Marlaska, con el frío y la impiedad de la mañana, aprovechó para echarle a Mazón toda la DANA encima, como un cubazo. España es el reino de la cogobernanza desde que Sánchez decidió que ni siquiera los apocalipsis podían despeinar su flequillo de charol, así que eso es lo que hay. Nuestras autoridades locales, que siguen siendo de carrera de sacos y pisada de la uva, resulta que tienen que lidiar con lo que no puede lidiar nadie en el planeta, o sea este fin del mundo a pedradas que estamos sufriendo. Marlaska se ha enfocado mucho en la alerta tardía de Mazón, en ese pitido de la muerte de los móviles, como si el ciudadano no hubiera visto las predicciones, los tuits y al hombre del tiempo, que ya no sale con chubasquero sino con guadaña. Se diría que el ciudadano sólo es sensible a ultrasonidos perrunos, de tal forma que si no ha escuchado el pitido aún sale a por el coche y a por el gato, en medio de la riada, como un explorador amazónico. La verdad es que todos los políticos llegan tarde a las catástrofes y, además, los ciudadanos se han acostumbrado a no creerlos ni cuando hablan ni cuando pita el móvil. Y así es difícil estar preparado para nada, menos aún para lo increíble.

Mazón no activó la alerta, ni el pitido de la muerte, ni la música de catástrofe que ahora acompaña a los telediarios como la música de Tiburón, hasta que ya fue tarde, o sea, en lenguaje político, hasta que ya era seguro. Pero eso pasa siempre, no hay más que recordar el comienzo de la pandemia y los contagios contados con los dedos de la mano bailona de Fernando Simón, esa mano entre la ciencia, la magia, el chiste y el espectáculo, como de Juan Tamariz. Su misión, por supuesto, era política, no científica. Aquel comité científico inexistente era lo más lógico en realidad, porque una vez que Sánchez decidió que todo lo que le importaba era político, el sabio condecorado de bolígrafos de cuatro colores no pintaba nada. Tanto Mazón como Marlaska han actuado de una manera estrictamente política, y eso es lo que nos deja huérfanos en medio de la calamidad.

Marlaska deja solo a Mazón ante la catástrofe, con su pinta de náufrago de un crucero, porque lo suyo es culpar a la derechona que no tiene más que los pantanos de Franco y los acueductos romanos

Marlaska deja solo a Mazón ante la catástrofe, con su pinta de náufrago de un crucero, porque lo suyo es culpar a la derechona que no tiene más que los pantanos de Franco y los acueductos romanos, y que además desmantela criminalmente lo público hasta cargarse una unidad de emergencias. Es cierto que esta unidad no tenía ni personal ni funciones, y que hasta los bomberos la veían como un chiringuito de duplicidades, burocracia y correpasillos, pero sí tenía una simbología. Marlaska deja solo a Mazón ante la catástrofe, con su desamparo de cachorro mojado, también porque conviene hacer olvidar que hay un Gobierno que no se siente demasiado concernido por un desastre que esta vez no fue imprevisible ni inevitable (el campanazo de Mazón lo hubiera evitado, parece), como sí les pasa a ellos con virus y volcanes. Cualquiera diría que aquí sólo se ha caído un tejado de monjas y eso no merece ni que se pare la invasión de RTVE, ni que Sánchez deje de cascabelear en la India, ni que el Gobierno salga de la geopolítica del asalto y el trueque. Se defendía el PSOE en el Congreso diciendo que tampoco se iban a poner ellos a “achicar agua”, estando los presidentes autonómicos con el cortavientos puesto y estando las monjas arremangadas de refajo, supongo.

Mazón también aplicó el manual del político, o sea que esperó hasta la última hora o el primer relámpago. Todos los políticos temen la falsa alarma, el caos inútil, el ridículo del gatillazo, hacer el tonto con chalequito reflectante o forro antibalas mientras sólo caen las hojas otoñales de los enamorados y sus libros. Prefieren la negligencia a quedar como bobos asustadizos que decretan una alarma para el paraguas y sacan a los bomberos para rescatar a un periquito, y así, claro, es imposible anticiparse a las catástrofes. Recuerdo cuando sonó en Madrid el pitido de la muerte pero luego no pasó nada, y todos se quejaban del susto y del fastidio, como si nos hubieran obligado a hacer las maletas para una catástrofe fallida igual que para unas vacaciones fallidas. Hasta yo me quejé, que me sigue pareciendo que habría que escalar o graduar la cosa, que no puede ser el mismo sobresalto para un tormentón que para un meteorito. Así lo único que se genera es una especie de efecto “que viene el lobo”, que tampoco mejora con el escepticismo o la sorna que va desarrollando el ciudadano ante las interesadas emergencias y urgencias de nuestros políticos.

Los políticos se siguen comportando como políticos incluso en el fin del mundo o sobre todo en el fin del mundo, ocasión que se presta mucho para acusarse unos a otros de cenizos o pirómanos

Los políticos se siguen comportando como políticos incluso en el fin del mundo o sobre todo en el fin del mundo, ocasión que se presta mucho para acusarse unos a otros de cenizos o pirómanos. Ni siquiera tenemos que irnos a las películas, ya nos han pasado por encima varios jinetes del Apocalipsis, negros, serios y realísimos como miuras, y hemos visto a las autoridades de todos los estamentos con tapabocas, chubasquero, excusa o luto quitavergüenzas. Los políticos nos están volviendo escépticos a todos y a todo, no los creemos cuando avisan del lobo ni cuando avisan del paraíso. No nos creemos ni al hombre del tiempo, que nos parece que está en un musical de paraguas, ni al científico, que nos parece un friki de pelo electrificado, como un podemita. Ni siquiera nos creemos que llueve cuando ya están lloviendo ladrillos y flotan los tejados, y enseguida sentimos la necesidad de salir a ver cómo están la furgo o la tomatera.

Mazón podría haberlo hecho mejor y Marlaska podría haberse arrimado un poco más en vez de quedarse tras su ministerio empalizada tirando cubazos de agua y de mondas para fuera. Pero no sé si el pitido de la muerte hubiera servido de mucho en mitad del fin del mundo, menos cuando ya cada uno tiene su rutina, su realidad, su excusa y su apocalipsis. No sé, en fin, si se les puede reprochar a los políticos que tampoco ellos vean necesidad de verdad, de soluciones, de responsabilidad o siquiera de vergüenza.