La sede de la FIFA en Zúrich se diseñó aparentemente para dar al edificio la apariencia de un objeto flotante, y en ese sentido sirve como una metáfora clara de la organización desvinculada e irresponsable que alberga. El nuevo informe de 178 páginas de FairSquare, «Substitute: the case for the external reform of FIFA» («Sustituto: el caso de la reforma externa de la FIFA»), sostiene que la FIFA debe ser firmemente controlada para evitar que cause aún más daño del que ya provoca.
Tras pasar una década observando atónitos cómo el organismo rector del fútbol mundial no actuaba repetidamente en respuesta a las pruebas bien documentadas de los abusos graves y sistemáticos de los trabajadores migrantes que transformaron Qatar para preparar la Copa Mundial masculina de 2022, teníamos claro que la FIFA distaba mucho de ser progresista. Emprendimos esta investigación principalmente para documentar todo el alcance de los daños sociales vinculados a sus operaciones, pero también para comprender mejor por qué es una organización tan regresiva y qué se puede hacer al respecto.
Más de un centenar de entrevistas con expertos y partes interesadas, incluidos antiguos miembros del comité de gobierno de la FIFA y personas directamente afectadas por sus operaciones, complementadas con información procedente de una amplia gama de fuentes secundarias, incluidos periodistas y denunciantes, registros parlamentarios, sentencias judiciales, acusaciones penales y registros fiscales, arrojaron una conclusión muy clara: La FIFA no está capacitada para gobernar el fútbol mundial.
El nefasto legado de las operaciones de la FIFA perdura mucho después de que sus Mundiales abandonan la ciudad
Nuestro informe describe cómo los cuatro últimos Mundiales masculinos de la FIFA en Sudáfrica, Brasil, Rusia y Qatar han provocado decenas de miles de desahucios, un aumento de la violencia policial y un incremento de la represión estatal, y han colocado potencialmente a cientos de miles de personas en situaciones de trabajo forzoso, con el resultado de un número significativo de muertes innecesarias y evitables. El nefasto legado de las operaciones de la FIFA perdura mucho después de que sus Mundiales abandonen la ciudad, y siempre son los pobres -habitantes de barrios marginales, comerciantes ambulantes y trabajadores migrantes- quienes más sufren. «Cuando se decidió que el Mundial se celebraría aquí, ¿cuáles eran las necesidades de las poblaciones locales? Electricidad, energía, agua y saneamiento básico. ¿Dijeron: 'Vamos a entrar allí y proporcionarles estas infraestructuras y resolver su problema'? No. Prefirieron eliminarnos», contó a nuestros investigadores un líder comunitario de la Favela da Paz, en São Paulo.
La FIFA no es la principal responsable de estos abusos, pero está claro que permite los peores instintos de los gobiernos anfitriones, y un examen de su modelo de negocio explica por qué es así.
La FIFA genera ingentes cantidades de ingresos por la venta de derechos de retransmisión y marketing asociados a los Mundiales, y su torneo más lucrativo es el masculino, que sólo se celebra una vez cada cuatro años. La FIFA ingresó 5.700 millones de dólares en 2022, el 77% de los cuales procedían de la venta de derechos de retransmisión televisiva y marketing asociados a la Copa Mundial masculina Qatar 2022. En los otros tres años del ciclo, la FIFA pierde dinero.
A la FIFA nunca le ha importado cuánto gastan los gobiernos, ni qué abusos de los derechos humanos se producen al amparo de los preparativos de la Copa Mundial
Así que el trato con los anfitriones de los Mundiales es sencillo: ellos pagan las infraestructuras y los estadios, la FIFA echa un poco de polvo mágico mundialista en sus países y se lleva los beneficios. A la FIFA nunca le ha importado cuánto gastan los gobiernos, ni qué abusos de los derechos humanos se producen al amparo de los preparativos de la Copa Mundial. Lo que importa es que se entregue a tiempo y que resulte bonito para los patrocinadores y los organismos de radiodifusión que mantienen el balance de la FIFA en números negros. Y hay más en este sucio quid pro quo. La FIFA exige que los países la eximan de sus leyes laborales, lo que puede ser un inconveniente a la hora de organizar un megaevento deportivo con un plazo fijo, y agrava la sangría financiera de sus anfitriones al insistir en millones de dólares en exenciones fiscales para sí misma y para una amplia gama de sus socios comerciales, a pesar de que sólo paga un mísero 4,25% de impuestos en Suiza, donde está registrada como asociación según el código civil suizo.
