Hay medios que mienten y medios que dicen la verdad. Hay actos terroristas en la prensa, pero sólo en la mala, que es la inconveniente. En los periódicos y televisiones favorables generalmente no hay ninguno. Allí es todo corrección y método. El pasado martes, uno de los colaboradores habituales de un canal generalista -experto en siensia- afirmó en antena que la victoria de Donald Trump en las elecciones estadounidenses equivaldría a reírse de las víctimas de la DANA de Valencia porque es un negacionista climático. He aquí un juicio moderado, sin duda. Hay que ser obtuso para no ver esta relación.

Las mesas de tertulia españolas bullían este miércoles por la mañana mientras sus participantes competían por ver quién dedicaba más descalificaciones al ganador de las elecciones de Estados Unidos. Insultar es un ejercicio relativamente sencillo. A todo el mundo se le da bien. Perfiles como el de Trump invitan a ello. El martes por la noche -antes de que comenzara el recuento- extendió el rumor del fraude electoral en Filadelfia. Es un mal perdedor. Un histrión y un populista, pero venció de forma limpia en unas elecciones libres. Tengo pocas dudas de que sus seguidores habrían iniciado una campaña para denunciar el fraude electoral en caso de que Kamala Harris hubiera ganado las elecciones. Hay pocos ejemplos mejores sobre cómo ese tipo de personajes logran secuestrar a las sociedades con sus malas artes y con sus amenazas constantes, que incluyen aspavientos, órdagos (como sucederá seguramente con los aranceles) y renuncios.

Esa misma estrategia la utilizó Nicolás Maduro el pasado julio. Acusó a las fuerzas oscuras de atacar "la internet" de Venezuela y a la oposición de promover un fraude electoral, pese a la evidencia de que su gobierno sátrapa había consumado un pucherazo. Aquello fue demasiado obsceno. Tanto, como el silencio y la prudencia que aplicaron en ese caso -una buena parte de- los tertulianos que este martes despotricaban contra Trump.

Sus calladas no son intencionadas ni pueden ser definidas como omisiones cómplices. Así que sería cruel juzgarlos por no opinar sobre Maduro, pero sí sobre Trump. En julio estaban de vacaciones. ¿Y el martes? Ese día, el Tribunal Constitucional distribuyó una nota en la que informaba sobre el resultado de una corrección doctrinal que había realizado para aclarar la legalidad de las restricciones que se establecieron durante los estados de alarma de 2020. Su ponente fue Juan Carlos Campo, quien era ministro de Justicia durante el COVID. Ninguno de estos contertulios alzó la voz contra eso. Este miércoles, en las televisiones, se apresuraron a alertar sobre lo peligroso que es el que Donald Trump vaya a controlar la presidencia, el Congreso y el Tribunal Supremo. Que nadie desconfíe del porqué allí ven peligrar la separación de poderes, pero aquí no. Todo se debe a su extraña afonía.

Trumpista tú, tú también y tú también

Alguno de ellos hiperventilaba esta madrugada y repartía etiquetas de “trumpistas” entre unos y otros, aunque no lo sean ni hayan dado muestras de ello. No les importa la verdad ni lo que en realidad piense el personal. Si el típico activista - colgado pro gubernamental te dice que eres trumpista, lo eres y punto. Te callas, del mismo modo que si afirma que 71 millones de estadounidenses son ultraderechistas y negacionistas por apoyarle; o sostiene que sólo la prensa conservadora difunde bulos, pese, por ejemplo, a que la trola de los muertos del aparcamiento de Bonaire la difundieran medios a derecha y a izquierda del espectro político.

Quienes hoy se dicen inocentes, como son 'los medios buenos', en realidad son unos de los grandes causantes del problema.

La estrategia de la prensa progresista para explicar el éxito de este candidato anti-sistema es muy sencilla. Consiste en culpar al otro y situarle a la misma altura moral que las cucarachas o las hurracas. Su sublime ejercicio intelectual consiste en situar en el terreno de la ultraderecha o del negacionismo a quienes respaldan a este tipo de candidatos, sin realizar análisis más profundos ni pararse a pensar si su postura es todavía más radical que la de energúmenos como Trump.

