El Gobierno se acaba de asegurar el control de RTVE durante los próximos seis años mediante decreto.
Anteriormente, había anunciado un programa de ayudas de 100 millones para “digitalización” de los medios, cuya adjudicación se hará con criterios que aún se desconocen, pero que seguro que benefician a los que apoyan a Pedro Sánchez.
Y, lo que es más importante, ha dividido a los medios en dos: los que chapotean en el fango, y los que supone que son profesionales y serios. Estos últimos son los que apoyan a Pedro Sánchez, naturalmente.
¿Para qué va a necesitar el Gobierno endurecer el Código Penal en los delitos que afectan al derecho al honor? ¿Para qué va a limitar la financiación pública a los medios si el objetivo principal ya lo ha conseguido? Sobre todo, porque es dudoso que el PNV o los partidos independentistas catalanes -o incluso el PSC- apoyen una medida restrictiva que les limitaría a la hora de premiar con publicidad y ayudas a los medios que les son simpáticos.
No. Mientras que el Gobierno controle la televisión y la radio públicas y tenga al Grupo Prisa endeudado hasta las cejas, o al Grupo Godó dependiendo de las ayudas de la Generalitat, no necesita hacer mucho más para tener bajo su influjo a una parte sustancial del panorama mediático español.
Pero me interesa detenerme en el aspecto más peligroso de esta maniobra y que no tiene que ver con el dinero que da directamente el Gobierno a través de campañas o promociones, o las sugerencias a determinados bancos para que sigan apoyando a un determinado grupo. Lo más pernicioso para la democracia es que se está vulnerando el derecho a la información de los ciudadanos al cuestionar la esencia de ese derecho constitucional.
Desde que gobierna Sánchez, la propaganda ha sustituido a la política
Me explico. El presidente del Gobierno está acosado por diversos escándalos de corrupción que afectan directamente a su familia y, por el momento, a uno de sus principales colaboradores, el ex ministro Ábalos. Ante ese panorama, Sánchez ha reaccionado en una doble dirección: por un lado, utilizando a las instituciones del Estado, como la Abogacía o la Fiscalía General, para que actúen en su beneficio; por otro, poniendo en funcionamiento la fábrica del contrarrelato. A cada información sobre uno de los casos que le afectan, el Gobierno y sus aliados mediáticos responden con el “y tú más”, contraponiendo supuestos casos presentes o pasados de corrupción del adversario, el PP.
Desde que Sánchez gobierna, la propaganda ha sustituido a la política y la desinformación a la información.
Para que esa maniobra de enmascaramiento de la realidad tenga cierto éxito lo primero que hay que hacer es poner en cuestión la objetividad. Esa es la primera piedra de un sólido muro. Cada vez veo a más teóricos de la comunicación, políticos y tertulianos argumentando que la objetividad no existe. Y, de ahí, al siguiente paso: que la opinión prime sobre la información.
Hace cuarenta años se decía que una persona sin información era una persona sin opinión. Ahora se puede decir que para tener opinión no hace falta información.
La maquinaria del contrarrelato es potente. No sólo implica a los ministros más militantes y a los portavoces del partido, ya sea en el Congreso o de la Ejecutiva Federal. Las redes sociales, en las que Moncloa invierte cada vez más dinero, colaboran en crear esa dualidad: buenos y malos; fango y profesionalidad. Incluso en las tertulias de televisión y radio se fomenta ese duopolio, a veces incluso sentando a los periodistas a la derecha o a la izquierda del moderador en función de la ideología que se supone representan.
¿Dónde queda la información libre de contaminación política? Es una especie en extinción. El alineamiento no es sólo rentable para el Gobierno, sino para los medios que le defienden a capa y espada. También puede decirse que ese fenómeno se da en el campo contrario, que hay medios que sólo miran a través de los ojos de Génova; pero la responsabilidad de esa insana división, de esa pérdida de objetividad cada vez más burda y extendida, es principalmente del Gobierno.
A trancas y barrancas el presidente va logrando su objetivo. No sólo sigue en Moncloa, sino que el CIS premia al PSOE con subidas electorales pese a los casos de corrupción.
¿A costa de qué? Su legado será nefasto para la democracia. Nadie o casi nadie dará crédito a un medio que no defienda los intereses del partido al que vote. Recuperar el crédito de los medios es algo que llevará años. Si es que alguna vez se consigue.
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