Una de las descripciones más extendidas cuando se habla del partido es la del “Estado dentro del Estado”. La expresión no deja de reflejar una realidad evidente, pero debe ponerse en su contexto, que no es otro que el marcado por la incapacidad de la estructura estatal libanesa para actuar como tal. Esta disfunción se aprecia antes incluso de iniciada la guerra civil de 1975 y guarda relación con las peculiaridades ya mencionadas del sistema político y los delicados equilibrios interconfesionales.

Los expertos extranjeros que visitaban el país a mediados del siglo pasado, cuando se inicia la época dorada de la “Suiza de Oriente”, se quedaban maravillados. La razón era el florecimiento de su sector bancario, comercial y financiero, junto con un apreciable —según los estándares árabes— nivel de libertad de expresión que contrastaba con la debilidad crónica del Estado y la inexistencia de un proyecto sólido de nación. Es conocida la reflexión de un hombre de negocios belga: “No sé qué hace funcionar la economía libanesa, pero parece que les va muy bien. Les sugiero que la dejen funcionar por su cuenta”.

Quizás no deberían haberle hecho caso: el liberalismo económico “anárquico” resultó beneficioso para las grandes familias, pero agravó las diferencias sociales entre las clases bajas y medias, sobre todo en el seno de las comunidades más desfavorecidas, como los chiíes.

El enervado Estado libanés, asediado por un crecimiento asimétrico del centro frente a la periferia y unos índices demográficos desaforados, no fue capaz de responder con solvencia a los envites de la política regional. Entre ellos, el impacto negativo de la creación de Israel, que generó, de entrada, la afluencia de cientos de miles de refugiados palestinos, obligados a hacinarse en campamentos diseminados por la geografía libanesa.

Las desigualdades sociales, junto con la incapacidad del Gobierno central para extender su control a todo el territorio y proteger el tejido social, abonaron el terreno para la guerra civil de 1975, debida en parte a lo que el nacionalismo libanés llamó en su momento “el Estado palestino dentro de Líbano”. Las milicias palestinas llegaron a controlar barriadas enteras dentro de Beirut, además de los campamentos de refugiados y enclaves en las regiones meridionales, lo cual provocó el resquemor de los propios libaneses, sobre todo los chiíes del sur y un sector relevante de los maronitas de Monte Líbano y Beirut este.

Estados Unidos e Israel denuncian con insistencia la incapacidad del ejército y servicios de seguridad libaneses para impedir los ataques de la resistencia islámica hacia territorio israelí; pero esto ya ocurría en los setenta, con las operaciones relámpago de los grupos armados palestinos, que por aquel entonces asumían el grueso de la lucha contra el “enemigo sionista”.

La inconsistencia del Estado libanés es, pues, proverbial y ha permitido la aparición de experiencias fragmentarias en determinadas zonas

La inconsistencia del Estado libanés es, pues, proverbial y ha permitido la aparición de experiencias fragmentarias en determinadas zonas. O la presencia continuada de tropas sirias, israelíes y contingentes de la ONU. Esta inoperancia puede apreciarse en la degradación de los servicios básicos, las infraestructuras y la proliferación de la corrupción en todos los ámbitos económicos y sociales. El símbolo más destacado de esta conocida incapacidad puede apreciarse en el fragor de los generadores de gasoil que empresas y comunidades de vecinos deben “apañarse” para garantizarse suministro eléctrico ante los sempiternos apagones. Un buen número de ciudadanos, en especial los chiíes de las provincias “abandonadas” del sur, pensaban que el Estado no se ocupaba de ellos. Para sus simpatizantes, por el contrario, “Hezbolá sí”.

Partiendo de los postulados y componentes básicos de la teoría política del partido, la consecución del objetivo primero, resistir al proyecto expansionista representado por Israel, exige la creación de infraestructuras sociales con las que arropar su fuerza militar. El hecho mismo de que Hezbolá haya desarrollado su propio brazo armado refleja a las claras sus intenciones, pero no puede explicarse, una vez más, sin tomar en consideración la “especificidad” del Estado y la nación a la que pertenecen. No pocos libaneses se preguntan para qué sirven sus fuerzas armadas, mal pertrechadas y peor adiestradas, que patrullan de forma testimonial las zonas conflictivas; también se preguntan lo mismo respecto del resto de organismos e instituciones que, en teoría, responden al Gobierno central. La independencia política y militar de Hezbolá no sería posible sin la existencia de un presupuesto propio que, a juzgar por la extensión de sus servicios de asistencia social y la fortaleza de su ejército, ha de ser generoso. De dónde proceden estos fondos es otra de las grandes cuestiones que sobrevuelan continuamente sobre la formación.

(Foto de ARCHIVO) Militantes de Hizbulá en. un desfile militar en Beirut.

