Este segundo Trump, renacido, crecido, ratificado, que siente que los dioses le han acariciado la oreja como a una doncella helénica y que el pueblo le ha puesto una aureola en la coronilla, como fuego sobre el pelo de paja, será avasallador e imprevisible. O sea que está uno aterrorizado como si en Estados Unidos hubiera ganado Pedro Sánchez. Ahora toca el chorrafuerismo de Trump como tocó el chorrafuerismo de Sánchez, ese inflamiento de buche y esa risa floja que sobreviene ante las instituciones, la Constitución, las leyes, la oposición, la prensa y la mismísima verdad cuando te das cuenta de que puedes hacer cualquier cosa. Claro que no es lo mismo mandar en un colchón lleno de migas y gorrones que mandar en el Imperio (aún somos provincia, por eso Europa parece ahora una isla desgajada durante un cataclismo, con nuestra economía y nuestros pobres ejércitos de burócratas temblando como la hierba). Ahora puede pasar cualquier cosa, allí y aquí, en Ucrania y en Irán, o sea que con la victoria de Trump es como si nos hubiera caído un Sánchez verdaderamente todopoderoso sobre este Sánchez nuestro que sólo jugaba a todopoderoso, como un dios del trueno que cae sobre un sacristán confitero.

Trump ha arrasado, no sólo lo han votado los ricos con cápsula espacial, la clase media desfondada o la “basura blanca” de mella, peto y caravana, sino hasta los que allí llaman latinos, como si vinieran de Etruria. Triunfa el populismo personalista y gallito, ayudado de bots y predicadores que se aprovechan del desencanto y de la credulidad. En el caso de EE. UU. es un populismo de derechas, con Dios, patria, chequera, pistolón y macartismo, porque su cultura es liberal, individualista, puritana y colona. En nuestro caso ha sido un populismo de izquierdas, con paternalismo, paga, poesía folclórica, guillotinas históricas y muchas estatuas de Franco fundidas como cañón ideológico, porque nuestra cultura es menesterosa, gregaria y revanchista. Pero las ideologías son accesorias o coyunturales para el populista, que aprovecha lo que hay en su tierra como lo que hay en el frigorífico (ideología de aprovechamiento, habría que llamarlo). Trump sólo quiere su negocio y Sánchez sólo quiere su pavoneo, pero su método es el mismo.

Trump ahora va con la chorra fuera (no sé por qué uno se la imagina como uno de esos ganchitos naranjas de paquete), igual que fue Sánchez en su día, o quizá aún va. El chorrafuerismo es el populismo ya con laureles y carrozas, triunfante, apoteósico, imparable, corintio, meón, y al que sólo le queda probar hasta dónde puede llegar la osadía o la micción, porque la percepción es que todo le está permitido. Puede mentir una y otra vez, incluso sobre una mentira anterior; puede declarar a los medios críticos y a la oposición enemigos del pueblo y aventadores de bulos a la vez que los suyos fabrican bulos aún más vistosos y evidentes, puede poner por encima de las leyes y los derechos que son para todos unos pactos y favores particulares, puede otorgar impunidad a sus socios o allegados y hasta a sí mismo, puede usar las instituciones y organismos del Estado como ejército privado, puede convertir a la Justicia entera en complot o traición contra su persona o su Gobierno, y luego llamar a todo esto y a las marabuntas de seguidores la pura y gloriosa democracia con banderones, cornetas y lanzas peludas. Y cuanto más se atreve, y mejor le funciona, más embalado y envalentonado se siente para continuar.

Con chorrafuerismo de ganchito o chorrafuerismo de discoteca, ya ven que no hay mucha diferencia entre los métodos y pasos de Trump y los de Sánchez, aparte el tamtam folclórico y la escala

Con chorrafuerismo de ganchito o chorrafuerismo de discoteca, ya ven que no hay mucha diferencia entre los métodos y pasos de Trump y los de Sánchez, aparte el tamtam folclórico y la escala. Insisto en lo del método porque la democracia es eso, un método, no una ideología, y por eso uno se puede cargar la democracia desde la izquierda, desde la derecha o desde la ambigüedad (Sánchez ya ha demostrado que no tiene ideología, sólo usa el costumbrismo de la izquierda, tierno, trapero y panderetero). En el manual del populismo, las ideologías y las consignas son un gancho, como el vendedor que sabe lo que se vende mejor. Es el método lo que los identifica, no el color ni el ámbito, no la derecha ni la izquierda, no el Jesús con pistola o el Che también con pistola (siempre tuvo algo de crístico ese Che llagado o renegrido como un crucificado sevillano), no el liberalismo salvaje ni el estatalismo salvaje, no ese colchón lleno de turbios pesetones de uno ni todo ese mapamundi enrollado o desenrollado del otro. Como la democracia no es una ideología, sino un método, el peligro no está en que Estados Unidos o España se vuelvan más proteccionistas o más globalistas, que suban o bajen impuestos o aranceles, que el Estado engorde como una teta o apenas se quede en una oficina o en una fragata, que se conviertan al puritanismo de cilicio o de satisfyer, sino que se llame con naturalidad democracia a lo que es lo contrario a la democracia.

Cuando el asalto al Capitolio, yo llegué a pensar que estaba viviendo la nueva caída de Roma, y que los bárbaros, esos Village People con cuernos de cervecería y aperos de quarterback, eran el populacho de una nueva Edad Media de ignorancia y brutalidad hipertecnológicas. Así empezaba la desintegración de un Imperio, no como territorio sino como concepto. En realidad la democracia americana, como dijo alguien, no es tan modélica ni tan antigua, apenas comienza en los 60 (como la nuestra no existe, digan lo que digan, hasta el 78). Pero quedaban aquellos papeles de virginianos empelucados declarando la igualdad y la libertad, un gobierno de leyes y no de hombres, y toda esa literatura que con Trump empieza a olvidarse o a confundirse con el puro poder, la pura arbitrariedad y el puro caos. Igual que con Sánchez. Ahora que lo pienso, si lo del Capitolio fue la caída de Roma, aquí también tuvimos la caidita, a lo Chiquito, o sea ese Sánchez desmayándose entre armiños cinco días y declarando luego que todo lo que no fuera su voluntad era fango. Allí y aquí nos merecemos a Trump y a Sánchez. Nos merecemos la decadencia y la barbarie.