Cuando pregunten en Catarroja quiénes fueron los vecinos que ayudaron a una señora diabética a salvar su vida, podrán gritar al unísono: "Fue Catarroja, señor". Pasó esta mujer casi una semana encerrada en su casa, sin luz, y con una pila de vehículos taponando la salida del edificio. Necesitaba conservar su insulina en un lugar fresco, así que sus vecinos se organizaron para llevar las dosis a otro punto donde había una nevera operativa y transportarlas de nuevo cuando necesitaba los pinchazos. Los días rutinarios conceden margen para reflexionar antes que actuar. En las situaciones de emergencia, se manifiesta un reflejo corporal que lleva a moverse ante el peligro que se percibe por varios flancos.
Los habitantes de la Europa contemporáneo no están acostumbrados a los momentos de vida o muerte, pero en Valencia se han vivido durante los últimos días. La diferencia entre que una mujer continuara con su tratamiento -necesario- o no era un frigorífico en Catarroja. La ha salvado la solidaridad.
La historia la relata el camarógrafo Iván Valencia, que ha recorrido durante los últimos días varios pueblos del alfoz valenciano a la búsqueda de imágenes que ilustraran sobre la catástrofe que han sufrido localidades en las que residen 200.000 personas. "Creo que la gente del resto de España no tiene todavía una idea clara de lo que ha sucedido aquí, pero hay decenas y decenas de calles embarradas, con edificios destrozados, chatarra amontonada y gente en una situación de incertidumbre", relata, mientras pone en valor la colaboración vecinal.
En días en los que se habla sobre la ineficiencia que han demostrado las diferentes Administraciones a la hora de abordar este problema, los vecinos y voluntarios que están sobre el terreno ilustran sobre los múltiples héroes anónimos que han aparecido estos días sobre el terreno. Es el caso de un grupo de aficionados a los rallies que el pasado sábado de madrugada llegó al mismo municipio valenciano en cuatro furgonetas, cada una con 3.000 kilos de carga.
Uno de los efectivos de la expedición es natural de Ribadedeva (Asturias) y se llama Roberto Rodríguez. El pasado sábado se puso de acuerdo con varias personas de Oviedo, La Coruña, Unquera y La Felguera; y se citaron en Valladolid. Su objetivo era gastar los 30.000 euros que habían recaudado en una colecta para llevar víveres y material de limpieza hasta las zonas afectadas. Cargaron los vehículos con alimentos, con bombas de agua, hidro-limpiadoras y material de limpieza; y pusieron rumbo al Levante. Mientras compraban, sus teléfonos vibraban con los ingresos por Bizum que no paraban de recibir, recuerda.
Cuando entraron en Catarroja, bien entrada la noche, una de las vecinas les indicó el camino hacia un punto vigilado que han establecido a las afueras. "Nos dijeron que si dejábamos las furgonetas en el centro del pueblo, nos iban a robar todo. Hay pillaje. Los vecinos están atemorizados", reconoce Rodríguez, a quien le sorprendió que, a esas alturas, el Ejército todavía no hubiera desplegado un punto de recogida y gestión de los suministros que llegan a la localidad".
Son los propios habitantes -expresa- quienes se han organizado para repartir los suministros; y los que se preocupan por la situación de sus vecinos de escalera o de calle. A Rodríguez y a sus compañeros les sorprendieron tres cosas durante las horas que pasaron en Catarroja. La primera es la situación en la que ha quedado la localidad y las zonas aledañas, donde todo a pie de calle se observa con el color ocre de la arcilla y donde todavía existen zonas que al caer la noche quedan totalmente a oscuras, entre una tiniebla que a veces interrumpe un rayo que hace temblar a los habitantes, todavía en shock. "Es lo más parecido a un paisaje de guerra", añade Iván Valencia.
Al igual que sucede después de un bombardeo, en las calles se observa a decenas de voluntarios, anónimos, ayudar a los vecinos a limpiar sus casas de escombros y barro; o a sacar a la calle sus objetos, mojados, sucios e inservibles. En las aceras hay adoquines sueltos, ramas de palmera y cables que sueltan vapores. Todo es basura porque nada sirve ya. Los equipos electrónicos han quedado destrozados, al igual que los utensilios y cualquier mueble de madera, inflamada por el agua. "Lo que te puedo asegurar es que en el tiempo que estuvimos allí no vimos a ningún militar, y eso que la consideran como la zona 0 de la catástrofe", subraya Rodríguez.
Esa misma impresión la confirma Valencia: "En cuatro días, he visto, como mucho, a 50 soldados en todas las localidades; y a policías y guardias civiles que vigilan distintos puntos. Los bomberos de la UME son los más activos, pero los medios son insuficientes. Esto es muy... grande", apunta. Su descripción parece la típica de quien se sorprende por quien intenta limpiar un enorme pasillo con un cepillo de dientes y una pastilla de jabón.
