Cada apocalipsis de Sánchez tiene su ocurrencia, su hallazgo, su palabro, que es como una pieza de orfebrería exuberante y única, como una máscara egipcia para los muertos o la mentira. Ahora nos ha sacado lo del Estado “compuesto”, algo que parece estar entre la farmacología, el abono y el aglomerado barato. Sánchez lo ha repetido varias veces durante su comparecencia, ese cascabeleo del Estado “compuesto”, como un cascabeleo de bolsa de kikos, entre el otro cascabeleo de los millones, como un campanilleo de hada. Con esas maracas de millones como si fueran frijolitos y del Estado “compuesto” como si fuera una coctelera, yo creo que Sánchez ya está con el fin de fiesta. El bicho se acabó decretando la “nueva normalidad”, el marrón de cualquier responsabilidad desapareció con la “cogobernanza”, la impunidad se justifica con la “fachosfera”, y la incompetencia se evade con lo del Estado “compuesto”. La gente, sin duda, protesta, llora, arroja mierda o rastrillos o se muere de asco o de verdad porque no entiende que éste es un Estado “compuesto”, o sea compuesto de incompetentes o sinvergüenzas.

Sánchez no necesita evitar las catástrofes ni solucionar los problemas, le basta con sacar una palabra restallante, que tiene siempre algo de obviedad y de novedad, de igual y de diferente, de horterada y de narcótico, como una canción del verano (el Estado “compuesto” podría haberlo compuesto King África). La verdad es que uno entiende que Sánchez tenga que buscar siempre nuevas palabras para sus nuevos disparates o perfidias, porque siempre hay nuevas cotas para sus disparates y perfidias. Todo lo que teníamos, nuestro rico castellano que va de Quevedo al cheli, y toda la teoría de la política salvaje, de César o Maquiavelo a Kissinger, se lo ha comido Sánchez, que tiene que inventarse neologismos fluorescentes o epítetos platerescos para que no llamemos evidente a lo evidente y caradura al caradura. Sánchez no es un gobernante, es un forjador de palabras retorcidas como el que es forjador de faroles retorcidos, es un vendedor de trolas como el que es vendedor de lavativas.

El Estado “compuesto” ni siquiera necesita estar compuesto de algo, es un término que denota una complejidad inextricable o un misterio inefable, como suele ocurrir con lo inventado. El Estado “compuesto” no puede ser el Estado de las Autonomías, que es facha, ni el Estado constitucional, que también, ni siquiera el Estado plurinacional, que aunque es de lo suyo resulta folclórico para una tragedia. Ninguno de ellos podría ser enarbolado ahora como esa cosa maciza, inevitable, totalmente establecida pero dúctil, absolutamente necesaria pero azarosa, que parece sugerir esta invención. Nos podemos preguntar si el Estado “compuesto” se compone por agregación, por estratificación, por redistribución o por disolución de lo que ya conocemos como Estado, si está apilado o ramificado, si es simétrico o asimétrico, convergente o divergente, lineal o recursivo, si es una mera suma o incluye sinergias… Pero preguntarse esto no tiene sentido, porque el Estado “compuesto” no significa nada. Laclau lo llamaba “significante vacío”, un arma aún más poderosa para la antipolítica que el pistolón, las greñas o el palo de escoba.

No importa la crisis, el desastre o la barrabasada, que el sotanillo de Sánchez, que da vueltas a las palabras y a la lógica como esclavas de rueca o elfos de torno, encontrará un nuevo significado

El Estado “compuesto” no necesita estar compuesto de nada, es el Estado que ha fallado porque has fallado o que se escapa porque te has escapado, pero como adornado de inevitabilidad, de designio, de superestructura política o cósmica ajena. El Estado “compuesto” es el que culpa a otros y te absuelve a ti, el que puede ser centralista o confederal, progresista o nacionalista, social liberal o iliberal, líquido o morrocotudo según te convenga. El Estado “compuesto” es el que haga falta, el que te permita tomar el Estado y subastar el Estado, demoler el Estado y empapelar el Estado, negar el Estado y poetizar el Estado, coger el Estado y soltar el Estado, reinar en el Estado y abdicar del Estado. Podríamos decir que el Estado “compuesto” de Sánchez está compuesto de sus necesidades, sus caprichos, sus hipotecas, sus chantajes, sus deberes con sus socios y sus intentos de mantenerse a cubierto cuando llueve mierda. Resulta hasta hermoso poder decir que el Estado “compuesto” de Sánchez lo hace huir descompuesto, o que el Estado descompuesto de Sánchez lo hace huir compuesto y sin gloria. 

No importa la crisis, el desastre o la barrabasada, que el sotanillo de Sánchez, que da vueltas a las palabras y a la lógica como esclavas de rueca o elfos de torno, encontrará un nuevo significado para un tópico o un nuevo nombre para el escaqueo o para la nada. Cuando hay una palabra nueva es porque aparece una necesidad nueva, así evolucionan las lenguas y el sanchismo. Cada nuevo palabro o retruécano de Sánchez aparece con una nueva necesidad de Sánchez, una necesidad que vemos además inmediatamente, descaradamente, desde la “financiación singular” a la “fachosfera” o el “fango”, ese fango que se le ha revuelto ahora como una serpiente de ánfora. Sánchez no habla del Estado de las Autonomías, o de la Constitución, o del Estado sin más, sino que se inventa otra palabra. Y es así porque necesita disfrazar una nueva necesidad, la de salvarse de todo este naufragio nacional.

El Estado “compuesto” es el Estado fallido que Sánchez ha construido / destruido, pero perfumado de mentira como un cadáver. Ya resulta pavoroso pensar en la próxima palabra que inventen. Quizá sea la que sirva para nombrar la avilantez repugnante de usar a los damnificados de la DANA para que le levanten, como esclavos egipcios de ultratumba, esos presupuestos para su supervivencia y para los lujos y vicios de sus socios. Aunque si nos quejamos por esto es sólo porque todavía no entendemos que éste es un Estado descompuesto.