Sobre los hechos que ha reconocido Íñigo Errejón ante los órganos internos de Sumar, nada que comentar. Tampoco sobre los tribunales populares del MeToo y derivados, que han sustituido a los institucionales en los casos con proyección mediática, ante el aplauso de tantos y tantos incautos. Tan sólo cabe manifestar cierta sensación de incertidumbre al respecto, dado que los experimentos jacobinos y totalitarios terminaron con culpables e inocentes en la misma saca o en hogueras avivadas en las plazas anejas.

El mundo de nuestros días consiente estos juicios sumarísimos sin excesivos escrúpulos y una parte de la culpa de ello la tienen el ahora ajusticiado -responsable o no, lo decidirán los jueces- y sus correligionarios, que los promovieron para señalar a sus enemigos políticos, a los que les convenía utilizar para avivar su pira, de cuyas cenizas se alimentaban sin ningún escrúpulo, como carroñeros hambrientos. También inquieta la actitud de aquellos -muchos- que, radicalizados, sienten alegría estos días por el mal cometido por su enemigo; sobre el cual, por cierto, todavía no se han visto pruebas consistentes, pese a que el aludido haya reconocido que ha tenido comportamientos impropios; y pese al texto de la denuncia de una de las afectadas, que recoge un testimonio, el cual siempre conviene tomar con cautela.

Lo que ha quedado demostrado es que la 'nueva política' era esto: un grupo de oportunistas que, como ha sucedido con tantos y tantos moralistas a lo largo de la historia, predicaban grandes valores sin poseerlos. Nada nuevo entre los suyos. Lenin promovió la revolución del proletariado y, un par de años después, las milicias bolcheviques torturaban y ajusticiaban a los campesinos que se negaban a entregar toda su cosecha a 'la revolución', a riesgo de morir de hambre. Mao ni siquiera los dejaba cocinar. Expropiaba las cazuelas para fundir el metal e inflar el dato sobre la capacidad de producción de la industria estatal.

La 'nueva política' era esto: un grupo de oportunistas que, como ha sucedido con tantos y tantos moralistas a lo largo de la historia, predicaban grandes valores sin poseerlos.

Son especialistas los socialistas -sean cuales sean sus siglas- en caminar en una dirección contraria a la que anuncian en sus discursos. Por eso, quien no quiera desilusionarse o sentirse estafado, no debería prestarles mucha atención. Recordemos que Pablo Echenique contaba con una asistenta que cobraba 'en negro' mientras despotricaba contra la CEOE por sus prácticas esclavistas. Juan Carlos Monedero apostaba por la mejora de los estándares democráticos en España mientras respaldaba al caudillo venezolano.

Pablo Iglesias quedó afónico tras repetir una y mil veces que los partidos debían gestionarse de cara a los afiliados y sin nepotismo, mientras avivaba conspiraciones para que el núcleo de Galapagar no perdiera posiciones en las listas del partido. E Irene Montero, quien predicó durante los primeros tiempos de Podemos contra los privilegios de la casta, aprovechó su estancia en el Ministerio de Igualdad para recoger, con el coche escoba, a los Sánchez Mato y Celia Meyer de turno, a quienes no se conocen especiales reticencias por haber sido nombrados 'asesores'. ¿Cómo las iban a tener? Pertenecen a 'la nueva izquierda', que exige para los demás lo que considera accesorio o innecesario para sí misma.

Escribió Cioran que son más peligrosos los idealistas que los delincuentes comunes. Las palabras de los primeros generan más destrucción que el robo de una cartera o de una sucursal bancaria por parte de los segundos. Los iluminados suelen ser inconsecuentes, como se ha demostrado en el caso de Errejón, quien hace dos años instaló un cadalso bajo el edificio de una residencia de estudiantes porque los “pijos” que allí se alojaban habían sido machistas, pero que este jueves reconocía por carta comportamientos que a lo mejor son peores. Sobre los testimonios anónimos y con nombre y apellidos, reitero, nada que decir. Tan sólo cabe señalar la misma evidencia, y es que todas las inquisiciones suelen surgir para defender una causa justa -la pureza espiritual de las sociedades o la igualdad-, pero, tarde o temprano, derivan en persecuciones hacia el vecino molesto o la persona que obstaculiza la proyección de alguien.