A Rodríguez y a sus compañeros de expedición les consoló la forma en la que los valencianos se han movilizado para ayudar a quienes lo necesitan. Confiesa que no se le olvidarán las filas de personas que circulaban por los arcenes, vías de servicio y aceras -amarronadas- con los víveres que podían transportar en bolsas de plástico. Los caminos no tienen pérdida: quien siga el rastro de las huellas de las botas llegará hacia un punto en el que la ayuda es necesaria. "Es importante transmitir que no tienen hambre porque han recibido mucha comida y eso habla bien de la gente. Pero les hacen falta agua, objetos de limpieza y manos; y el domingo por la mañana todavía no habían llegado", avisa Rodríguez, a quien le impresionó que, unos kilómetros antes de llegar al punto de destino el lodo diera la impresión de que las carreteras están sin asfaltar.
En las televisiones se aprecia estos días la desesperación de los vecinos y cadenas humanas que ayudan a variar de escombros sus domicilios. En las zonas más afectadas, como Paiporta, se han observado imágenes de montoneras de coches que llegaban hasta el segundo piso. Algunas, todavía impiden acceder a los vecinos a la calle. "El sábado por la mañana, vimos en la zona a conductores de maquinaria pesada, particulares, es decir, de empresas, que ayudaban al desescombro", afirma una trabajadora del sector público de la Comunidad Valenciana -que prefiere ocultar su nombre- que pasó su primer día de descanso en las cadenas humanas que organizó el Sindicato de Vivienda de la ciudad.
En un mensaje sonoro enviado por WhatsApp -especialmente descriptivo-, incide en que el quinto día tras el paso de la gran tormenta los vecinos todavía se quejaban de que no habían aparecido efectivos para iniciar las labores de búsqueda y limpieza. Los lugareños hacían lo que podían con palas y cubos; y los voluntarios apelaban a la fuerza y la persistencia del trabajo de la hormiga, pero todos los esfuerzos parecían escasos a tenor de la dimensión de la catástrofe. "No sabéis lo que hay aquí, de verdad", lamenta.
Ese mismo día, Pedro Sánchez compareció en la Moncloa para subrayar que es el presidente de la Comunidad Valenciana quien está el mando y que el Gobierno tiene preparados todos los efectivos necesarios para, si quiere ayuda y la pide, ponerla a su disposición. El mensaje resulta de difícil digestión para quien está a pie de calle, al igual que la lentitud y la impericia demostrada por el Gobierno autonómico. La sensación -añade Rodríguez- es que están descoordinados y que eso no ayuda a lo importante, como es hacer frente a la tragedia, que ha dejado consecuencias similares a las que los vecinos de Valencia podían haber visto, años atrás, en los lugares afectados por las inundaciones del monzón o allí por donde ha pasado un tsunami.
Mientras Rodríguez y sus compañeros descargaban sus furgonetas en Catarroja, en Paiporta se producían disturbios durante la visita de los reyes y del presidente del Gobierno. Ninguna agresión se puede justificar, dado que representa el fracaso de las ideas y de la cordialidad, pero la situación de las miles de personas afectadas es de tensión, ira contenida e impacto post-traumático; y su indignación por la ausencia de primeros auxilios se hizo patente al llegar las autoridades. Los periodistas pro-gubernamentales intentaron achacar esa respuesta a la acción subversiva de determinados grupos de ultraderecha, que las imágenes de los días anteriores muestran sobre el terreno. Sin embargo, en la zona se observó a personas de todo tipo, especialmente, a vecinos y a voluntarios.
"Cuando llegué el domingo, encendí la tele y vi al presidente con un papel de víctima me quedé pasmado", reconoce Rodríguez, que este lunes estaba ya al frente de su carpintería. "Esa gente reaccionó porque allí no ha llegado todavía la ayuda que se necesita y lo está pasando muy mal. No entiendo que ahora intenten confundir con esa versión", añade.
Puntos de recogida
Su solidaridad llegó desde el norte de España, pero a Valencia han llegado vehículos de múltiples puntos del país durante los últimos días. Carlota Guerra, voluntaria de Protección Civil en Valladolid, afirma que el domingo por la mañana se desplegaron en tres centros cívicos de la ciudad en los que se habían establecido acciones de recogida de alimentos y material para Valencia. "Estaban llenas, no dábamos abasto. La gente se ha volcado", expresa, en una conversación telefónica.
Podría concluirse, sin temor a fallar, que mientras la respuesta del Estado ha sido descoordinada, miles y miles de ciudadanos han atendido a su instinto y han ayudado sin pensarlo dos veces. Sucedió igual en otras ocasiones en las que España afrontó grandes tragedias. El día antes de que se declarara el primer estado de alarma, en la Puerta del Sol había una ambulancia de la Cruz Roja con una enorme fila de voluntarios que aguardaban para donar sangre. Escenas similares se vieron el 11-M. España es imperfecta, pero solidaria. En esta ocasión, una vez más, las lecciones han circulado desde abajo hasta arriba.
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