La diferencia entre el covid y la tragedia valenciana es más importante de lo que parece. El virus fue un asesino silencioso, pero la gota fría apareció entre rayos y truenos y ha dejado un rastro de destrucción inmenso. No es un drama silente. Salta a la vista y hiela la sangre. Se han visto estos días imágenes de personas arrastradas por la corriente, de ciudadanos moviéndose entre el barro y de conductores impotentes, observando cómo el agua subía y se los tragaba. Se ha llegado a escuchar el mensaje terrible en el que una mujer se despedía de su marido al pensar que iba a morir. Ella se salvó, pero, ¿cuántas comunicaciones hubo así?
La respuesta del Estado ha sido torpe y tardía en 2024, como lo fue 2020. Aquello resultó controvertido, dado que entre la llegada del patógeno y la adopción de las primeras restricciones hubo un 8-M mediante que se celebró pese a las señales de alarma internacionales, ya con el ínclito Fernando Simón a los mandos del inexistente Comité de Expertos.
Lo que sucede es que, entonces, se impuso una barrera entre los españoles y la calle, dado que con el estado de alarma vino el confinamiento y, con el encierro, la distancia. La mayoría de los ciudadanos se enteró de lo que sucedía en los hospitales y en las morgues por boca del Gobierno y de cuatro periodistas despistados. Las imágenes más duras nunca trascendieron, al contrario que durante estos días. Ahora, el drama está a pie de calle y hay miles de valencianos que han visto estos días cómo las horas desfilaban, una detrás de otra, mientras ninguna autoridad llegaba a su calle para ayudarlos.
Hay miles de valencianos que han visto estos días cómo las horas desfilaban, una detrás de otra, mientras ninguna autoridad llegaba a su calle para ayudarlos.
Sus vecinos hacen colas estos días para ayudar a los afectados de forma voluntaria y cargan cubos o víveres como bien pueden, aunque ven que es insuficiente y que falta mucho por hacer para garantizar lo básico. Entre otras cosas, la recuperación de los cadáveres, no ya de la electricidad o de las comunicaciones. La inercia se altera a veces de forma inmediata y acerca realidades que hasta entonces parecían demasiado lejanas. Observábamos durante estos años atrás los desastres causados por tsunamis y terremotos; y ahora toca afrontar aquí algo muy similar. El escenario es parecido. Las consecuencias son enormes. Según eldiario.es -gran trabajo-, hay 77.000 viviendas afectadas.
En mitad de este caos (porque es un caos), Sánchez ha aparecido esta mañana en la sala de prensa de Moncloa para volver a dejar claro que es el líder de un partido; y no de un país. Que es un fanático con traje a medida y alguien que respira, vive y actúa con un único fin: continuar viajando en avión privado. Durante su comparecencia, ha pronunciado la siguiente frase: “El Gobierno central está listo para ayudar. Si la Comunidad Valenciana necesita más recursos, que los pida”. Sólo cabe esperar que esas palabras resuenen algún día en su cabeza al hacer balance. ¿No es Valencia parte de España? ¿No son acaso nuestros hermanos y merecen como tal atención prioritaria y sin barreras ahora? De su discurso podría entenderse otra cosa. Su malidecencia es asombrosa. Tanto, como la falta de unidad y de coordinación de todas las Administraciones implicadas.
Porque cuatro días después de la gran tormenta, todo huele a incompetencia.
Porque cuatro días después de la gran tormenta, todo huele a incompetencia. Nadie puede prevenir la gota fría cuando arrecia como el miércoles, pero aquí se puede (y se debe) empezar a hablar de que el aviso fue tardío o insuficiente; y que eso a buen seguro ha incrementado la magnitud de la catástrofe. A esto hay que sumar una respuesta lenta y torpe que -es evidente- mezcla una falta de medios sobre el terreno y una incomprensible ausencia de una estrategia para hacer frente a un suceso de estas características, que no es frecuente, pero que es posible en la zona. El Gobierno de Carlos Mazón se ha visto desbordado y su cadena de errores debería tener consecuencias. Un hombre que fracasa tiene que tener claro cuándo debe disculparse e irse para no volver. Y un político debe reconocer carencias y pedir ayuda en estos casos. La falsa fortaleza sólo perjudica a los afectados en estos casos.