El estatus de asociación sin ánimo de lucro de la FIFA es en muchos aspectos la raíz de su podredumbre estructural. Este estatus de asociación es la base legal del sistema de un miembro, un voto, que significa que cada una de las 211 asociaciones miembro de la FIFA tiene un voto en su congreso anual, que elige a un nuevo presidente cada cuatro años. Este mecanismo aparentemente democrático ha permitido lo que un experto en gobernanza describió como «un pequeño club de rasca-traseros», por el que la FIFA proporciona a sus asociaciones miembro grandes cantidades de dinero para el desarrollo, sin hacer preguntas sobre cómo se gasta ese dinero, y las asociaciones que dependen económicamente de este dinero para el desarrollo prestan un apoyo leal al presidente de la FIFA. Este sistema de mecenazgo se formalizó bajo la presidencia de Sepp Blatter en 1998 bajo lo que se llamó el programa Goal, y ha continuado bajo la presidencia de Gianni Infantino, quien dijo a los delegados en el Congreso de la FIFA 2024 que el 70% de sus asociaciones «no tendrían fútbol sin los recursos que vienen directamente de la FIFA». Al desvincular los recursos que proporciona de las necesidades específicas de desarrollo de las asociaciones individuales -la FIFA asigna más o menos la misma cantidad de dinero a cada asociación miembro-, la FIFA crea un terreno fértil para el chanchullo.
El dinero para el desarrollo no siempre es suficiente para mantener fieles a todas las asociaciones miembro, pero cualquiera que desafíe los intereses de la FIFA puede encontrarse en el filo de la navaja de las normas de la FIFA que prohíben la interferencia política en los asuntos de las asociaciones miembro, y de los poderes que permiten a la FIFA hacerse cargo de la gestión de los asuntos de las asociaciones miembro. Gianni Infantino formó parte de un comité de reforma en 2015 que introdujo una serie de reformas que supuestamente anunciarían un nuevo amanecer para la organización tras el procesamiento por parte del Departamento de Justicia de Estados Unidos de numerosos altos cargos de la FIFA acusados de soborno y corrupción en 2015, pero al asumir la presidencia una de las primeras cosas que hizo fue introducir un nuevo mecanismo en la estructura de gobierno de la FIFA -el Bureau del Consejo de la FIFA- que en la práctica otorga al presidente de la FIFA un poder ejecutivo sin rendición de cuentas.
La UE tiene competencias para regular eficazmente el deporte, y el fútbol es probablemente el deporte que más necesita una mejor gobernanza
En resumen, el principal objetivo de la FIFA no es realmente el desarrollo progresivo del juego, sino el mantenimiento de este sistema de patrocinio, que otorga poder, prestigio y dinero a un cuadro de administradores del fútbol mayoritariamente masculino.
En este contexto, no debería sorprendernos que las reformas de la FIFA de 2016 hayan fracasado tan estrepitosamente, que se hayan echado por tierra todos los esfuerzos por instituir una supervisión independiente, y que los abusos más graves de los derechos humanos asociados a las operaciones de la FIFA -indudablemente los relacionados con el Mundial masculino de Qatar 2022- se produjeran después de las reformas de 2016. No debería sorprendernos que la FIFA no haya garantizado la igualdad de género en sus estructuras de gobierno, ni que no haya instituido políticas significativas y eficaces para proteger a las mujeres y los niños a la luz de los escándalos de abusos sexuales en Afganistán, Haití y Gabón. No debería sorprendernos que la FIFA haya enterrado un informe que aparentemente le recomienda indemnizar por la pérdida de vidas y medios de subsistencia en Qatar. No debería sorprendernos que la FIFA manipulara sus propias directrices de licitación para garantizar que Arabia Saudí organizara la Copa Mundial masculina de 2034.
No tenemos por qué aceptar esta chapuza. Como señalamos recientemente en un informe, la UE tiene competencias para regular eficazmente el deporte, y el fútbol es probablemente el deporte que más necesita una mejor gobernanza. Los beneficios que se derivarían de una buena gobernanza son de gran alcance, de ámbito mundial y se extienden a múltiples campos: salud y bienestar, desigualdad, derechos humanos, igualdad de género y crisis climática. El fútbol es demasiado importante desde el punto de vista social, político y económico para que se gobierne tan mal. Sólo una regulación externa sentará las bases para que la FIFA aproveche el potencial transfomador del fútbol y evite que la organización cause daños más graves. Es hora de iniciar esa conversación.
Nicholas McGeehan es codirector de FairSquare, una ONG con sede en el Reino Unido que promueve una gobernanza mejor y más democrática para evitar que las instituciones deportivas contribuyan al daño y al sufrimiento.
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