Sus líderes suelen afirmar que el grueso viene de donaciones aportadas por miembros de la comunidad, tanto en el interior como en el exterior. En concreto, Nasrallah cita tres fuentes principales: 1) una serie de instituciones, como la Asociación de Apoyo a la Resistencia Islámica (Hai’at Da’m al-Muqawama al-Islamiyya), que recoge las donaciones y, de paso, da “trabajo a miles de hombres y mujeres”; 2) el “quinto” (al-jums) o limosna preceptiva para los chiíes yaafaríes (duodecimanos), sobre todo en tiempos de guerra y que, como el nombre indica, representa la quinta parte de los ingresos; 3) instituciones benéficas iraníes que recogen aportaciones especiales para las familias de los mártires, heridos y presos en las cárceles israelíes, como la Institución del Mártir o la Agrupación del Herido; 4) contribuciones de Siria e Irán (Nasrallah, 2000). Los medios de comunicación del grupo, en especial Al Manar, promocionan estas asociaciones de asistencia, con oficinas según los casos en Beirut y Teherán o Qom. Una de ellas es la Comisión de Asistencia del Imán Jomeini (Laynat Imdad al-Imam Jomeini).

Además de las ventas de gas y petróleo, el régimen iraní está ingresando importantes cantidades con la venta de drones y misiles balísticos, especialmente a Rusia

Siendo las tres primeras relevantes, la cuarta representa por fuerza la contribución de mayor importancia. No tanto la procedente de Siria, cuyo apoyo, según el partido, se reduce al diplomático y la transferencia de determinada tecnología militar, sino la iraní. Fuentes occidentales estimaban los gastos de la sección militar en unos mil millones de dólares anuales a principios del siglo XXI.

En la actualidad, la cifra debe de haber crecido exponencialmente si creemos las estimaciones que hablan de más de 100.000 hombres armados y un arsenal con al menos 150.000 misiles y cohetes. Según fuentes de inteligencia estadounidense, la Guardia Revolucionaria Iraní se encarga de mover el dinero iraní entre las células “terroristas” del “eje de la resistencia”. Estas fuentes, basadas por lo general en “estimaciones”, sostienen que Teherán ha aportado de forma directa el 70% de las necesidades financieras del grupo.

La forma en la que este recibe los fondos no está tampoco muy clara —hay quien habla de aviones llenos de maletines para sortear las sanciones impuestas a los bancos y las empresas iraníes—. Teherán no aporta datos sobre cómo y cuánto financia a sus aliados, en especial al régimen de al-Asad en Siria y a Hezbolá. En uno de los rarísimos comentarios al respecto, un general de la Guardia Republicana señalaba en 2020 que Irán había aportado entre 20 y 30 millones a las milicias chiíes que combatían en Siria contra los yihadistas suníes y las fuerzas de la oposición. Hezbolá habría sido una de las más beneficiadas.

Además de las ventas de gas y petróleo, el régimen iraní está ingresando importantes cantidades con la venta de drones y misiles balísticos, especialmente a Rusia. Dado que los rusos y Hezbolá mantienen conexiones en Siria, no debe descartarse que haya algún tipo de transacción directa entre rusos y libaneses. Los medios occidentales apuntan también a la implicación del grupo en el tráfico de drogas —el famoso hachís rojo del valle de la Becá—, de armas y hasta de captagón que se ha puesto de moda en Siria a lo largo de los últimos años, pero, como suele ser habitual cuando se habla de las actividades delictivas y terroristas del grupo, sin que se aporten pruebas fidedignas.

En el asunto del cannabis, Hezbolá, como mucho, ha mirado para otro lado para no enemistarse con los clanes locales encargados de mover el negocio en una zona que, en teoría, está bajo su supervisión. La fortaleza del grupo viene dada por su enorme variedad de recursos y mecanismos de poder, así como por su capacidad “camaleónica” para aclimatarse a circunstancias sobrevenidas, por muy variadas y mutables que sean. Administra desde economatos a empresas de limpieza y recogida de basuras, empleando de forma directa a cientos de miles de personas. Esto la convierte en el segundo mayor empleador tras el Estado, a través de consorcios como la referida Asociación de Apoyo a la Resistencia Islámica en Líbano, con un número aproximado de entre 80.000 y 100.000 empleados. En plena crisis económica, el partido ha estado pagando a un sector de sus trabajadores en dólares, de muy difícil acceso para el grueso de la población. Para hacernos una idea de su fortaleza corporativa, tomemos el caso de la “enésima” crisis económica que sufre el país en décadas, desde 2020, generada según algunos por la explosión en el puerto de Beirut de aquel verano. En el momento mismo del 7-O, con un 70% de la población en o cerca del umbral de pobreza y la lira en caída libre frente al dólar, este sistema de asistencia social volvió a certificar su vigor frente a la ineptitud estatal. Mucho antes que el Gobierno, emitió cupones de aprovisionamiento para las familias más pobres, llamados sayyad, y otros para sus asalariados, nur. Estos vales no solo dan derecho a productos básicos a precios reducidos, sino también a asistencia médica en sus hospitales y ambulatorios. El vínculo directo con Teherán permitió a Nasrallah “importar”, a partir de 2021, combustible iraní a precios ventajosos, a través de puertos sirios, sorteando las sanciones internacionales. En contraste, en verano de 2024, las autoridades de Beirut se veían incapaces de solucionar el “affaire del petróleo iraquí”, derivado del impago de los contratos de suministro de gasolina firmados con Bagdad.

