Una noche electoral, otra vez, nos dispensa a los opinadores bienpensantes un soponcio. Y desde el Brexit hasta ahora ya van unos cuantos. La ventaja de la reiteración es que ya sabemos, más o menos, de qué va la vaina. Lo malo es que el horror sigue pasando, de lo que a su vez se desprende que quien debería estar más al tanto de qué es la vaina en cuestión –a saber, los demócratas en concreto y la izquierda progresista en general– no parece terminar de pillar la idea. Y claro, palman.
Yendo por partes, lo primero es que despachar el asunto asumiendo que más de setenta millones de votantes son idiotas, fascistas o, no se lo pierdan, "totalitarios", no parece conducir a gran cosa. Corrección: solo nos lleva a que Donald Trump se vuelva a instalar en la Casa Blanca con una cómoda mayoría en votos (cinco millones) y en el colegio electoral (está por ver el número exacto). Así las cosas, una forma de aproximarse al asunto es evaluando los emblemas que Trump ha empleado para representar su movimiento y capturar las inquietudes, resentimientos y temores de una mayoría –importante recordar este detalle– del electorado.
Y es que el lema "hacer América grande de nuevo" representa la nostalgia de un pasado imaginario –todos lo son– sostenida, a su vez, en tres realidades obviamente poderosas: en lo cultural, el rechazo a la sustitución de valores tradicionales por otros de nuevo cuño; en lo político, el rechazo ante un sistema disfuncional y evidentemente incapaz de generar legitimidad; y en lo socio-económico, el resentimiento ante un modelo que, aún en fases de crecimiento como la actual en Estados Unidos, genera desigualdades claramente injustas. Estas tres realidades, crucialmente, están íntimamente entrelazadas.
La bandera de los valores
El trumpismo ha recogido la cuestión cultural bajo el emblema de los derechos reproductivos y el lema de la misoginia galopante. Ambos, lema y emblema, en realidad aluden a valores tradicionales en torno a cuestiones como la concepción de la familia y los roles de género, incluida la masculinidad. J.D. Vance, el nuevo y flamante vicepresidente electo, capturaba estupendamente lo primero cuando aludía a las "señoras sin hijos y con gatos".
Trump, nada sospechoso de andarse por las ramas en estos menesteres, ha explicado con diáfana claridad qué tipo de masculinidad considera óptima: él va a proteger a las mujeres "les guste o no". De sí mismas, como la opinión progresista entendió perfectamente; pero también y crucialmente de la suerte de feminismo que ha trascendido la igualdad política y jurídica de la mujer para enredarse y dividirse sobre cuestiones relativas a la propia definición de mujer, o a la conveniencia de suspender la presunción de inocencia cuando se trata de varones.
Privilegiado, pero 'outsider'
En lo político, Trump supo, hace ya ocho años, capturar el resentimiento de una parte considerable de la opinión pública ante un sistema que se percibe correctamente lejano y corrupto. Obsérvese, por ejemplo, que en las tres décadas largas que median entre 1989 y hoy en la Casa Blanca se han sucedido miembros de dos familias biológicas –los Bush y los Clinton– que a su vez encabezan familias políticas que han absorbido sin el menor disimulo a candidatos originalmente emergentes como Obama. No hablemos de Biden, cuya identidad es la encarnación misma del establishment.
La cualidad de Trump como candidato surgido fuera del sistema política tradicional y capaz de fagocitar a un partido político tradicional –por ejemplo, en el proceso de demolición personal de Jeb Bush– no la cuestiona nadie. Trump y aliados de Trump como Elon Musk son ciertamente criaturas del privilegio, pero han sido capaces de proyectarse como privilegiados de resultas de sus propios méritos empresariales y no del parasitismo sobre "el pueblo" a la manera de los políticos convencionales.
Capitalizar la ansiedad migratoria
En lo socioeconómico, el emblema del muro en México y el lema del descontrol ante la inmigración ilegal capturan la ansiedad de unos estadounidenses que han padecido décadas de globalización traducida en automatización y deslocalización industrial que a su vez han destruido comunidades enteras y que, durante los tres últimos años, han culminado en un proceso inflacionario sostenido en el que bienes básicos como los alimentos han incrementado su precio en hasta un 20%. Que la inflación y la inseguridad económica tienen todo que ver con las políticas asistenciales iniciadas por Trump ante el Covid-19 y nula relación con la presión migratoria o la imaginaria inseguridad física que ésta genera es, en este esquema, irrelevante. El desinterés del progresismo sobre la cuestión frente a otras cuitas como el cambio climático o los discursos identitarios de raza y género, por otro lado, son crucialmente relevantes.
La medida del éxito del imaginario político del trumpismo se deduce de su capacidad para devenir postracial"
De hecho, la medida del éxito del imaginario político del trumpismo se deduce de su capacidad para devenir en postracial. Trump ha capturado una mayoría entre el voto latino –a saber, el de latinos que residen legalmente en Estados Unidos y, obviamente, experimentan nula simpatía por inmigrantes ilegales, vengan de donde vengan. También crece el trumpismo entre los varones afroamericanos que entendieron perfectamente qué quería decir Trump cuando hablaba de los inmigrantes capturando "trabajos de negros" (a saber, de baja cualificación) que tanto escandalizaron a la izquierda bienhablante y que, siendo como sus homólogos blancos y latinos culturalmente conservadores, andan bastante más preocupados por la agresividad percibida del feminismo y la crisis, muy real, de la política institucional que por las narrativas identitarias a las que se aferran Kamala Harris, los demócratas y la izquierda en general.
Visto lo visto, convendría que los demócratas y la izquierda se lo hagan mirar. Y no solo en Estados Unidos: la presencia del trumpismo en Europa y en España y los paralelismos aquí con Estados Unidos son obvios.
David Sarias Rodriguez es profesor de Historia del Pensamiento Político y los Movimientos Sociales en la Universidad Rey Juan Carlos
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