Le ha pasado a Errejón como a otros tantos aliados públicos del feminismo. No es el primero ni será el último en terminar su carrera alegando que quiere reparar errores del ayer cuando gran parte de su triunfo profesional viene de señalarlos en otros. Hemos pasado de sorprendernos cuando un "aliade" político, periodista o director era acusado de, presuntamente, pertenecer a lo peor del machismo; a asumirlo como uno de los motores de sus frases grandilocuentes y de su lucha a favor de una causa que parece que compartían solo por su rentabilidad.

La primera denuncia a Errejón fue anónima pero tras ella aparecieron otras cuatro mujeres más dando sus nombres y apellidos. Y hubo otra, en junio de 2023, que se hizo en forma de hilo de X (antes Twitter) y que no tardó mucho en desaparecer. Hace años, las habríamos puesto en duda, incluso muchos las habrían tildado de estrategia política, pero han sido ellos los que han conseguido que - aunque sea en las redes y no en la Policía, aunque sea sin pruebas- no se pueda dudar. Yo, para confundirme poco, tiendo a no hacerlo.

Lo mejor de esta huida rápida, de este salto cuando la casa ya olía a quemado, han sido las razones que ha dado en su comunicado. Para Errejón, la culpa no es suya sino de la forma en la que se vive en "la primera línea política y mediática". Porque, y para no dejar de lado otra de sus grandes banderas, que también va a tener que dejar de ondear, alude a cómo para subsistir ha tenido que asumir "una forma de comportarse que se emancipa a menudo de los cuidados, de la empatía y de las necesidades de los otros".

Íñigo, no es el neoliberalismo ni la salud mental ni la primera línea política ninguno de tus problemas. Ni el feminismo como tu nicho de mercado

Y aquí viene lo mejor. Errejón dice que ha sido el "desgaste de su salud mental" el que le ha llevado "al límite de la contradicción entre el personaje y la persona". En castellano, que nada tenía que ver lo que él defendía desde su escaño como portavoz de Sumar con que lo que hacía en su vida privada. Él no habla de violencia machista, sino "de una forma de vida neoliberal" que se enfrenta a "ser portavoz de una formación que defiende un mundo nuevo, más justo y humano". 

Pero Íñigo, no es el neoliberalismo ni la salud mental ni la primera línea política ninguno de tus problemas. Ni siquiera es que hayas hecho del feminismo tu nicho de mercado. Es que te acusan de meter la mano donde no te dieron permiso, te acusan de usar tu estatus de poder para machacar psicológicamente a una mujer, de hacerlo mientras tuiteas en morado. Y tu partido asegura que asumes las acusaciones como ciertas.

"¿Cómo iba a ser posible que un político de nivel nacional, conocido precisamente por ser de izquierdas y feminista, me metiese mano, justamente en medio de un evento feminista y punk?", se preguntaba la chica que lo acusó en 2023. "Tenía que haber algún error", decía. Sí, el de pensar que el personaje tenía algo que ver con la persona.