UN ENTRAMADO DE ESCUELAS, HOSPITALES, TELEVISIÓN Y… CLUBES DEPORTIVOS

Habida cuenta la impronta religioso-doctrinal de la organización, no es de extrañar la proliferación de escuelas e institutos en sus zonas de influencia, de forma notoria en los feudos urbanos de Baalbek, Tiro y el Dahiye beirutí. Estos centros habilitan a los estudiantes de religión para inscribirse en las hawzat, a imagen y semejanza del Instituto Legal Islámico, creado por el ayatolá Fadlallah en 1966 como equivalente a las centros de enseñanza superior islámica de Nayaf y Qom. A ello deben unirse los numerosos hospitales y ambulatorios gratuitos o semiprivados, con servicios de primer orden para los miembros del brazo militar y las familias de los mártires. O las farmacias en las zonas deprimidas con nombres de combatientes asesinados por Israel o muertos en combate. Sin duda, uno de los buques insignias es la empresa Yihad al-Binaa (‘el yihad de la construcción’), responsable de la rehabilitación del Dahiye tras la guerra de 2006 y la cual, según los portavoces del partido, se encargará de reconstruir todo el sur en caso de una nueva ofensiva israelí en 2024.

El proyecto de reconstrucción del suburbio, centrado en la zona de Haret Hreik, duró cinco años y supuso la erección de 4.000 apartamentos, con el lema de al-Wa’d (‘la promesa’). La creciente pujanza en el sector de la construcción llama la atención, habida cuenta de que Rafiq Hariri, asesinado en 2005, había encabezado desde la presidencia del Gobierno los proyectos de rehabilitación nacional tras la guerra civil. Hariri hubo de afrontar este dilema: hacía falta paz y estabilidad para reconstruir el país y devolverlo a la bonanza económica, pero ¿puede conseguirse con una milicia que insiste en combatir a Israel hasta el final? En la plataforma mediática y editorial destaca Al Manar, fundada en 1991 (emisión terrestre), reconvertida en vía satélite en 2000, con su lema “El canal de los árabes y los musulmanes”.

Su objetivo fundamental, apoyar la causa palestina, arrostrar los “proyectos expansionistas de la ocupación” y sustentar las reclamaciones de los “oprimidos” (mustad’afin). Sus emisiones, como es de suponer, se centran en el conflicto con Israel, intercalados con monográficos sobre religión, cuñas publicitarias en árabe y hebreo, dentro de su pugna propagandística con Tel Aviv, himnos patrióticos, imágenes de operaciones y entrenamientos militares y los discursos de Nasrallah, que componen el plato fuerte de la parrilla. Las secciones dedicadas a resumir la prensa israelí y los debates políticos, abundantes en las televisiones israelíes, con predilección por aquellos espacios centrados en los planes bélicos del grupo, sirvieron de inspiración para otros canales pertenecientes a organizaciones islamistas, como al-Aqsa, de Hamás, cuya oficina central fue bombardeada por la aviación israelí en 2018, o al-Masira, del movimiento yemení proiraní de los huzíes, muy dado también a reportajes sobre las acciones armadas de sus combatientes. La prestación de la cadena en la invasión de 2006 fue de gran importancia a la hora de mantener la moral de los milicianos y, de paso, hacerles llegar información relevante a través de sus representantes políticos o el mismo Nasrallah, quien siguió emitiendo sus conocidos discursos.

En 2006, la aviación israelí se cebó en sus instalaciones de Haret Hreik (en el Dahiye) y las principales oficinas y dispositivos de repetición de señales; empero, al-Manar se las arregló para no interrumpir la emisión. El partido dispone de otras publicaciones, al-Nur, al-Bashair, al-Ahd, al Mawqif y un centro de investigación, al-Markaz al-Istishari li-l-Dirasat wa al-Tawthiq (Centro Consultivo de Estudios y Documentación), dirigido por Abdel Halim Fadlallah. Su editorial, Fundación Bint al-Huda, publica cedés y deuvedés con vídeos y canciones sobre himnos religiosos o las actuaciones de los cantantes chiíes árabes e iraníes más conocidos por sus himnos sobre Al al-Bayt (Los doce imanes), en especial los cantos conmemorativos de la Ashurá o martirio de Husein, además de una serie de opúsculos sobre los deberes del creyente o el significado del yihad, por ejemplo. Luego están medios afines, como el periódico al-Akhbar, fundado en 2006 por Yuzif Samaha e Ibrahim Amin, periodista este último muy cercano a los altos estamentos del partido. De orientación izquierdista, apoya la lucha de resistencia contra Israel, si bien sus contenidos culturales y sociales tienen una impronta secularista, ajena a la tendencia rigorista y puritana del espacio Hezbolá en la materia.