Tolerancia cero, menos con los de mi partido

Esos juicios han contribuido a normalizarlos personas como Errejón, que formaban parte de un sanedrín hacia el que quisieron que todo el mundo mirara cuando se producían determinados episodios polémicos. Eran y son el Ministerio de la Moral, que en los países en los que existe suele ser tan relevante como represor y antidemocrático. No es causalidad que minaran la confianza de los españoles -con sus discursos- en los jueces de "la toga nostra" mientras respaldaban procesos sumarísimos que sirvieron para linchar a inocentes, como las exparejas de María Sevilla y Juana Rivas.

Así ha sucedido con todo lo relacionado con el movimiento woke, pero también en otros ámbitos como el de la economía, donde también impartían doctrina 'catecúmena'. Quien se atreviera a criticar las subidas de impuestos o el elevadísimo gasto social era definido como un insolidario; como un infiel al Estado. Lo mismo sucedía con quien denunciara la forma tan obscena en la que diseñaban una red clientelar con el dinero de los demás. Así engordaron su Iglesia particular con fieles sobornados.

Hace unos años, allá por 2014, exigían la democratización de las instituciones y hablaban de la necesidad de despolitizar la Administración. A la hora de la verdad, han designado a sus peones, a dedo, para todo tipo de empresas públicas, incluida Radiotelevisión Española. Esta misma semana, Errejón defendía el 'decretazo' del Gobierno para tomar el control de La 1 mediante la designación de consejeros a dedo por parte de los partidos. En 2015, en Telemadrid, respaldaba la celebración de un concurso público para evitar que los partidos controlaran la cadena. Así ha sucedido con todo: la nueva política ha sido un enorme ejercicio de hipocresía. Sus impulsores serán recordados como unos de los mayores oportunistas de la historia contemporánea de España.

Un daño difícil de reparar

No han mejorado el país. Al contrario. Tras de sí han dejado un rastro de ruido y de desgaste que costará limpiar. Hay una buena parte de los españoles que considera acertadas estas doctrinas, hasta el punto de defender que los procesos populares derivados de la 'cultura de la cancelación' son una buena herramienta para impartir justicia. Por otra parte, hoy, los ciudadanos creen que existen “beneficios caídos del cielo”, que España es un país carente de derechos fundamentales y anclado en el franquismo; y que todo aquel que se oponga a su peronismo rampante e irracional es un fascista o una mala persona.

Ellos son lo que son y esto han traído, con el respaldo ciego y estúpido de una sociedad española dormida, despistada e ignorante. Preguntaban a Íñigo Errejón hace unos días, en una rueda de prensa, por la corrupción de 'el jefe', 'el 1' y derivados... y apoyaba a Pedro Sánchez por su rápida actuación contra José Luis Ábalos. Sobra decir que su actitud contra el latrocinio de unos cuantos del Partido Popular fue muy distinta en su día, en su enésimo ejercicio de fariseismo. El necesario para proteger un sueldo de 102.000 euros anuales.

La nueva política no era mejorar España a partir de unos principios sólidos. Era simplemente llegar a las instituciones para desestabilizar, para figurar y para trincar. Para salir en las televisiones, para deslumbrar en los bares de la calle de Argumosa y para garantizarse una vida cómoda y una biografía emocionante.

Han demostrado en este tiempo que sus vicios son exactamente iguales que los de los partidos que señalaban; y han sumido a España en una especie de paranoia ansiosa de la que le costará despegarse un buen tiempo. Este movimiento tiene muchos cómplices, incluidos, quienes afirmaban este jueves que lo de Errejón se sabía hace un tiempo. ¿Y por qué no cantaron entonces? ¿Por no perjudicar al Gobierno? Ahí está la clave de todo. Consideran la existencia como un ejercicio inacabable de lucha contra el enemigo político. Y les es rentable: siempre hay bobos que los creen.

Lo peor es que el PSOE que llegó a ser socialdemócrata hoy se ha convertido en algo parecido a esto: en 'nueva política' oportunista. En todo por el poder, por Pedro y por nosotros. En todo contra ellos. Qué país...