A partir del próximo martes por la noche, comenzaremos a descubrir si Kamala Harris o Donald Trump alcanzan la cifra mágica de 270 votos del colegio electoral para ser elegido como nuevo presidente de Estados Unidos. Como es lógico, todos los análisis se han ido centrando en la importancia que tienen los siete estados clave -Michigan, Wisconsin, Pensilvania, Nevada, Arizona, Georgia y Carolina del Norte-: juntos suman un total de 93 compromisarios que pueden decantar la balanza a favor de uno u otro candidato. Por muy contradictorio que pueda parecer, lo importante no es la cifra de papeletas obtenidas, sino la capacidad de ganar cuantos más estados posibles y consecuentemente, los compromisarios asignados a él. 

El sistema institucional establecido en la Constitución de 1787 contempla una elección indirecta del presidente y vicepresidente, debido al hecho que los Padres Fundadores albergaban unas grandes reticencias a dejar la elección de un cargo tan importante en las manos del pueblo y de las masas. Así pues, había que diseñar un sistema que evitase que la República federal acabada de nacer cayese en manos del faccionalismo y de los intereses espurios de la mayoría (como quedó reflejado en los Papeles Federalistas por parte de James Madison).

En consecuencia, la idea fue madurando hasta concebir el sistema que ha quedado vigente hasta nuestros días en el Artículo II de la Constitución de Estados Unidos: una asamblea de electores por estado, equivalente a la suma de los senadores y congresistas elegidos por cada uno de los territorios del país. 

En su inicio, estas asambleas conformaban un cuerpo electoralmente totalmente elitista y ajeno al sufragio, dado que los Padres Fundadores no vislumbraban en aquel entonces una democracia de masas y la división de la vida pública en el tan temido partidismo. De hecho, no fue hasta inicios del siglo XIX que se fue permitiendo paulatinamente el voto de la población para elegir a los "compromisarios", encargados de seleccionar al presidente y vicepresidente. Una expansión del censo electoral que no se puede considerar democrática hasta la plena inclusión de las mujeres y de la población afroamericana en el siglo XX. 

Estos compromisarios votan al candidato del partido ganador del estado al que pertenecen - aunque no exista la obligación legal de hacerlo- y es por ello que, cuando Trump o Harris sean proclamados vencedores en cualquier Estado el martes que viene, sabemos con casi toda certeza que habrán obtenido el voto de la totalidad de los compromisarios de ese Estado. Ahora bien, cabe preguntarse qué sucede en caso que se produzca un empate a 269 electores, es decir, que ambos candidatos no obtengan la ansiada cifra de 270 electores. En dicho caso, la respuesta también la tenemos en el texto constitucional y no se antoja nada fácil. 

Según la decimosegunda enmienda de la Constitución (adoptada en 1804 tras la caótica elección de 1800 entre Jefferson y Adams), en caso que ningún candidato llegue a la mayoría del Colegio Electoral, la elección del presidente y del vicepresidente recaería en el Congreso de Estados Unidos. Para el primer cargo, la nueva Cámara de Representantes, elegida tras las elecciones y constituida en enero de 2025, tendría que votar por delegaciones de estados. En otras palabras, los congresistas demócratas y republicanos de los cincuenta estados se juntarían por grupos con sus paisanos y tendrían que emitir un solo voto para el cargo de presidente. A modo de ejemplo, los 17 congresistas de Pensilvania - de los dos colores políticos- se reunirían y emitirían un solo voto a favor de Trump o Harris.

Para que sea válida la votación, deben estar reunidos los miembros que representen dos tercios de los estados y que de la votación salga un nombre por mayoría. Para complicar el mecanismo, si la Cámara de Representantes fuese incapaz de dar con un nombre, el 4 de marzo de 2025 automáticamente el vicepresidente asumirá el cargo de presidente en funciones. 

El sistema anteriormente descrito podría resultar ser rocambolesco en el contexto político de 2025. Imaginemos un estado donde haya ganado en votos Harris, pero cuya delegación de congresistas sea republicana - especialmente, si tenemos en cuenta la manipulación de los distritos o gerrymandering-. El conflicto de intereses, la presión política y la degradación del clima social puede ser peor que el ya visto en 2020, bajo el prisma que, con independencia del resultado del Colegio Electoral, siempre habrá un ganador en número de votos a escala nacional.

Aunque las elecciones sean reñidas - tal y como apuntan las encuestas-, es preferible que, en aras de la ya dañada salud de la democracia americana, se produzca un resultado claro a favor del ganador.


Tian Baena es politólogo. Aquí puede leer los artículos que ha publicado en www.elindependiente.com.