También la cadena de televisión Al Mayadeen, fundada por el periodista tunecino Ghassam Ibn Jeddo, conocido rostro de Al Jazeera. Contrario a la línea editorial de esta, que apoyaba la revolución siria y emitía información —sesgada según él— en contra del Gobierno de Bachar al-Asad, decidió abrir su propia cadena, con base en el barrio de Bir Hassan, cerca de la periferia sur de la capital. Su línea editorial, como puede apreciarse en las noticias y reportajes sobre la campaña militar de Israel en 2023-2024, se posiciona claramente a favor de Hezbolá y el “eje de la resistencia”. Tiene, como al-Manar, una página en español.

En tiempos relativamente recientes, el partido ha sido muy receptivo, cosa no siempre habitual en las agrupaciones islamistas, a vincularse a clubes y agrupaciones deportivas. El más destacado es al-Ahed, con sede en el Dahiye, convertido a lo largo del siglo XXI en uno de los más laureados del país, con 28 títulos locales y una copa de la Confederación Asiática de Fútbol (ACF), el equivalente a la Europa League. Tanto su accionista principal, Osama al-Halabawi, como el presidente Mohammed Assi, afiliado al partido, mantienen nexos con la dirigencia de este. Nasrallah se ha fotografiado con ambos en las celebraciones recientes de títulos, sabedor de la creciente influencia del balompié en Líbano, donde cada comunidad dispone de su propio club representativo: los suníes tienen a al-Ansar (financiado por la familia Hariri), el más laureado de todos; los maronitas, al-Hikma o La Sagesse (Fuerzas Libanesas); los armenios, el Humenetmen y los drusos, al-Safa, por citar algunos. Hezbolá debió de reparar en la repercusión de al-Ahed, cuyas instalaciones se hallaban en lo que luego sería centro neurálgico del partido, a principios del siglo XXI, lanzado ya a una visión multidimensional de su “vocación” empresarial. El equipo se ha convertido en el símbolo deportivo de la comunidad chií, que cuenta, tras años de postración, con “un club ganador”. Aunque la junta directiva niega una vinculación orgánica, la gente lo asocia con Hezbolá, por su enclave y el perfil ideológico de sus seguidores.

La impronta del taifismo se aprecia con claridad en las canchas libanesas de fútbol y baloncesto, donde los aficionados suelen corear lemas políticos de cariz sectario. Los partidos en la cumbre entre los grandes clubes, como el Hikma, apoyado por cristianos (maronitas), y al-Riaydi, musulmanes (suníes), los dos grandes dominadores de la liga de baloncesto, se celebran en medio de estrictas medidas de seguridad y se suspenden cuando la tensión interconfesional en el país o en la región de turno está “al rojo vivo”. Durante décadas, destacados hombres de negocios metidos en política o, directamente, los partidos mismos, han invertido en estos clubes para reforzar su imagen o compensar el desarme de las milicias, hallando así un campo de batalla alternativo al conflicto civil de 1975-1990. Una explicación a la tardía incorporación de Hezbolá a esta lógica de la taifa deportiva podría radicar en que su milicia fue la única que no hubo de disolverse; por tanto, no tenía necesidad de un mecanismo alternativo de movilización —o de librar guerras privadas con otras exmilicias—. Para no pocos libaneses, la rivalidad entre cristianos y musulmanes se trasladó a los partidos de fútbol, baloncesto y demás; así, el triunfo sobre el contrario, asimilado a un credo o una región en particular, sirve para elevar la autoestima del colectivo y, entre los de mayor edad, “vengar” afrentas reales o ficticias sufridas durante la guerra civil o, incluso, en la etapa pos-Taif.


Extracto de Hezbolá: el laberinto de Oriente Medio, publicado por Los Libros de la Catarata. Este libro aporta un análisis ponderado, lejos de tremendismos y simplificaciones, sobre la situación de Líbano y Oriente Medio ante una posible guerra difícil de conjeturar y el papel de Hezbolá en el conflicto araboisraelí.

Ignacio Gutiérrez de Terán es profesor del Departamento de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Autónoma de Madrid, especializado en la cuestión confesional y la situación política de Líbano en el mundo árabe.