El rey Felipe recibió todo el fango de Sánchez y a la reina Letizia casi le vuelan la nariz de arena como a una esfinge, pero los dos aguantaron en el cabreo o en el juicio de Paiporta. Resulta indignante que en este Estado desaparecido bajo los cálculos partidistas y el tranquilo café con leche de los burócratas sólo dé la cara la monarquía, una institución que no tiene poder ni para elegir sus sombreros, pero así es. Felipe VI, que no tenía ni culpa ni mando, se quitó de encima los paraguas y los escoltas para tragar tierra y recibir salivazos de rabia y pueblo, mientras el presidente del Gobierno salía pitando después de que lo rozara un palo de escoba que le tiraron de lejos. Al coche presidencial, blindado de negro como de vergüenza, lo alcanzó luego el paraguazo sin fuerza de una señora, la patada voladora de algún chaval y un golpe con el canto de un cepillo. A Sánchez lo evacuaban con estridencias estadounidenses, como bajo un ataque atómico de tomatazos, pero yo no creo que el presidente haya sido un cobarde. Más bien pienso que si llega a continuar el paseíllo aquello podría haber terminado en piñata y en tragedia, así que hizo bien.

En Paiporta, donde se abrió el infierno a la vez en la tierra y en el cielo, llegaron las altas autoridades después de cinco días y los vecinos, convertidos ya en tribus de adobe y cerbatana, las recibieron con insultos y artillería de pobre, de sus propios escombros y sumideros. La artillería creo que era arbitraria y sin discriminación, como para que los mismos interesados se la fueran repartiendo, como se han repartido las competencias, las culpas o el pasotismo. Hubo hasta para la monarquía, que aquí ministros y presidentes han recibido el zapatazo, el huevazo o el capón, pero nunca la indignación había llegado hasta los reyes, que incluso en las catástrofes aparecen como ángeles intangibles. Aquello, el horror y la supervivencia compartiendo el mismo espacio, como con los muertos en las mismas tinajas pobres que el agua y los víveres, era sin duda para vengarse, y aunque la venganza no es justicia a veces sirve de aviso.

Todos recibieron la venganza y todos tragaron barro o majadas, los reyes que parecían reyes de caballerizas, descabalgados y sucios, y también Mazón, que yo creo que se quedó allí aceptándolo todo como penitencia, sabiendo que es lo menos que merecen sus errores y dilaciones, una carretada de mierda y de insultos. Sánchez tragó menos, o no tragó nada, sólo recibió de lejos ese escobazo o palo un poco de madre y un poco de pollo de gallinero, aunque ya digo que no creo que fuera cobarde, sino sensato. Yo no sé si Sánchez pensó que los reyes le servirían de parapeto divino, con su gran carroza celeste, pero creo que su equipo se dio cuenta pronto de que allí no sólo querían investirlo de lapos o tierra de cementerio, sino que corría verdadero peligro. Quizá no era todo tan arbitrario y Paiporta había hecho como un tamiz con las autoridades, dejando a los reyes con churretes, a Mazón al borde del llanto y a Sánchez al borde del linchamiento, que no es lo mismo.

Ni Sánchez ni Mazón, enredados en sus cornamentas burocráticas, han estado a la altura en este desastre, pero es que la política ya no está a la altura de nada, salvo de la bajeza de los que vivaquean en ella

El rey no deja de ser un mandado con rico uniforme, como esos carteros reales de los cuentos, y recibe una rabia simbólica como recibe un toisón simbólico. Mazón, aunque tenga las competencias, no tiene los principales recursos ni los mejores equipos, así que tampoco se lleva los principales palos ni los mejores insultos. Sólo Sánchez tenía todos los recursos y todo el poder, sólo Sánchez podía hacerlo todo y cuando quisiera, decretar el estado de alarma o el nivel de alerta 3, mandar al ejército entero en zafarrancho y hasta aceptar la ayuda de esos bomberos franceses que Marlaska rechazó y que, cuando por fin llegaron a Alfafar y se dieron cuenta de que eran los primeros, no se lo podían creer. Es más, Sánchez hubiera dejado a Mazón como un incompetente, un político de falla y feria (a lo mejor lo es), tomando el control. Pero sólo dijo aquello de “si necesitan más recursos, que los pidan”, como si Valencia fuera Ucrania, y se volvió a lavar sus grandes manos de baloncestista chupón y pasota. Sánchez ganaba políticamente más no haciendo nada, bastante más de lo que podría ganar Mazón, que tampoco entiendo que ganara nada. A lo mejor ése ha sido el juicio de Paiporta. O el juicio de cualquier sitio al que vaya Sánchez ahora, si acaso se atreve.

Se podría pensar que en ese juicio de Paiporta todos recibieron proporcionalmente, desde el rey descabalgado simbólicamente al presidente del Gobierno corriendo por salvar nada simbólicamente el culo de máxima autoridad y máxima competencia / incompetencia. Pero no cree uno en este tipo de juicios en el barro, ni en que el apedreamiento resulte al final tan matemático como les gustaría a algunos. El juicio del pueblo deberá ser otro, y tendrá más que ver con una política que sólo se sirve a sí misma, que fracasa como gobernanza y sólo prospera como negocio, y que está dirigida por mediocres, intrigantes, mentirosos o incompetentes, cuando no por dañinos ambiciosos, preocupados sólo de la propaganda y el poder.

Ni Sánchez ni Mazón, enredados en sus cornamentas burocráticas, han estado a la altura en este desastre, pero es que la política ya no está a la altura de nada, salvo de la bajeza de los que vivaquean en ella. Y, claro, también de los votantes que han renunciado a la prosperidad, a la razón y a los principios por puro forofismo. Triunfan los mediocres, los mentirosos y los mangantes porque premiamos a los mediocres, los mentirosos y los mangantes. Luego llegan los desastres y nos liamos a pedradas o a boñigazos con los que hemos puesto a gobernar nuestra vida aun sabiendo que no sirven, unos políticos que ni siquiera se molestan en ocultar que nos toman por tontos. Un palo de escoba le tiraron a Sánchez, ya ven. Seguro que lo utiliza para volver como un renacido, igual que Trump. El relato, sobre todo que no se pierda el relato, que vuelve a haber fango y violencia, algo ante lo que ni nuestro presidente ni el progreso, por supuesto, se doblegarán.