Hay problemas que no son tan sencillos de detectar. Son como la mosca en el ojo: el cerebro se acostumbra a ellos y deja de prestarlos atención. Pero eso no significa que no existan. Están ahí, ocupan una parte del paisaje y oscureciendo nuestras almas. Por eso, siempre hace falta un advenedizo que nos alumbre. Los patrones de la ‘nueva política’ cumplieron ese papel mesiánico. Hasta que aparecieron, cualquiera podía ser insconscientemente fóbico o cometer pecados como el manspreading sin reparar en el carácter tenebroso de esas acciones.
Personas como Cristina Fallarás llevan un buen tiempo ayudando a la sociedad a conducirse hacia el terreno de lo correcto; allí donde se considera que la justicia es injusta y patriarcal; y los tribunales, sumamente inefectivos cuando tienen que juzgar determinados casos; quizás no tanto por voluntad propia, sino porque han asumido como ciertas algunas anomalías que se encuentran en el ambiente, pero que son indetectables a simple vista, como el oxígeno, el bosón de Higgs o el mansplaining. “El gran mal de nuestra sociedad es el silencio”, venía a decir Fallarás hace un par de días. ¿Y qué es el silencio? Lo contrario que el ruido, parece ser. Las antípodas del jaleo. Las antítesis del tertuliano.
Como el silencio es la gran amenaza de la verdad y la mordaza de los justos, abrió la autora hace un tiempo un buzón de denuncias anónimas que vino a alimentar lo que podríamos denominar como el #MeToo español. Siempre importamos lo bueno, en este caso, en forma de juzgado popular y de lo social. Fue ahí donde se difundieron las primeras acusaciones contra Íñigo Errejón, el Grey de Sumar (y la verdadera justicia dirá si algo más) y el que se despidió hace unos días de la política entre razonamientos que recordaban a los de El buen salvaje, de Rousseau: “La corrupción que la vida social causa al hombre es el origen del sufrimiento y las injusticias que sufre”, decía el más impostor de los filósofos. En el caso de Errejón, la culpa de de sus comportamientos la atribuyó a la política y al "neoliberalismo", del mismo modo que Dinio García a la noche y los desharrapados, a la sociedad. Era fundador y portavoz de ese espacio político, pero nadie sabía nada de él, lo cual sorprende porque le convierte en el único pedante de la historia que pasa desapercibido en su entorno.
A Errejón no se le citaba en los mensajes del tribunal público de Fallarás, pero, por alguna razón, alguien en su partido le esperaba, agazapado, y tras leerlos le pidió explicaciones. Él las dio. Nadie había denunciado nada hasta entonces, aunque en Madrid había unos cuantos que sospechaban, elucubraban y temían, parece ser. Fallarás ejerció aquí de desatascadora. ¿Cómo? Mediante su buzón de denuncias anónimas y chivatazos, que siempre ha sido uno de los métodos más efectivos para hacer aflorar problemas -en algunos casos-, pero también para purgar a quien se persigue -la mayoría- y fomentar la arbitrariedad y la matanza vecinal. ¿Y qué?
El Estado de derecho pasó de moda
Pensábamos hasta el momento que la vía para resolver conflictos y obtener reparación eran los tribunales; y considerábamos incluso que el Estado de derecho era una pared gigantesca que podría resguardarnos de las tempestades que se desatan cuando alguien vierte un falso testimonio contra nosotros y sirve para condenarnos, sin derecho a la defensa ni a la presunción de inocencia.
Intuíamos que la democracia liberal nos alejaba de la barbarie, de los juicios sumarísimos y de los pelotones. De la piedra, el estacazo y la cuchillada. De las trampas y las autocracias. Lo que ocurre es que no teníamos en cuenta que eso genera situaciones sumamente injustas, como que no se condene a quien a mí no me da la gana o a quien yo creo que lo merece, cosa intolerable, sin ninguna duda.
Somos ahora una sociedad mejor, como demuestra el linchamiento público al que se ha sometido a un expolítico, el cual, sobra decir, ya alumbró a la sociedad española sobre las bondades de este nuevo método, que ahora le aplican, mientras su boca apuntaba al cielo y su ‘núcleo irradiador’, al infierno. La impulsora de esta iniciativa concreta, Fallarás, fiscal y magistrada, ha actuado de forma tan desinteresada en este caso que incluso va a publicar un libro, el próximo 11 de noviembre, en el que permitirá a la sociedad española acceder a múltiples testimonios de agredidas que, hasta el momento, guardaban silencio. Ha tardado un año en escribirlo y seguramente ahí señala a una serie de hombres a los que, sin duda, como periodista intachable que es, habrá llamado previamente para recabar su versión. Es lo más prudente, habida cuenta de que, como se ha demostrado en el caso de Errejón, ese tipo de testimonios dan pistas que llevan a deducir quién es el autor, aunque no se le nombre.
Hay quien se ha llevado las manos a la cabeza por la oportunidad de este lanzamiento. ¿Es una coincidencia que esté previsto para 15 días después del Errejón-gate? La magistrada Victoria Rosell, ha incidido en que el libro ya estaba escrito y que los fondos que recaude se destinarán a una asociación que se dedica a la difusión de los valores feministas. De la cual, por cierto, fue impulsora la propia Fallarás, como reconoce aquí.
Regale el libro de Fallarás por Navidad
La obra aparecerá en el mercado unas semanas antes de Navidad, lo cual seguramente evitará a muchos ciudadanos los quebraderos de cabeza derivados de elegir un regalo para los seres queridos. El altruismo de las impulsoras de esta iniciativa es tan grande que incluso ayudarán a los españoles, de forma totalmente interesada, a tener unas felices fiestas. A acertar sobre el regalo y a concienciar sobre un problema con el que ninguna se lucra.
Algo parecido sucedió el año pasado con Ángel Martín, quien publicó más o menos en estas fechas su obra para visibilizar la epidemia de salud mental a través de su testimonio. Siempre hay gente generosa que aporta buenos argumentos y ayuda desinteresada a la sociedad en los momentos en los que más lo necesita. Los llaman algunos fariseos y les acusan de perjudicar a las verdaderas víctimas con su afán mercantil, que podría llegar a pensarse que es más inmenso e intenso que nunca, dados los tiempos que corren, de empobrecimiento colectivo y acercamiento a la marginalidad económica e intelectual.
Sucias mentes las que piensen así. Ellos sólo quieren ayudar a visibilizar asuntos sociales, sin interés económico mediante ni oportunismo publicitario. Quienes observen aquí afán de lucro están podridos. Son fango. Veneno. Las causas justas siempre son justas y los linchamientos no están mal si sirven para lapidar a quien me viene bien.
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