agenda más plural. Más de 50 años después, Venezuela se está convirtiendo en el nuevo "asunto exterior" –al menos en lo referido a la política hacía América Latina y el Caribe– con todo lo que ello implica. Pareciera que se cumple la sentencia de Jorge Santayana sobre la condena a repetir el pasado.
A diferencia de la época de Castiella, ahora las relaciones internacionales son una política pública resultante de la praxis plural de múltiples actores políticos, sociales y económicos implicados en la acción exterior de un país y ahí está, precisamente, la clave del posicionamiento de Venezuela como asunto prioritario. Es decir, no se debe a una decisión unilateral tomada en el Palacio de Santa Cruz, sino a la interacción de los intereses de los grupos políticos y a la presencia permanente del tema en los medios de comunicación. A esto se junta el contacto constante de la población con los asilados, exiliados o migrantes que están aquí debido a la crisis de su país y al autoritarismo de su gobierno.
Desvenezualizar no implica mirar para otro lado ni dejar de ser solidarios, sino cambiar el enfoque con que se abordan las relaciones entre los dos países. Ello es necesario porque Venezuela, en realidad, ha dejado de ser un tema de política exterior para convertirse en un asunto doméstico. En cuanto tal, prima el debate local junto con los intereses particulares de los actores políticos, en lugar de los intereses de los venezolanos que, más bien, se instrumentalizan.
Basta con ver los debates en el Congreso de los Diputados, el Senado, las cortes autonómicas o los ayuntamientos. A modo de ejemplo, para Cayetana Álvarez de Toledo, el asilo de Eduardo González fue una extorsión chavista al gobierno y un "chantaje de Zapatero" con el que se ha mancillado el "territorio español" de la Embajada y se ha puesto a la diplomacia al “servicio del crimen”. Pero no es la única que aprovecha que el Orinoco pasa por Ciudad Bolívar, Gabriel Rufián, de ERC, dio la vuelta al épico discurso de la diputada del PP sobre la soberanía de los pueblos para reivindicar la independencia de Cataluña.
A los políticos españoles que instrumentalizan en clave local la crisis venezolana se han sumado de forma entusiasta políticos venezolanos como Leopoldo López (padre), que fue eurodiputado por el Partido Popular, o María Corina Machado, cuya participación en una manifestación de varios sectores de la derecha en contra del Gobierno de Pedro Sánchez estuvo anunciada; pero, a última hora, desde su equipo informaron que "finalmente no participará en el acto".
A medio camino entre política y medios tenemos, como muestra, a Pablo Iglesias, quien reparte autorizaciones para opinar sobre Venezuela previa enumeración de cinco ciudades venezolanas, aunque ni él las sabe. Su estrategia es la de siempre, hacer paralelismos y jugar al "y tú más" y a la indignación moral. Juan Carlos Monedero va más al grano y por ello, cuando Maduro le entrevistó en su podcast, habló de la juvenil filiación falangista de Díaz Ayuso o montó en cólera porque Felipe VI mandó saludos a los venezolanos que "emigran por necesidad de forma obligada". Ya de paso, al mencionar al actual rey, dijo que su padre era un ladrón al que nadie votó y al que Franco puso en el trono. En resumen: todos debates constructivos que solo buscan el bienestar de los venezolanos (entiéndase la ironía).
Respecto a los medios de comunicación, estos han dado más información y opinión sobre Venezuela en los últimos meses que sobre Soria, Teruel y Zamora juntas en los últimos 50 años. La fascinación mediática con Venezuela no es nueva, recuerdo que en la XV Cumbre Iberoamericana, celebrada en Salamanca en 2005, el objetivo principal de los periodistas era cubrir a Hugo Chávez. El venezolano, sabiéndose protagonista ante la ausencia de Fidel Castro, marcó la agenda de los medios con el capote del factor sorpresa ¡y todos envistieron! De hecho, al no anunciar la hora de llegada, consiguió que todos corriesen a Matacán ante cualquier aterrizaje, provocando un revuelo poco habitual en nuestro aeropuerto "municipal y espeso", tan municipal que ahora solo se anima cuando aterriza el avión de una empresa eléctrica que, diciéndose verde, contamina con entusiasmo trayendo desde Madrid a su presidente para que pueda vestir el birrete de doctor, que tanta ilusión le hace.
Si queremos hacer algo por quienes sufren las consecuencias del gobierno de Maduro deberíamos dejar de utilizar el tema como arma arrojadiza
La otra víctima de esta situación es la política exterior española, puesto que la vacía de contenidos y limita su margen de acción. Algo que, resulta evidente, es perjudicial para el país, más aún en un momento en que esta debe reinventarse de forma urgente, una vez que la estrategia basada en las inversiones de las empresas y los "valores compartidos" ya no funciona, como se ha visto de forma abrupta en la crisis con México –o con la misma Venezuela–. Más allá de hechos concretos, la narrativa de los valores compartidos y la relación fraternal está herida de muerte, entre otras causas, por las tensiones que han generado, en los países de América, las actuaciones de empresas con sede fiscal en España.
Si como país y sociedad queremos hacer algo por quienes sufren las consecuencias del gobierno de Maduro y todo lo que ello implica, deberíamos gestionar primero las diferencias internas y dejar de utilizar el tema como arma arrojadiza, instrumentalizada en función de intereses partidistas o de la línea editorial del medio de turno. Solo así podremos mostrar una posición sólida hacia los actores externos que les permita tomarnos en serio como contraparte.
Además, y en la misma línea argumental, tenemos la oportunidad de crear una nueva estrategia de relación con la región, que evite el frentismo y el traslado al conflicto doméstico de las relaciones con los países, para así remplazar el modelo de política exterior con Iberoamérica del 92 el mismo que que en su momento, sirvió de mucho pero que ahora agoniza. Sobre todo, debemos buscar nuevos puntos de encuentro a partir de una agenda menos vertical, en la que todos los países pueden ver provecho.
En este sentido y por ejemplo, España podría impulsar las estropeadas relaciones con Iberoamérica promoviendo una propuesta birregional innovadora para la gestión del problema del crimen organizado y el narcotráfico que afecta con gravedad a Europa y América.
Francisco Sánchez es director del Instituto Iberoamericano de la Universidad de Salamanca. Aquí puede leer todos los artículos que ha publicado en www.elindependiente.com.
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