Un país más débil
Todo esto ha dejado en evidencia lo que es la España contemporánea. Ya no es rica ni tiene “lo mejor del mundo” en absolutamente nada. Es un Estado debilitado, con un modelo político que no funciona, una Administración gigantesca e ineficiente y una efectividad que se diluye de abajo a arriba; o de arriba a abajo. A lo mejor, en ambas direcciones. Se vio durante la pandemia, cuando el Ministerio de Sanidad ni siquiera tenía un protocolo de actuación claro para adquirir material sanitario en caso de emergencia.
Entonces, se encargó la compra a unos corruptos y los suministros llegaron tarde. La mafia se forró durante la ley seca, pero a lo mejor su servicio no fue muy eficiente. Aquí, sucedió con Koldo García, Víctor de Aldama y compañía. Lo siguiente que se les ocurrió fue confinar las comunidades autónomas. ¿Por una razón científica? En absoluto. La prensa aborregada lo justificó de esa forma. En realidad, lo hicieron por una mezcla de odio político y miedo a que el uno le pasara el muerto al otro.
Esta última situación se reproduce ahora en Valencia. Cualquier presidente del Gobierno que pronunciara la frase que ha lanzado Pedro Sánchez esta mañana -con un escenario de emergencia en las calles- debería abandonar su puesto de inmediato. Porque implica el reconocimiento de que cuenta con los medios necesarios para actuar, pero que no lo hace por una cuestión burocrática. Es tratar a los valencianos como extranjeros o como personas equivocadas por no haber votado bien. Y eso, sobre todo, ilustra sobre su profunda incompetencia o sobre una maldad de cuyo alcance podía sospecharse, pero que nunca había quedado tan patente.
Ha dado muestras el presidente en los últimos tiempos de haber perdido el contacto con la realidad. De haber despegado del firme para refugiarse en sus sospechas, sus paranoias y sus estrategias para sobrevivir. Tan sólo alguien que se encuentre en esa nube puede mantener estos días una actitud como la suya: ante la incompetencia de Carlos Mazón, su respuesta es la especulación estratégica. El “que lo pidan”. Es bochornoso.
Prensa ciega
Mientras tanto, he aquí los medios, alejados, despistados y, en muchos casos, trasladando consignas interesadas. El viernes llegaron a afirmar que era contraproducente destinar a más militares sobre el terreno porque eso podría entorpecer la labor de los bomberos y de los agentes de la autoridad. Este sábado, defienden el envío de 10.000 efectivos. Son los mismos que respaldaban teorías científicas inexistentes -propaganda, vaya- durante la pandemia. Los mismos que se quejan porque se arruinan o porque no les escuchan.
Ahora viene la siguiente fase, la que describí en el anterior artículo. Es la de lanzarse los muertos a la cabeza y la de intentar sobrevivir a costa de la lógica y sin un ápice de honradez
Que nadie crea que se van a esforzar estos días por retratar la absoluta descoordinación e impericia de los dos gobiernos; o el tacticismo político utilizado por ambos, que debería provocar dimisiones inmediatas aquí o allá, dado que, a estas horas, todavía no se ha tomado el control de la situación en algunos municipios. Ahora viene la siguiente fase, la que describí en el anterior artículo. Es la de lanzarse los muertos a la cabeza y la de intentar sobrevivir a costa de la lógica y sin un ápice de honradez. Así que a nadie debería extrañarle si el siguiente debate que plantee Moncloa sea el relativo a cómo se va a pagar este desastre y lo necesario que hace eso que se aprueben unos nuevos Presupuestos, en contra de los deseos del PP. Al tiempo.
Pero, cabe reiterar, esto no es el covid: aquí los muertos están a pie de calle, el lodo inunda todo y las aguas van a tardar en volver a su cauce.
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