Sobra decir que estos incisivos analistas suelen pasar de largo sobre la lacra que suponen populismos como el de Podemos o el de Junts, a los que no consideran extremistas, sino "expresiones populares verdaderas y legítimas". Da igual que haya varios indicios que prueban que Putin y los barbudos de Teherán también respaldan estos movimientos en sus campañas de intoxicación (guerra híbrida), al igual que al trumpismo, en cuanto a que son igualmente nocivos para los habitantes de su territorio enemigo. Estos analistas no tienen en cuenta estos elementos. Su objetivo no es acercarse a la verdad, sino hacer activismo en favor de un partido o de un gobierno. Eso sí, su imaginación para despreciar a su adversario es enorme. Evidentemente, eso da alas a los populistas y a sus víctimas. A nadie le gusta que se rían en su cara.

Ceguera en la Cadena SER

Así que la actitud de las Àngels Barceló y de sus tertulianos habituales es contraproducente. Consigue exactamente el efecto contrario al que buscan, dado que humilla a una parte de la opinión pública y le expulsa poco a poco -a medida que aumenta el cabreo- hacia otras plataformas de comunicación que son totalmente nocivas y excéntricas. Las de los Alvises. Las de los Rubén Gisbert y los Tucker Carlson: los que nunca tienen miedo de decir barbaridades o a apelar a conspiraciones.

Su enorme éxito se explica, en buena parte, en el deterioro de las opciones informativas convencionales y en la forma en la que han dejado de abordar con honestidad los asuntos que le afectan al hombre convencional. Carlson, mentiroso acreditado, entrevistó a Javier Milei un mes antes de las elecciones argentinas. Esa charla ha sido vista por 428 millones de personas en Twitter (X). En esa época, el expresentador de Fox -y el periodista más popular del mundo- viajó a Moscú para charlar con Putin. Como quien no quiere la cosa, durante su visita aprovechó para grabar algunos vídeos en los que loaba el estilo de vida de los rusos, al más puro estilo de un propagandista del Kremlin.

Asociemos: El argentino que estuviera harto de la disonancia cognitiva que en la que quería sumirle el peronismo, entregó su alma a un histrión al que Carlston realizó su entrevista más sonada. De paso, ese periodista le coló una sobredosis de publicidad putineja que defiende las bonanzas de un autoritarismo sobre una democracia decadente. Repugnante.

No tengo ninguna duda de que una gran parte del voto trumpista se explica en el malestar que sienten con 'el sistema', ese concepto tan abstracto y, a la vez, tan rotundo y temido.

Los ciudadanos no suelen prestar mucha atención a estos discursos en tiempos de bonanza. Pero, en tiempos de crisis, la gente escucha a Carlson, a Gisbert y a Alvise Pérez; y el 31,9% de los que votaron a este último confiesa que lo hizo (CIS) por sentirse "asqueado" con el lugar en el que vive. No tengo ninguna duda de que una gran parte del voto trumpista se explica en el malestar que sienten con 'el sistema', ese concepto tan abstracto y, a la vez, tan rotundo y temido.

Cuando la inestabilidad económica, la desesperanza y la inseguridad se apoderan de una parte de la sociedad, resulta más fácil acercarse a los falsos mesías, que generalmente acostumbran a exagerar los problemas de los ciudadanos o a manipular sobre sus causas. Lo inocente es pensar que sólo caen los trumpistas en la misma actitud. Porque los partidos tradicionales también lo hacen cuando niegan la existencia de esos problemas o cuando las atribuyen a un pensamiento machista, fascista, ultra o negacionista, en lugar de intentar comprenderlas.

Esto tiene un nombre. Es una humillación... y de esa afrenta son tan responsables los tabloides como los legacy media y los activistas de parte que se dedican a despreciar y despotricar a quienes apoyan a los populistas. A definirlos como imbéciles. Quien ha emprendido el camino hacia el trumpismo, difícilmente volverá a posiciones más moderadas si este miércoles por la mañana ha echado un vistazo a las tertulias mañaneras de la televisión española. Del mismo modo, quien fue calificado como "ultra" el domingo por intentar comprender las protestas contra Pedro Sánchez en Valencia, se sentirá insultado. Porque le habrán faltado al respeto.

Aunque no lo parezca, los ciudadanos que parecen tontos generalmente no lo son y reaccionan cuando se les ataca, aunque sea después de recibir quince bofetadas previamente. Ahí es cuando entran en juego los populistas. En ese malestar y en ese sentimiento de comprensión general pescan. Y así se pudren las sociedades, entre las malas decisiones de unos y la coprofagia de otros. Por eso quienes hoy se dicen inocentes, como son 'los medios buenos', en realidad son unos de los grandes causantes del problema. Nunca han pretendido comprenderlo, sino hacer proselitismo. Por eso sus periodistas son, en realidad, catequistas. Activistas por un fin.